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¿Quién apoya a los refugiados sirios?
Dom, 13/04/2014 - 11:01

Esther Shabot

Amos Oz, más allá de la literatura
Esther Shabot

Esther Shabot Askenazi es licenciada en Sociología de la UNAM (1980, México), con estudios de maestría en Sociología en la UNAM y con especialización en Estudios Judaicos en la Universidad Iberoamericana (1982-1985). De 1983 a 1986 fue colaboradora semanal del periódico "El Nacional", tratando asuntos del Oriente Medio. Desde 1986 hasta la fecha es editorialista semanal en el periódico Excélsior, donde trata asuntos internacionales.

Tres años han pasado desde que comenzó la rebelión siria contra el régimen de Bashar al-Assad y el incontenible flujo de quienes huyen del escenario terrorífico de la guerra sigue incrementándose. Las últimas cifras referentes a los refugiados y desplazados nos recuerdan algunos de los peores episodios vinculados con los genocidios más atroces del siglo XX. Fuentes especializadas en este tema señalan que Líbano, de por sí agobiado por su fragmentación demográfica y su compleja problemática política, alberga un millón de refugiados sirios en áreas que están a punto de colapsarse, ante el peso de esta multitud de recién llegados en condiciones más que precarias. Jordania y Turquía han recibido, cada una de ellas, 600 mil refugiados, mientras que otra nación árabe, Argelia, ha asilado a 35 mil.

Entre los países europeos sólo Alemania y Suecia han respondido generosamente a las peticiones del Alto Comisionado de la ONU para los refugiados, aceptando cada uno de ellos a 60 mil refugiados sirios. Distintas han sido las respuestas de Austria, Francia e Inglaterra, quienes han manifestado su disposición a recibir tan sólo 500 refugiados cada uno, al tiempo que España ha puesto su límite en 130. Grecia, por su parte, ha construido una alambrada de púas a manera de barda de separación a lo largo de diez kilómetros de frontera con Turquía, con objeto de detener el paso de quienes pretenden ingresar a su territorio.

Uno de los pocos resquicios por donde se han podido colar cerca de diez mil desesperados sirios que buscan escapar de los horrores de su país es una franja de un kilómetro en el sureste de Bulgaria a lo largo de la frontera turca. Se trata de gente que, con la ilusión de llegar eventualmente a Alemania, ha pagado a contrabandistas entre US$400 y US$500 por persona para ser introducidos a este país, el más pobre de la Unión Europea, con 13% de desempleo y un ingreso promedio per cápita de 350 dólares mensuales. Sin embargo, esta población se halla en una situación desesperada, ya que no existe ningún plan gubernamental ni de agencia internacional alguna para ayudar a su sostenimiento, aunque sea temporalmente. Es más, sus penurias económicas se ven agravadas por un clima xenófobo inocultable. En estas condiciones, el partido político búlgaro “Ataka”, caracterizado por su antiarabismo, antisemitismo y antirumanismo y poseedor de 23 bancas en el Parlamento, ha visto crecer su popularidad en estos últimos tiempos gracias a su aprovechamiento de la cuestión siria para sustentar un discurso nacionalista extremo en su beneficio. Como está ocurriendo en diversas naciones europeas donde los partidos de extrema derecha están obteniendo ganancias electorales insólitas, es justo la explotación de los temores, prejuicios y estereotipos cultivados durante años ante fenómenos como el de los inmigrantes y los refugiados, lo que constituye su palanca de empuje dentro de la opinión pública. En ese sentido, el caso búlgaro no es la excepción.

Hace unos días, el mundo recordó el genocidio de Ruanda, con motivo de cumplirse 20 años de su ejecución. En el recuento de lo ocurrido entonces se señalaron culpables directos e indirectos, negligencias, pasividades y falta de compromiso de actores internacionales para detener las matanzas. Cabe preguntarse ahora, en relación al trágico caso sirio, cuya solución se mira aún lejana, cuál será el juicio que en el futuro recaerá sobre quienes han estado y aún están en posibilidad, no ya digamos de resolver este complicado conflicto, sino al menos de extender una mano amiga temporal a la inmensa población civil víctima de las atrocidades de guerra tan conocidas y documentadas.

*Esta columna fue publicada originalmente en Excelsior.com.mx.

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