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A pesar del golpe, la política exterior turca se mantendrá sin cambios
Lun, 25/07/2016 - 10:14

Esther Shabot

Amos Oz, más allá de la literatura
Esther Shabot

Esther Shabot Askenazi es licenciada en Sociología de la UNAM (1980, México), con estudios de maestría en Sociología en la UNAM y con especialización en Estudios Judaicos en la Universidad Iberoamericana (1982-1985). De 1983 a 1986 fue colaboradora semanal del periódico "El Nacional", tratando asuntos del Oriente Medio. Desde 1986 hasta la fecha es editorialista semanal en el periódico Excélsior, donde trata asuntos internacionales.

Una de las muchas preguntas que surgieron a raíz del fallido golpe de Estado que pretendió derrocar al gobierno de Erdogan, se refirió a los posibles cambios que podrían modificar la política exterior turca. En la medida en que internamente hubo miles de arrestos y destituciones, lo mismo que la imposición del estado de emergencia, han proliferado los análisis que consideran que la parte secular del país que se supone constituyó el núcleo de la insurrección, queda ahora en franca desventaja ante el proyecto islamista que ha guiado a los sucesivos gobiernos encabezados por Erdogan. De ahí que estén proliferando comentarios de que Turquía se encamina a convertirse en una nación regida cada vez más por la sharia o ley islámica, con su consecuente aislamiento respecto de Occidente. El proyecto sería entonces volcarse hacia el mundo islámico respecto del cual pretendería ejercer un liderazgo que le devuelva el esplendor de los tiempos del Imperio Otomano.

Sin embargo, los datos que presenta la economía turca muestran pocas posibilidades de que eso suceda. Tan sólo el sector turismo le significa al país un ingreso anual de 30 mil millones de dólares, siendo la cifra de turistas rusos de 4 millones, mientras que, en comparación, la de los países árabes del Golfo es tan sólo de 200 mil. Por otra parte, Europa es el principal socio comercial de Turquía. Desde que a mediados de la década de los 90 Ankara firmó un acuerdo comercial con la Unión Europea, se cuadriplicó la fuerza de la economía turca, la cual se ubica en el lugar 17 de la lista de los países del G-20. Además, como antiguo miembro de la OTAN sus nexos militares, de inteligencia y de seguridad con Occidente forman parte de su perfil básico por lo que difícilmente el régimen de Erdogan, por más valores islamistas que pretenda fortalecer o introducir en la vida cotidiana de su pueblo, seguirá anclado a Occidente en función de criterios y necesidades pragmáticas.

Y eso es algo que ciertamente ha formado parte de la personalidad de Erdogan. Si bien su prioridad máxima es permanecer en el poder, a diferencia de otros dictadores como por ejemplo Nicolás Maduro, quien también se aferra a continuar gobernando a toda costa, el presidente turco sabe que sin una prosperidad económica sostenida sus oportunidades de mantenerse él y su partido en el poder se verían seriamente disminuidas. Por ello, en cuestiones de política exterior, Erdogan ha mostrado una y otra vez su capacidad de acomodarse a las cambiantes realidades según soplan los vientos. Así como se distanció notablemente de Israel hace años y rompió con Rusia hace poco, acabó reconciliándose con ambas naciones en las últimas semanas en función sobre todo del costo económico y geoestratégico que le significaban esas relaciones perdidas. De igual manera no estuvo dispuesto a llegar muy lejos en su indignación con Alemania por el reconocimiento del Parlamento germano al genocidio armenio perpetrado por los turcos. Concuerdan con ese cuadro de oportunismo los fuertes rumores de que Turquía estuvo comprando petróleo barato al Estado Islámico, no obstante su postura oficialmente comprometida con el combate a esa organización radical.

Puede afirmarse así que Erdogan ha sido un político que si bien maneja una agenda de incorporación cada vez mayor de valores islámicos en la vida pública, está consciente del límite al que puede llegar en ese camino. Su pragmatismo a ultranza le deja espacio para realizar las enormes purgas que han seguido a la intentona golpista, pero también lo obliga a mantenerse en buenos términos con la mayor parte de la comunidad internacional con la que sostiene relaciones de todo tipo, imprescindibles para continuar dirigiendo los destinos de Turquía.

*Esta columna fue publicada originalmente en Excélsior.com.mx.

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