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A favor de Hidroaysén
Mié, 18/04/2012 - 08:48

Pablo Torche

A favor de Hidroaysén
Pablo Torche

Pablo Torche es psicólogo educacional de la Universidad Católica de Chile y Magíster en Literatura Inglesa de la Universidad de Londres. Es consultor en temas de educación y fundador del portal educacional Mejor Educación. Ha obtenido en dos ocasiones el Premio del Consejo Nacional del Libro en Chile, por los volúmenes de cuentos Superhéroes y En compañía de actores. Su última novela es Filomela (Planeta-Emecé).Cuenta Twitter: @PabloTorche

¿Desde cuándo no estar en contra de una central hidroeléctrica debería ser fascista o totalitario? Voy a ser sincero y taxativo: no me compro el discurso hegemónico y  a mi juicio instrumentalizado que presenta a Hidroaysén como el mayor apocalipsis medioambiental que afectará a Chile.

En el último año no he conocido a nadie que comparta esta opinión, lo que no debería resultarme tan extraño, pues tampoco he conocido a nadie que apoye al gobierno de Sebastián Piñera, pese a que se supone que todavía queda un 25% de chilenos que aún le tiene fe (lo que, de ser cierto, me parece una cifra estratosférica). Pero lo que sí me sorprende e irrita es que me traten de intolerante, totalitario e incluso fascista (me salto los epítetos asociados) cada vez que aventuro una opinión que puede considerar, aunque sea como una hipótesis, que construir Hidroaysén no es tan negativo. Vuelvo a preguntar: ¿desde cuándo no estar en contra de una central hidroeléctrica es fascista o totalitario?

Hasta antes de que comenzara el conflicto estudiantil en el país, un cisma que reorientó la movilización social en un sentido -a mi juicio- mucho más provechoso, las marchas contra Hidroaysén eran las más multitudinarias que se habían visto en Chile en varios años, y tengo que decir con todas sus letras que esto también me parecía enormemente sospechoso. Por supuesto que cada quien está en su derecho de protestar por lo que desee y no me cabe duda que hay decenas de ecologistas muy informados y consecuentes, pero el hecho de que la mayor movilización social del país tenga como lei motiv protestar contra la construcción de una central hidroeléctrica, después de que se han construido decenas de termoeléctricas a carbón en el país, me resulta, por decir lo menos, sorprendente.

Como los chilenos tenemos la costumbre de convertirnos rápidamente en expertos técnicos de cualquier tema que ocupe la agenda pública, me ha tocado participar durante el último año en una serie de discusiones de sobremesa en las que vuelan conceptos tales como energías renovables, centrales de pasada, consumo energético de la gran minería y diversos guarismos relacionados con los watts, entre otros. Y siempre mi postura en estos espontáneos ejercicios de debate ciudadano (completamente minoritaria, por no decir suicida) es la siguiente: Hidroaysén tendrá una capacidad de  2.700 MW. ¿Vamos a generar esta cifra con energía eólica o solar? No. La mayoría de los países latinoamericanos producen menos del 1% de su energía por esta vía, los más adelantados llegan al 5%. Las naciones más avanzadas del mundo al respecto, como España o Dinamarca, alcanzan alrededor del 20%. Aún cuando Chile igualara esta meta (lo que me parece improbable), ¿qué vamos a hacer con el 80% restante? Las centrales hidroeléctricas de pasada (que no inundan), producen alrededor de 20 MW, por lo tanto, se necesitarían más de un centenar para equiparar la producción de Hidroaysén. Peor aún, el impacto ambiental evidentemente sería mucho mayor y, además, ¿en qué región las haríamos?

Respecto a la Patagonia –y siguiendo con mis impopulares opiniones-, tuve el privilegio de conocerla (hay que decir “privilegio” y ocupar este tipo de expresiones suntuosas, ahora que se ha transformado en una especie de edén terrenal). En realidad, es muy bonita, un paisaje lunar, muy distinto del resto de Chile, mucho más amplio; sin cordillera, la vista se pierde en la distancia.

Así como el paisaje, lo otro que me pareció distinto del resto de Chile es el tipo de turismo que atrae esta zona, donde se levantan unos pocos campings improvisados para los turistas “normales”, y una serie de lodges hiper exclusivos para los visitantes del primer mundo, quienes llegan para pescar tranquilos en los lagos y ríos, y obviamente sin ver ninguna torre de alta tensión.

La verdad, comparto que no es agradable que un lago artificial inunde 0,1% de este ingente paraíso terrestre, y que los reflejos metálicos de un cableado remoto, hundido en la lontananza, encandile a algún ave ignota, probablemente de pecho morado, aunque en realidad, si soy honesto, mentiría si dijera que esta afrenta me quita el sueño. Mucho más me preocupan las diez centrales termoeléctricas que vamos a tener que hacer en otras zonas del país, o los miles de molinos (y esos sí que matan pájaros y hacen ruido) o las miles de placas solares con las que habría que sembrar el desierto florido para producir un centésimo de la capacidad de Hidroaysén.

Más o menos en este punto de la acalorada discusión (en la que sin duda no me llevo la mejor parte) escucho siempre el mismo argumento: tampoco hay que construir centrales termoeléctricas, ni siquiera tantos molinos o placas solares; lo que hay que hacer es cambiar el paradigma: apaguemos la luz, aprendamos a vivir con menos energía, volvamos a lo esencial.

La verdad, este último argumento me parece muy poco serio. Es como decir: no hagamos más líneas de Metro para evitar los tacos, cambiemos el paradigma: vámonos trotando al trabajo, o en bicicleta (lo que sí me parece mejor idea). O no subamos los impuestos para proveer educación y salud digna, cambiemos el paradigma: que todos aportemos solidariamente lo que podamos, mejor aún, que donemos parte de nuestro tiempo en trabajo de voluntariado.

Honestamente, creo que esto es una “mamada” y una falta de respeto para las personas que están metidas en tacos o que todavía tienen la esperanza de vivir en un país más equitativo, con una mejor educación y salud. No vamos a cambiar el paradigma; vamos a llenarnos de tacos y a seguir teniendo una educación y salud indigna. Así que dejemos el cuento del cambio de paradigma para las conversaciones de sobremesa y las salidas de camping, y cuando llegue el momento de las políticas públicas subamos los impuestos y hagamos más metros (y ojalá subterráneos).

¿Significa esta encendida diatriba que pienso que todos los chilenos que rasgan vestiduras por Hidroaysén, y que piensan que será un desastre ecológico, están equivocados o, aún peor, manipulados por grupos de poder que endiosan la Patagonia? La verdad, sí, es más o menos eso lo que pienso. Lo lamento si molesto a alguien con esta opinión pero, si no la dijera, lo pensaría de todos modos. ¿Cuál seria el sentido de callarla entonces?

Me parece muy bien y hasta encomiable que un grupo se organice por una causa y la defienda, pero no tanto cuando cualquiera que sostiene una opinión disidente es tachado de totalitario o intolerante. Tampoco cuando se silencian puntos de vista divergentes, ya que se monopoliza el debate, en este caso, ocultando que el rechazo a Hidroaysén puede terminar trayendo más contaminación para Chile, hacia zonas donde habitamos muchos más chilenos y menos turistas de lujo. Todo esto, sobre la base de un discurso seudo apocalíptico, financiado por empresarios extranjeros que tienen intereses y terrenos en la zona. Así que pregunto directamente: ¿no nos estarán metiendo el dedo en la boca?

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