César Molinas, Fundador de Multa Paucis y Javier Santiso, Profesor de Economía, ESADE Business School
España necesita cambiar su modelo productivo. Este cambio pasa por subir en la cadena de valor productiva, es decir apostar por innovación. La crisis brinda una oportunidad de resetear la economía española.
Se ha logrado vertebrar grandes empresas en la península a base de emprendimiento e innovación, incluso en sectores inesperados y condenados (nos decían) como el del textil como muestra el caso de Inditex. Sin embargo éstas son excepciones. Las recetas de los deberes por hacer son bastante conocidas.
Todos apuntamos en señalar que para ello es necesario mejor educación y más excelencia, más esfuerzos en generar más ingenieros y científicos (y que todos ellos hablen inglés), y a la vez más emprendedores junto con académicos capaces de trasladar patentes e inventos al mundo empresarial.
Las cifras también son conocidas: España dedica 1,4% del PIB a gastos de I+D, por debajo la media europea y a mucha distancia de muchos países asiáticos; mientras la holandesa Philips presenta más solicitudes al año ante la Oficina Europea de Patentes que toda España (en 2009 las empresas españolas sólo consiguieron el 1,3% del total de las patentes europeas).
Como lo apuntaba un reciente informe elaborado por Mc Kinsey y la Fundación Entrecanales, España es el país con menor capacidad de innovación dado su nivel de renta per cápita (sólo Kuwait y Grecia muestran desempeños peores para niveles de renta similares). En 23 de los 31 de los indicadores que utiliza la Comisión Europea, para evaluar la capacidad de innovación de un país, España se encuentra por debajo de la media europea.
Éste no es sólo un problema de España sino también de Europa: Estados-Unidos invierte en capital riesgo tecnológico 15 veces más que Europa, dónde apenas se movilizaron mil millones de dólares para ello en 2009. Mientras en Estados Unidos las empresas fomentadas por capital riesgo emplean 12 millones de personas, en Europa apenas llegamos a 2 millones.
Los montos invertidos son no sólo menores pero también más atomizados: en 2009 las empresas de capital riesgo invirtieron en Estados-Unidos cerca de 25 mil millones de dólares en unas 2.700 operaciones mientras en Europa a duras penas se alcanzaron los 3,4 mil millones de euros en unas 1.000 operaciones.
De manera más general, el esfuerzo global en I+D alcanza apenas 1,9% del (mermado) PIB europeo, muy lejos del de Estados-Unidos (2,8% del PIB) y ya alcanzado por China (1,7% de su floreciente PIB). En Europa el 45% de esta inversión es pública (en España llegamos al 60%), mientras en Estados-Unidos esta última sólo representa 33% del total y Japón o Corea del Sur apenas llega al 30%. El esfuerzo público en Europa podría ser mayor pero lo relevante es que el esfuerzo privado es pequeño.
Conscientes de las trabas se están multiplicando las iniciativas. Desde el sector público, la Ministra de Innovación y Tecnología Cristina Garmendia impulsó a finales del 2010, en plena crisis europea, un nuevo fondo de capital riesgo de 300 millones de euros para fomentar el desarrollo de empresas innovadoras. Más esfuerzos podrían contemplarse, elevando, por ejemplo, el porcentaje de adjudicaciones públicas para empresas innovadoras (algo que se está iniciando en España y lleva tiempo practicándose en Estados-Unidos).
También deberían reducirse las trabas burocráticas para crear una empresa (en particular una start up): mientras en Nueva Zelanda se necesita un día para crear una empresa mediante un solo trámite, en España todavía se necesitan una media de 10 procedimientos, casi 50 días y un coste de 1.000 euros.
Los trámites para iniciar una sociedad o una gestora de fondos de capital riesgo pueden prolongarse un año. Al igual que Chile, con su programa para fomentar start-ups, se podría incluso dedicar especial atención a reducir las trabas para los emprendedores extranjeros que crean start ups tecnológicas, biotecnológicas, o de energías renovables (por mencionar como ejemplo tres sectores) en el país, facilitando visados, permisos, y asentamientos.
