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Rusia va a la guerra: ¿cuáles son sus consecuencias?
Vie, 25/02/2022 - 10:09

Michele Testoni

Rusia va a la guerra: ¿cuáles son sus consecuencias?
Michele Testoni

Profesor asociado de IE School of International Relations. También es profesor invitado en el Global Economy and Social Affair Master (GESAM).

La ofensiva militar rusa en Ucrania abre una nueva etapa –que podría definir como neoconservadora– en la aspiración del presidente Vladímir Putin de que Moscú recupere su estatus de gran potencia mundial. La estrategia es clara: recrear una zona de influencia imperial rusa a través de una combinación de mercantilismo energético y la creación de un cinturón de seguridad de estados controlados por el propio Kremlin. Las ocupaciones del norte de Georgia (2008), Crimea y el este de Ucrania (2014), incluyendo las recientes misiones de “mantenimiento de la paz” en Bielorrusia y Kazajistán, nos enseñan que Rusia tiene la voluntad y la capacidad de desplegar su fuerza militar de manera creciente y con pocos obstáculos.

En este contexto, cabe preguntarse quién tiene las mayores responsabilidades de esta escalada de tensiones y cuáles son los objetivos rusos a medio y corto plazo. Por un lado, es preciso recordar que el juego político, especialmente a nivel internacional, está hecho por dinámicas de acción y reacción, tanto en términos de intereses particulares como de relatos normativos o identitarios. El deseo de muchos países de la OTAN y de la misma Ucrania de incluir formalmente a Kiev en el mundo occidental ha sido tan fuerte como la pretensión de Rusia de garantizar sus intereses en su “exterior cercano” (near abroad).

No obstante, lo que es totalmente injustificable es la profanación de la soberanía ucraniana: una agresión deliberada contra las normas fundamentales del derecho internacional. Un crimen, como lo fue la invasión angloamericana de Irak de 2003. No cabe ningún tipo de justificación para Putin y su grupo de poder: la lógica de excusar a Rusia, culpando a Estados Unidos y la OTAN, equivale a absolver el violador porque su víctima vestía provocativamente.

En cuanto a los objetivos rusos, somos testigos de que la opción peor es realidad: ya no una escalada controlada de las tensiones, y ni siquiera el reconocimiento de la independencia de las autoproclamadas repúblicas del este de Ucrania, Donetsk y Lugansk; sino una intervención militar tradicional cuyo propósito es derrocar al presidente Zelensky e instaurar un gobierno prorruso, reprimiendo la disidencia popular si es necesario. Es decir, transformar Ucrania en una nueva Bielorrusia. Y es muy probable que lo consiga. Pero, ¿en cuánto tiempo? Sobre todo, ¿a qué precio?

En efecto, es hora de pensar en las múltiples consecuencias de esta guerra. En el corto plazo, la ofensiva rusa corre el riesgo de extenderse a los países limítrofes, la mayoría de ellos son miembros de la OTAN, desencadenando un conflicto, regional y global, entre potencias nucleares. La amenaza de desestabilización de la seguridad mundial es también real: una aceleración de la nueva carrera de armamentos, especialmente en el sector de las nuevas tecnologías (misiles supersónicos, ciberataques, inteligencia artificial, etc.), y el fortalecimiento del cerco chino sobre Taiwán parecen los escenarios más probables.

Pero los peligros son también de naturaleza económica. La guerra, sobre todo si es prolongada, puede ser un golpe tremendo para la recuperación post-COVID y, por tanto, dañar en profundidad los frágiles tejidos de nuestras sociedades tan duramente tensionados en los últimos años. La incertidumbre financiera y la volatilidad de los precios son ingredientes muy potentes para poner en marcha una enésima crisis de la economía real. Además, hay que añadir los efectos de la probable ola migratoria de ciudadanos ucranianos hacia Europa: ¿cuántos serán? ¿Sabrá la UE estar a la altura de sus desafíos?

Al mismo tiempo, es preciso preguntarse qué efecto tendrán las sanciones occidentales contra Moscú. Por ejemplo: ¿Rusia será finalmente excluida del sistema SWIFT? ¿Las sanciones serán suficientes para parar la invasión? ¿Lograrán poner en marcha un proceso de rebelión popular en Rusia y sus países aliados? O al revés, ¿China y otros países conseguirán aliviar la dureza de las sanciones occidentales? De esta forma, ¿Rusia se convertiría en un cliente de China?

Por último, es necesario imaginar qué consecuencias se pueden producir en regiones del mundo, en particular América Latina. Por un lado, las economías exportadoras, sobre todo de petróleo y otras materias primas, podrían beneficiarse de la subida de los precios y ser percibidas como una buena opción para incrementar proyectos de inversión extranjera directa. A la vez, los regímenes antiestadounidenses como Cuba, Nicaragua y Venezuela podrían tener la tentación de incrementar sus vinculaciones políticas y militares con Moscú y Pekín.

Sin embargo, esta guerra puede representar un arma a doble filo muy peligrosa. Hay al menos tres factores que deben tenerse en cuenta. Primero: las repercusiones negativas de la subida del precio del petróleo para las economías importadoras, posible origen de nuevas tensiones sociales y políticas. Segundo: la volatilidad de los precios y, por tanto, el riesgo de una huida de capitales hacia Estados Unidos y el dólar. Tercero: un mayor protagonismo de política exterior a favor de Rusia y China no sólo podría representar una brecha del Tratado de Tlateloco de 1967, sino una fuente más de tensiones internas e internacionales debido a la posible reacción norteamericana.

La situación es muy dinámica y precaria y, lamentablemente, debemos considerar todas las opciones, incluso las peores.

 

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