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Eventos climáticos (y políticos) extremos
Lun, 20/08/2018 - 08:26

Farid Kahhat

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Farid Kahhat

Peruano, doctor en Relaciones Internacionales, Teoría Política y Política Comparada en la Universidad de Texas, Austin. Fue comentarista en temas internacionales de CNN en español, y actualmente es profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la PUCP (Perú) y analista internacional.

No es que careciéramos de advertencias sobre la profusión de eventos climáticos extremos en 2018 a nivel mundial. Un reciente reporte de la NASA sostenía que 2017 fue el año más caluroso jamás registrado, seguido por el 2016. En su “Informe Global de Riesgos 2018”, el Foro Económico Mundial sostenía que el mayor riesgo que enfrentaría el planeta este año serían los efectos del “clima extremo”.

Sin embargo, la confluencia de reportes de esa índole con el tipo de eventos climáticos que predicen no bastó para persuadir a quienes creen que el “Cambio Climático” no es un hecho, sino un mito producto de una conspiración urdida por la comunidad científica. Pero ya no es sólo la comunidad científica la que constata los estragos que causa el cambio climático producido por la actividad humana. Lo hacen también empresas cuya rentabilidad depende en parte de la magnitud de esos estragos. Por ejemplo, la empresa de reaseguros Munich Re, que en un reporte señala que el número de eventos climáticos extremos en 2010 era más del triple que el número registrado en 1980. Lo cual sugiere que las primas de seguro que protegen contra ellos crecerán exponencialmente.

Esa cifra, a su vez, cae dentro de las previsiones de la literatura que intenta explicar la incidencia de eventos climáticos extremos. Es decir, las investigaciones que, conscientes de que cada evento climático extremo obedece a condiciones particulares, intentan establecer patrones que permitan explicar la probabilidad de que ocurran. Por ejemplo, el investigador Myles Allen sostiene que, dado que los cambios en el clima duplican la probabilidad de que un evento ocurra, ello podría interpretarse como que el cambio climático explica la mitad de su ocurrencia. 

Pero si se parte de la premisa de que el cambio climático no existe, entonces nos quedamos sin una explicación plausible para la mayor incidencia de eventos climáticos extremos en años recientes. Y tal vez no exista mayor prueba de que quienes cuestionan la tesis del cambio climático no están motivados en lo absoluto por un afán de contribuir al conocimiento que la siguiente: sus intentos por explicar desde una perspectiva científica el hecho comprobable de que el número de eventos climáticos extremos se ha multiplicado varias veces en décadas recientes son virtualmente inexistentes. Admitir, por ejemplo, que la temperatura media del planeta sube, pero no como producto de la actividad humana sino de una mayor emanación de rayos solares, no constituye explicación alguna si no se hace el menor esfuerzo por demostrarlo.

Es decir, quienes niegan por igual la historia o el cambio climático (que, habitualmente, son los mismos), constituyen una reencarnación de la condesa Diana en la comedia de Lope de Vega “El Perro del Hortelano”: se dedican con fruición a negar la causa postulada por sus presuntos rivales para un problema que admiten como real (el incremento en la temperatura media del planeta), pero sin ofrecer a cambio una explicación alternativa.

La consecuencia política de esa actitud resulta obvia. Si por ventura (ya que no por conocimientos), resultaran tener razón, no ofrecen ninguna solución al problema. Pero si, como sostienen cerca de un 99% de las investigaciones académicas, resultaran estar equivocados, habrán contribuido a impedir que se apliquen las soluciones postuladas por la comunidad científica (por ejemplo, la reducción en las emisiones de gases de efecto invernadero).

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