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Zimbabue sin Mugabe
Lun, 27/11/2017 - 08:26

Farid Kahhat

Las buenas noticias que trae el fallido atentado a Times Square
Farid Kahhat

Peruano, doctor en Relaciones Internacionales, Teoría Política y Política Comparada en la Universidad de Texas, Austin. Fue comentarista en temas internacionales de CNN en español, y actualmente es profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la PUCP (Perú) y analista internacional.

Cuando se piensa en hitos históricos en materia de hiperinflación habitualmente viene a la mente el caso de Alemania tras la Primera Guerra Mundial. Tal vez se deba a su duración, a la importancia relativa de Alemania en la economía mundial o al hecho de que el caos asociado con la República de Weimar (incluida la hiperinflación) explica el triunfo del fascismo en ese país. Pero no se debe a la dimensión de la hiperinflación. Según la tabla mundial Hanke-Krus, la mayor hiperinflación registrada en los últimos dos siglos fue la de Hungría inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial. Le sigue en orden de magnitud la que tuvo lugar en Zimbabue entre 2007 y 2008.

La siguiente secuencia ofrece indicios para entender cómo se llegó a esa situación. Para afrontar desequilibrios macroeconómicos, en los años noventa el gobierno de Zimbabue aplica políticas de ajuste estructural bajo patrocinio del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Al margen de la discusión sobre sus efectos de largo plazo, es innegable que el efecto inmediato de esas políticas es reducir el estándar de vida de cuando menos parte de la población (como muestran los estudios que publicó la Unicef sobre la reducción en los fondos, la cobertura y la calidad de los servicios de salud pública).

El subsiguiente descontento social tuvo distintas expresiones, la más importante de las cuales fue la primera derrota electoral significativa del régimen del ZANU-PF (siglas en inglés del partido oficial), presidido por Robert Mugabe. Fue en el referendo de 2000 para aprobar una nueva constitución que, entre otras cosas, pretendía fortalecer el poder presidencial. El principal mecanismo al que recurrió el régimen del ZANU-PF para afrontar ese descontento fue un proceso de toma de tierras que terminó beneficiando más a los mandos militares que a los campesinos. La reducción en la producción agropecuaria contribuye a explicar las caídas de más de 15% del PIB que experimentó Zimbabue durante esa década. Ello a su vez implicó una caída en las exportaciones en una economía con altos niveles de deuda pública externa, razón por la cual no existían divisas suficientes para importar los bienes que dejaron de producirse a nivel local. Ese es el contexto en el que se produce la hiperinflación antes mencionada.

Para explicar cómo pudo subsistir un régimen que destruyó la economía de su propio país, parecería útil recurrir a una de las conclusiones de un estudio pionero sobre transiciones a la democracia (el de O’Donnell, Schmitter y Whitehead en los ochenta): salvo que sea derrocado por la fuerza, una condición necesaria para la transición desde un régimen autoritario hacia una democracia representativa es la división en la coalición que sostiene a ese régimen. La paradoja es que la división dentro de la élite gobernante, que jamás pudieron propiciar la oposición o la crisis económica, fue creada desde el gobierno por el propio Mugabe. Al intentar convertir un autoritarismo relativamente institucionalizado en una dinastía familiar, Mugabe alienó a dirigentes políticos y militares que fueron sus aliados desde la guerra de independencia.

Otra paradoja es que la única esperanza de democratización (aunque una bastante tenue) radicaría ahora en que esa división dentro de la élite gobernante se profundice, incitando a la facción que derrocó a Mugabe a buscar respaldo en la oposición para consolidar el cambio político.

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