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Elecciones municipales y la alta abstención en Chile: todos perdemos
Sáb, 27/10/2012 - 11:10

Sergio Micco

Chile: recordar activamente el terremoto del Bicentenario
Sergio Micco

Sergio Micco es abogado de la Universidad de Concepción (Chile), Magíster de la Universidad Católica de Chile y Doctor en Filosofía, Universidad de Chile. Es profesor de la Universidad de Chile (Instituto de Asuntos Públicos de la Universidad de Chile: Escuela de Gobierno y Magíster de Ciencia Política) y profesor de la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile y de la Universidad de Stanford, en su sede para América Latina.

Este domingo todos los actores políticos, con probablemente buenas razones,  se declararán ganadores. Pero hay un punto en que me temo todos perderemos. Ese punto se llama abstención.  Si esta ronda el 50% de los inscritos estamos en problemas. Si se mantiene en los niveles de hace cuatro años atrás, entre 50% y 60%, la sensación de este estar frente a una institucionalidad política débil se acentuará. ¿Todo cambia para que nada cambie? Hacemos reformas electorales, se agudiza la desconfianza ciudadana en torno a las instituciones políticas y se realizan protestas sociales, ¿pero nada cambia en términos de niveles de participación política? Mala cosa. Pues el aumentar la legitimidad y eficacia de nuestras instituciones políticas -que el desarrollo de Chile reclama- supone acción y no omisión.

Todos ganaremos el domingo en la noche.  Un filósofo afirmó que “no hay hechos, sino que interpretación de los hechos”. Exageraba, pero apuntaba a la muy humana característica de que todo depende del cristal o perspectiva con la que se miren las cosas. Mal que mal para evaluar las elecciones municipales del domingo hay distintos parámetros objetivos. Algunos podrán alegrarse con la elección de alcaldías emblemáticas que gobiernan la mayor parte de la población chilena; otros con los porcentajes nacionales de los partidos  en concejales; varios mostrarán el número de concejales o de alcaldes electos, etc. Por eso todos podremos alegar con razones parciales, como lo son normalmente nuestras argumentaciones, que hemos simultáneamente ganado todos. Pero, como está dicho más arriba, apostaría a que en un aspecto vamos a perder todos. A pesar de la inscripción automática, no habrá una masiva concurrencia a votar en comparación a la elección municipal anterior.

Muchas ilusiones se tejieron en torno a la inscripción automática de cinco millones de nuevos electores y el voto voluntario. Se nos dijo que ahora era tarea de los candidatos “seducir” a los nuevos electores. Junto con esta metáfora, proveniente más bien del mundo de las pasiones personales que no debieran gobernar la política, se agregó que  ante esta nueva “demanda electoral” la “oferta política” cambiaría. Metáfora aún más desafortunada pues la política no consiste en intercambiar bienes y servicios en un mercado, por muy respetable que sea esta actividad. La política trata del gobierno de  lo público -interés general-, a través de medios públicos -transparentes y que son de todos-. Por ello, cuando la “oferta política” no se ajusta a la “demanda electoral” se producen cosas raras. Puede que la “oferta política” gane si no logra seducir a los nuevos consumidores.  Ello ocurre cuando un candidato va a la reelección y sabe que le basta para vencer el mantener su porción de un congelado “mercado electoral”. Peor aún, la “demanda” es la que sale peor. Pues no votando renuncia a participar en la elección de quienes administrarán de todos modos recursos que son de todos y que incidirán en cuestiones tan sensibles como educación, salud, ordenamiento territorial o seguridad ciudadana.   

La abstención es una mala cosa para todos. Pues la gobernabilidad de una democracia depende de la legitimidad de sus instituciones y de la eficacia de sus políticas públicas. Son legítimas las instituciones cuando son dignas de apoyo activo. Son eficaces cuando las necesidades sociales hechas demandas políticas son resueltas a través de políticas públicas. Ahora bien, si las instituciones políticas representativas ni siquiera logran movilizar masivamente a la ciudadanía, una vez cada cuatro años, para regenerar a sus autoridades; menos se las apoyará diariamente o en momentos difíciles. Al no sentirse suficientemente respaldadas las autoridades electas o, francamente cuestionadas por ciudadanos críticos y desconfiados, tenderán a no tomar decisiones impopulares o, peor aún, a practicar políticas demagógicas.

Algunas autoridades, de raíz más autocrática o corporativa, incluso podrán practicar derechamente políticas favorables para una minoría que, al ser activa, logra vencer a la mayoría. En estos casos no es la demagogia la que se apodera de las instituciones sino que estas son capturas por grupos de poder facciosos.  Instituciones políticas débiles o capturadas por minorías activas es todo lo contrario que necesita Chile. 

Chile tiene una enorme posibilidad de ser un país desarrollado. Democracia de calidad, crecimiento económico, cohesión social y sustentabilidad son cuatro objetivos del desarrollo en el que hemos avanzado mucho ya. Esto se puede  afirmar comparándonos  con el pasado reciente o con países del mismo nivel de desarrollo que el nuestro. Sin embargo tenemos desafíos serios. La baja calidad de nuestra educación escolar, su segmentación, el elevado costo de la educación superior, su falta de transparencia y su inadecuada relación con la economía. Baja inversión en ciencia y tecnología, escasa diversificación y valor agregado de nuestra economía. Dependencia excesiva del cobre.

Debemos hacer más productivas a nuestras empresas, sobre todo a las pequeñas y medianas. Todos, cual más, cual menos, dicen que la disparidad en la distribución del ingreso es un problema serio, que produce mala calidad de vida, malestar social, inestabilidad política y compromete el crecimiento económico. Todos reconocen que la pobreza, los bajos salarios, la informalidad y mala capacitación laboral son problemas reales para crecer más rápido y de manera más justa. El mundo del trabajo demanda de medidas como un salario mínimo digno, transferencias condicionadas, subsidios y apoyos a las pymes, reforma tributaria y, por sobre todo, fortalecer el sindicalismo y la negociación colectiva. Junto con un mejor subsidio de desempleo las reformas laborales indicadas harían posible acordar una mayor adaptabilidad del mercado laboral, como lo demandan las economías más abiertas que quieren ser productivas y competitivas. Empresarios y economistas destacan las deficiencias en materia de infraestructura y energía. ¿Es necesario seguir?

El punto es que para tomar las decisiones que hay que adoptar para romper los nudos gordianos del desarrollo, necesitamos instituciones políticas más fuertes, es decir, con más legitimidad y eficacia a la hora de tomar, implementar y evaluar decisiones difíciles. Si la abstención en las elecciones municipales resulta ser igual o superior a las elecciones pasadas, todos perderemos.  

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