Ayer, López Obrador envió por Twitter un video desde la oficina que ocupó Salvador Allende en el Palacio de la Moneda en Santiago de Chile. “El ejemplo del presidente Allende marcó mi vida”, afirma el líder de Morena, y lo compara con Francisco I. Madero como otro “apóstol de la democracia”. En homenaje al Presidente chileno, AMLO se comprometió a establecer una auténtica democracia en México. No es la primera vez que escucho la admiración de AMLO por Allende. Desde luego que está en su derecho, pero tomando en cuenta que el tabasqueño puede ser nuestro próximo Presidente, vale la pena recordar el fracaso gubernamental de su héroe.
De entrada, y para que no haya dudas, advierto que de ninguna forma estoy de acuerdo ni justifico lo sucedido el 11 de septiembre de 1973 cuando una Junta Militar atacó el Palacio de la Moneda a fin de derrocar al gobierno democráticamente elegido de Allende. El resultado de dicho golpe terminó en la deleznable dictadura de Augusto Pinochet que duró 17 años. Ni Allende ni su gobierno merecían un desenlace como éste. Pero esto no puede impedirnos reconocer el desastre que fue el gobierno allendista durante tres años.
Allende fue cuatro veces candidato de la izquierda a la Presidencia. Ganó en la elección de 1970 en una reñida competencia a tercios en la que obtuvo el 36.6% de los votos. Quizá la persistencia del chileno sea un primer aspecto que admira AMLO de él: no paró hasta lograr su objetivo. Lo que me parece muy interesante es el posible paralelismo de lo que podría suceder en 2018 en México con lo ocurrido en Chile de 1970 en cuanto a la fragmentación de voto en tercios y el triunfo de un candidato en una sola vuelta con escasos votos, pero, y esto es muy importante, con un programa de muchos cambios.
Fue la primera ocasión en el mundo que un candidato marxista ganó el poder en las urnas. Desde el día uno, Allende llegó a cambiar radicalmente el statu quo con una política distributiva muy agresiva. Con la creencia de que la economía tenía capacidad ociosa, el gobierno incrementó de manera desproporcionada el gasto público. Esto generó un elevado déficit que fue financiado por dinero emitido por el banco central. Si bien el país comenzó a crecer a elevadas tasas, la inflación se fue al cielo.
Allende y su gobierno creían, y así lo hicieron, en la estatización de industrias claves. Comenzaron por la minería, en particular por la materia prima que más produce ese país: el cobre. Esto produjo incertidumbre en el sector privado. Las pequeñas y medianas empresas nunca estuvieron contempladas en la estatización, pero todos los empresarios tenían miedo de que lo mismo les sucediera generando una abierta animadversión de la clase empresarial con el gobierno.
Con un inflación cada vez más alta, que llegaría a una tasa anualizada de más de tres dígitos, Allende también cumplió con su promesa de subir agresivamente los salarios. Esto, a su vez, alimentó más la inflación. El gobierno, entonces, comenzó a fijar precios por decreto. El resultado fue la escasez de algunos bienes. A la par, los trabajadores, azuzados por los elementos más radicales del gobierno, comenzaron a irse a la huelga. Los paros se multiplicaron pasando de 977 en 1969 a tres mil 287 en 1973.
Para ese año, ya había una crisis económica que el gobierno de Allende no podía solucionar. La agitación social iba en aumento. Empresarios, Iglesia, algunos partidos opositores y los militares, con la abierta intervención del gobierno estadunidense, urdieron el plan para derrocar a Allende. Así terminó, de manera trágica, el primer gobierno marxista elegido democráticamente.
Insisto, nunca he justificado ni justificaré el golpe militar en Chile. Allende no lo merecía. Pero de que su gobierno se equivocó, no tengo duda. En su libro El quiebre de la democracia en Chile, el politólogo Arturo Valenzuela así lo resume: “No fue simplemente el resultado de una política económica errónea o una estrategia deliberada de algunos sectores del gobierno para acelerar el colapso de las instituciones burguesas. Tampoco, fue un mero producto de las fuerzas reaccionarias, quienes, en complicidad con elementos extranjeros, intentaban preservar sus privilegios a cualquier precio. Es cierto que todos estos elementos estaban presentes en mayor o menor grado. Pero el quiebre de la democracia en Chile debe comprenderse en términos más amplios. Debe entenderse como el fracaso en estructurar un centro político viable en una sociedad altamente polarizada con fuertes tendencias centrífugas”.
Si algo debe aprender López Obrador de su héroe Allende es que un gobierno no puede implementar un programa de cambios radicales sólo con un tercio de los votos, en un sistema tan fragmentado y con un centro político débil.