Esto también lo está fomentando EEUU con su programa Star Up Visas para seguir atrayendo talento emprendedor del mundo entero. Abundan los ejemplos de start ups convertidas en gigantes y creadas en parte por extranjeros (el co-fundador de Google es ruso, el de PayPal ucraniano, el de Sun Microsystems indio, el de Yahoo chino, el de eBay franco-iraní, el de Youtube en parte alemán, etc.).
También están surgiendo iniciativas en los países emergentes. El caso de Chile merece especial mención. Conscientes de que los semilleros de emprendedores llevan tiempo, incluso se han atrevido a importarlos con su programa Start Up Chile, que prevé atraer durante el mandato del actual Presidente (el mismo un emprendedor de éxito), Sebastián Piñera, más de 1.000 start-ups, pagándole 40.000 dólares a todo emprendedor que se instale en Chile y ofreciéndole para el desarrollo de su start up resolver todos los tramos burocráticos, visados y permisos.
Quizás España podría inspirarse de esa iniciativa, combinándola con otras medidas, en particular las relativas al fomento las de capital riesgo, un instrumento imprescindible para acelerar la innovación empresarial. En un país que posee hoy en día unas infraestructuras de primera liga mundial, millones de metros cuadrados vacíos y rutilantes, y cerca de 45% de los jóvenes sin empleo, valdría la pena darle la vuelta a un programa buscando fomentar el asentamiento de emprendedores que a su vez crearán empleos, start-ups como Tuenti (co-fundada por Zaryn Dentzel, un estadounidense), o Antevenio (fundada por Joshua Novick, nacido en Nueva York), o multinacionales como Mango (fundada por Isak Andic, un empresario nacido en Estambul).
Igualmente, habrá que pensar cómo apoyar el (mucho) talento español que hay dentro del país. Los éxitos de start ups internet como eDreams, Tuenti, Bodaclick, BuyVIP o Privalia, ayudan a poner en el radar de los inversores nacionales e internacionales.
Igualmente se impone una reflexión sobre cómo potenciar y escalar las empresas innovadoras ya existentes: las pymes siguen siendo demasiado fragmentadas con tamaño demasiado pequeño para innovar y absorber empleo de calidad científica. Las grandes empresas en España sólo generan 22% del empleo total, contra un 40% en países líderes en innovación.
Atraer multinacionales tecnológicas (con sedes corporativas europeas por ejemplo) como han hecho Irlanda, Francia o Inglaterra, puede ser una iniciativa para acelerar crecimiento de I+D como lo muestra, por ejemplo, el centro de innovación de HP en San Cugat, que impulsó hacia arriba la I+D en Cataluña. ¿Por qué no imaginar que las nuevas estrellas de internet como Facebook, LinkedIn, Groupon, o Zynga, ubiquen sus sedes europeas (EMEA) en España en vez de Irlanda, Francia o Inglaterra?
A la vez se necesita concentrar mucho más los clusters de innovación: sólo 6% de los 83 parques científicos y tecnológicos del país tiene más de 200 empresas, según el anterior estudio de McKinsey mencionado. Los clusters tienen poco tamaño, algo que refleja también el escaso nivel de patentes: apenas 144 para el cluster de Barcelona (incluyendo san Cugat) y 45 para Madrid, los dos mayores del país, una cifra muy por detrás del cluster de Tel Aviv (352), Londres (461), París (1055) y Silicon valley (9 265).
Las ideas aquí expuestas sólo delimitan algunos pasos que dar, cuánto antes mejor. España se encuentra en una encrucijada. O damos un nuevo salto productivo –como ya lo ha hecho el país en el último cuarto de siglo de manera magistral– o veremos cómo los trenes de alta velocidad de muchas otras economías (emergentes en particular) nos pasarán por delante y cómo no alejaremos de las locomotoras.
Casi descarrilamos, es hora de volver meterle energía (renovada) a la economía española. Esto no se hará tampoco sin innovación (rompedora) en el ámbito de las políticas económicas.