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El reto comunicacional de Piñera: articular las tres "S" del modelo neoliberal
Vie, 24/01/2020 - 09:36

Rodrigo Álvarez

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Rodrigo Álvarez

Rodrigo Álvarez es Académico-Investigador Escuela de Periodismo de la Universidad Mayor, Coordinador e Investigador del Programa-Centro de Estudios Coreanos Chile de IDEA y Profesor de la Carrera de Periodismo de las Universidad de Santiago de Chile. Es Doctor en Estudios Latino Americanos, mención Relaciones Internacionales; Master of Arts en Economía Política Internacional por la Universidad de Tsukuba (Japón) y IVLP por el The United States Department of State Bureau of Educational and Culture Affairs. Además, es Periodista y Licenciado en Comunicación Social por la Universidad Diego Portales (Chile). Es miembro del Nuclear Security Governance Expert Group (NSGEG), del Fissile material Working Gruop (FMWG) y de la Red de Seguridad de América Latina (Resdal).

Hace solo unos días el presidente de Chile, Sebastián Piñera, anunció un ajuste en su equipo de comunicacione, nombrando al ex-editor de El Mercurio, Alfonso Peró, a cargo de la unidad del Departamento de Comunicaciones de la Presidencia. Peró, sin duda, tendrá un trabajo titánico. Los números lo dicen claramente y el presidente carece de un fuerte apoyo, alcanzando una aprobación, según CEP, de solo 6%, lo cual se ha constituido en el mínimo histórico de sus presidencias.  

Efectivamente, el ejercicio de comunicar es complejo. Su etimología significa hacer partícipe; implica en sí misma una tensión. Al respecto, sostiene Lande, la evidencia empírica demuestra que la comunicación puede dividir o agravar las diferencias que existan entre las personas.

En mi opinión, como la de otros académicos e investigadores, es que desde el 18 de octubre de 2019 se ha producido una desarticulación comunicacional del modelo neoliberal en Chile. Como sostiene el doctor César Ross, los grupos empresariales, bastante ausentes del debate polarizado de los medios, tienen un diagnóstico diferente al del gobierno y la oposición. Están convencidos de la desigualdad (el 1% más rico es dueño del 30% del PIB), están conscientes de que los bajos salarios explican parte significativa de sus rentabilidades, reconocen que sabían esto hace mucho tiempo y han llegado al convencimiento de que este modelo, expresado en estos términos, llegó a su fin.

Esta desarticulación, como el proceso en sí, desde mi perspectiva, se había logrado evitar gracias a las política publicas reactivas (desde el presidente Frei Ruiz-Tagle hasta octubre de 2019), que lograron contener la separación total entre el signo, el significante y el significado del modelo neoliberal y los chilenos. Sin embargo, tal posibilidad de contención ha llegado a su fin, produciéndose, finalmente, el quiebre entre el signo (el modelo), su significado (el tipo de sociedad) y su significante (la forma de llevar adelante el modelo). Así, desde una perspectiva puramente comunicacional, estamos enfrentando una fuerte tensión en los pilares que daban sentido a la relación e interacción de las tres "S" del modelo económico.   

Esta fractura implica en sí una cuestión que hoy pareciera no tener, bajo esta administración (y quizás la que venga), una rápida salida. Aunque, parafraseando a Jean-Paul Sartre, los signos (que comunican) pueden indicar ilusión común de realismo e idealismo, así como un conjunto de contenidos de conciencia y un orden a los mismos contenidos, lo central de los signos es determinar si el contenido de la percepción es o no el estado presente de la conciencia. En esencia, desde una perspectiva aristotélica, en relación a esta cisura, la interpretación puede ser también tensionada pensando que el Ethos del modelo ha perdido su credibilidad; así como que el Pathos del mismo ya no emociona y que su Logos ya no proyecta grados de racionalidad.

El problema radica en que en la actual situación ya no sirve un mero relato, sino que se requiere de un nuevo mega-relato, que vuelva a unir a la derecha y a la izquierda, como sucedió con mayor o menor intensidad desde 1990 hasta octubre de 2019. Esta es una cuestión central frente a lo que se avecina desde marzo de 2020, porque como Papalini sostiene, la comunicación presupone la interpretación y no la mera transmisión de una verdad. La interpretación no puede existir si no es como efecto de estas relaciones que conjugan y fijan sentidos.

Así, un proceso de comunicación en la lógica que se desarrolló en el palacio de gobierno, desde el retornó a la democracia hasta fines de 2019, ya no es suficiente; el trabajo ahora debe apuntar a permitir que el ajuste en el relato sea reticulado desde todos los sectores políticos: los tradicionales y los que emergerán después del proceso constituyente. Esto debe ser así, desde que, como sostiene Miquel Rodrigo, la comunicación no es solo un intercambio de mensajes; es, sobre todo, una construcción de sentido o como lo reflexionan Pinazo y Pastor (comunicar), es una empresa filosófica, porque la comunicación, en su relación con la semántica, habrá de tratar de la naturaleza del significado de las cosas, de sus relaciones y de la teoría general del significado, y además, porque la comunicación es un acto intencional, cuya función consiste en suscitar en el destinatario el significado a que se apunta.

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