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Incertidumbres de un BRICS quinceañero
Mié, 30/08/2023 - 14:00

Ángel Alonso Arroba

Cumbre de las Américas: menos resetear y más actuar
Ángel Alonso Arroba

Vicedecano de IE School of Politics, Economics and Global Affairs en IE University

Pocas tradiciones tienen un carácter más pan-latinoamericano que la fiesta de los 15 años, celebrada a lo largo y ancho de casi todos los países del continente, así como por las comunidades latinas en el exterior. Con origen en las grandes culturas precolombina, pero ejemplo de sincretismo, la costumbre simboliza el tránsito entre la infancia/pubertad y la edad adulta.  

Los BRICS acaban de celebrar su particular fiesta de los 15 años hace unos días en Johannesburgo. La creciente relevancia de este foro se refleja en el interés mediático que ha despertado su cumbre anual, y que ha crecido progresivamente desde la primera cita en 2009 en Ekaterimburgo. ¿Está el grupo en el umbral de su madurez? 

No faltan los análisis que aluden a un cambio en la geopolítica internacional y la voluntad de los BRICS de constituirse en un nuevo vértice de la gobernanza global. Más allá de los líderes de las cinco potencias –salvo la ausencia de un Vladimir Putin temeroso de ser detenido como consecuencia de la orden de arresto de la Corte Penal Internacional que pesa sobre él—, ha llamado la atención la presencia de cuarenta líderes en Johannesburgo, muchos de ellos deseosos de sumar a sus países a este exclusivo club. La pujanza del bloque es una realidad innegable, que clama cada vez más peso en el orden internacional.  

No obstante, la cumbre auspiciada por el presidente Ramaphosa nos deja algunos interrogantes sobre el derrotero que tomarán los BRICS en esta transición desde la adolescencia a la edad adulta, lo cual en buena parte determinará el éxito futuro de esta asociación. Resaltaremos cuatro. 

En primer lugar, la cuestión de la membresía ha estado sin duda en el centro de la agenda y constituye el principal resultado de la Cumbre. Seis nuevos países –Arabia Saudí, Argentina, Egipto, Emiratos, Etiopía e Irán— han sido invitados a incorporarse como miembros de pleno derecho a partir del próximo año. Más allá de las muchas lecturas que pueda generar esta lista por su eclecticismo y por incorporar tanto a rivales regionales (Irán, Arabia Saudí, Emiratos) como a países que atraviesan dificultades económicas (Argentina) e incluso conflictos abiertos (Etiopía), cabe preguntarse por el valor añadido que tiene para un grupo de cinco países que hoy en día suponen un 32% de la economía global el integrar a otros a seis que sólo representa un 3,2% de la misma. 

Es evidente que han primado consideraciones tanto geopolíticas (China reafirmando su nuevo papel de gran pacificador global) como financieras (liquidez y músculo de los países del Golfo), energéticas (potencias petroleras) y de equilibrio entre regiones. Pero sigue sorprendiendo que un país como Indonesia no esté esta lista (al parecer por decisión propia). De igual modo, duplicar el número de miembros sin ajustes institucionales y de gobernanza puede dificultar la capacidad de acción futura del bloque, máxime si tenemos en cuenta la diversidad y complejidad de las realidades políticas de los nuevos miembros. Resta por ver si tanto esta expansión como las que se anuncian para el futuro inmediato verdaderamente refuerzan a esta asociación, que para empezar tendrá que buscar otro nombre para reflejar su nueva realidad. 

La segunda incógnita que se abre estriba en el enfoque y prioridades del bloque. Con nuevos miembros, es probable que se vayan ampliando la agenda y temas a tratar, al aumentar el número de sensibilidades. Esto no tiene que ser necesariamente negativo, pero sí puede traducirse en una pérdida de enfoque, como ha ocurrido ya con actores como el G20. Además, tener más asientos a la mesa no facilita el proceso de toma de decisión por unanimidad.  

La Cumbre de Johannesburgo ha evidenciado la dificultad que tienen los BRICS para avanzar en cuestiones concretas, más allá de las grandes declaraciones. La búsqueda de una mayor autonomía financiera es un buen ejemplo. Si bien se ha avanzado en las transacciones comerciales en divisas propias y sistemas de pago alternativos, quedan lejos los planes de impulsar una moneda común o de sustituir al dólar como mecanismo de pago en muchos intercambios bilaterales entre los miembros. Gran parte del futuro de los BRICS la dirimirá, su capacidad de mostrar resultados concretos en dosieres específicos.  

En tercer lugar, cada vez emerge con mayor fuerza una rivalidad por la hegemonía interna dentro del grupo. Si hace 15 años el peso se dirimía entre una Rusia en declive y una China en auge, cada vez es más evidente que el principal contrapeso a Beijing proviene de Delhi. Johannesburgo ha supuesto la consagración de India como un rival cada vez más desacomplejado. La coincidencia de la cumbre con el alunizaje indio ha supuesto un nuevo espaldarazo en las aspiraciones de Modi por posicionarse como un líder global, preparando el camino para su gran puesta de largo como anfitrión de la próxima Cumbre del G20. El subrepticio pulso diplomático que ha mantenido con Xi a lo largo de todo el encuentro, sin llegar a plasmarse en una esperada bilateral para abordar el contencioso de la frontera en Cachemira, refleja el creciente asertividad india. La gestión de esta rivalidad entre los dos países llamados a ser el motor de la asociación determinará en gran medida su capacidad de maniobra futura. 

Por último, y muy ligado a esta lucha por la hegemonía, nos encontramos con la cuestión de la visión que los BRICS tienen de sí mismos y de su lugar en el mundo. Quizás esta es la cuestión más determinante para el devenir del grupo. China, apoyada por Rusia, lleva tiempo promocionando una visión anti-occidental que intenta proyectar a los BRICS en términos de rival del G7, una nueva fuerza geopolítica en oposición a Occidente. Pero la propia India o Brasil no interpretan esta relación en términos de oposición o conflicto. Más que una lógica de nueva guerra fría, apelan simplemente a su identidad “no-occidental” y defienden sus intereses en un mundo multipolar, sin buscar un alineamiento de bloques contrapuestos. De hecho, aspiran más bien a jugar un rol de puente entre Occidente y el llamado Sur Global que a tomar partido en uno u otro bando. 

Los BRICS enfrentan no pocos retos, comenzando por su propia diversidad y los diferentes intereses de sus miembros, a veces enfrentados. Pese a ello, la Declaración de Johannesburgo II reitera la existencia de unos valores compartidos y la voluntad de promover un sistema multilateral más pacífico, representativo, incluyente y reforzado, que impulse un desarrollo más justo y sostenible. Lamentablemente, las palabras no siempre se corresponden con los hechos, y no parece que la próxima Cumbre de 2024, con Rusia como anfitrión, encarne lo mejor de esos principios.  

El mundo, sin duda, necesita el impulso activo de los BRICS para darle un vuelco al contexto geopolítico en el que vivimos, haciendo que la cooperación prime sobre la competencia. Resta por ver si los muchos retos que enfrenta este actor quinceañero le permitirán dar este salto definitivo hacia la madurez, o si veremos una espiral de hormonal adolescencia que poco puede traer de bueno a la humanidad en su conjunto.