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¿Por qué la ciencia política no previó los cambios del mundo árabe? (II)
Mié, 06/06/2012 - 18:05

Farid Kahhat

Las buenas noticias que trae el fallido atentado a Times Square
Farid Kahhat

Peruano, doctor en Relaciones Internacionales, Teoría Política y Política Comparada en la Universidad de Texas, Austin. Fue comentarista en temas internacionales de CNN en español, y actualmente es profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la PUCP (Perú) y analista internacional.

 El mayor problema no es que los politicólogos no pudieran prever las revueltas en el mundo árabe, o sus consecuencias (V., el derrocamiento de varios regímenes). Es más bien que sus investigaciones indujeron a pensar que la probabilidad de que esas revueltas (y sus consecuencias) tuvieran lugar era absolutamente marginal. De hecho, en ocasiones lo dijeron de manera explícita. Debemos por ejemplo a la hidalguía de F. Gregory Gause III recordarnos la recomendación que hiciera al gobierno de su país durante el otoño de 2005: “Yo argumenté que los Estados Unidos no debían alentar la democracia en el mundo árabe porque los aliados autoritarios de Washington representaban una apuesta estable a futuro”. A su vez el “Índice de Estados Fallidos” de 2011 auspiciado por la revista Foreign Policy, colocaba a Túnez y Libia respectivamente en los puestos 108 y 111, en un ranking de 177 países: es decir, dos países árabes en donde el viejo régimen fue derrocado ese mismo año. Si bien es cierto que el Índice de Estados Fallidos no pretende ser un modelo predictivo, sí pretende de manera explícita ser un insumo para la toma de decisiones en Washington, en cuyo caso, basados en él, los tomadores de decisiones jamás habrían reparado en lo que ocurría en esos países. 

Hounshell sostiene que los datos agregados (como aquellos que emplea el índice), tampoco permiten prever hechos como un “efecto demostración”. Pero sí, como sugiere esa afirmación, la presencia de un efecto demostración contribuiría a explicar la propagación de las revueltas, entonces la posibilidad de que ese efecto se produzca debiera ser una variable a explorar cuando estudiamos la estabilidad política en el mundo árabe. Es cierto que se trata de una variable cuya presencia sería difícil de identificar o, una vez identificada, de operacionalizar. Pero de existir razones para suponer que tiene alguna capacidad explicativa, el que sea una variable difícil de cuantificar o modelar debería ser una consideración secundaria. Y Gause sugiere que existió un efecto demostración, el cual asocia con un nuevo tipo de panarabismo. Como él mismo indica, “Los activistas e intelectuales árabes siguieron con detenimiento en 2009 las protestas del Movimiento Verde en Irán, pero ningún árabe salió a las calles para emular a sus vecinos iraníes. Sin embargo en 2011, un mes después de que un vendedor de frutas en Túnez se prendiera fuego, el mundo árabe estaba envuelto en revueltas”. De hecho, ese no es el único ejemplo posible de un efecto demostración que tiene como ámbito exclusivo de incidencia el mundo árabe: pese a ser objeto de una condena mayoritaria en los países árabes, la invasión y ocupación de Afganistán en 2001 no produjo en ellos movilizaciones de protesta significativas. Movilizaciones que sí tuvieron lugar cuando se produjo la invasión y ocupación de un país árabe como Irak en 2003. 

 Al igual que en el caso de Bolivia a inicios del siglo XXI, la importancia que la literatura académica concede al diseño institucional como explicación de la estabilidad política y la eficacia en la gestión gubernamental podría ser parte del problema. En décadas recientes Bolivia constituye un ejemplo de las posibilidades que ofrece un mejor diseño institucional dentro de un régimen presidencial, pero también de sus limitaciones. Por ejemplo, autores como Josep Colomer sostenían que, gracias a las reformas constitucionales de principios de los 80 (V., segunda vuelta presidencial en el Congreso, proceso de descentralización política, combinación del sistema electoral de representación proporcional con el sistema mayoritario, entre otros), Bolivia había pasado de ser un país con más golpes de Estado que años de independencia, a ser un país con una estabilidad política perdurable. Pero cuando el gobierno del presidente Sánchez De Lozada llegó a su abrupto final en medio de masivas movilizaciones de protesta, el propio Colomer sostuvo durante una conferencia en noviembre de 2003 que ese desenlace no se debía a fallas en el diseño institucional, sino a la presunta "inviabilidad estructural" del país. Ahora bien, si la “inviabilidad estructural” (como quiera que se defina), es una variable con mayor capacidad explicativa que el propio diseño institucional cuando se trata de entender la estabilidad política en Bolivia, cabría preguntarse por qué no fue incorporada en el análisis. La respuesta parece ser que (como un probable “efecto demostración” en el caso de las revueltas en el mundo árabe), se trata de una variable menos proclive a un trato formal y cuantitativo (y menos “política”, strictu sensu), que las variables referidas al diseño institucional. Lo cual sugiere un problema de fondo con esa forma de abordar la investigación académica: en lugar de que la pregunta de investigación guíe la selección del método, es el método el que define cuales son las posibles preguntas de investigación que deberían considerarse relevantes.

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