<p><strong>Hace poco intenté comunicarme por el chat de Gmail, Gtalk, con un amigo con el que siempre mantenemos contacto online. Ese día no estaba disponible para chatear. </strong>Tampoco lo estuvo al otro día, ni ninguno de los días de la semana siguiente.</p><p>Extrañado, finalmente lo llamé por teléfono y  supe lo que estaba ocurriendo. <strong>La empresa para la que mi amigo trabaja había bloqueado el acceso de sus empleados a ciertos sitios web y programas. </strong>Ya no era posible hablar a través de los servicios de mensajería instantánea externos a la compañía. <strong>También se prohibió el uso de YouTube y, por supuesto, el acceso a cualquier tipo de red social.</strong></p><p>Inmediatamente vino a mi cabeza la cantidad de veces que medios de comunicación reportan que <strong>gobiernos de distintos países restringen el acceso de sus ciudadanos a internet. El caso más reciente que recuerdo fue el de Pakistán.</strong> Hace un tiempo, las autoridades de ese país determinaron que los proveedores de internet bloquearan el acceso de la gente a YouTube y a Facebook. <strong>Por más increíble que esto pueda parecer, este tipo de censura no ocurre solamente en países gobernados de forma poco democrática. </strong>Por diferentes razones, algunas empresas en América Latina  también restringen el acceso a sus empleados. </p><p><strong>¿Cuál es el sentido de estas medidas en un mundo que vive conectado, donde las personas interactúan a través de Internet e intercambian experiencias y conocimientos? </strong>Las razones que se esgrimen van desde la excusa más contradictoria, como alegar que el acceso a internet atenta contra la productividad del empleado, hasta cuestiones relacionadas con costos o capacidad de la red interna corporativa. </p><p>Para quienes trabajamos en Google, tanto la transparencia como el grado de madurez con los que encaramos esta cuestión es parte fundamental de nuestra cultura. <strong>El sentido común indica que de nada sirve bloquear el acceso a internet desde la oficina, ya que lo más probable es que ese mismo empleado tenga un teléfono celular con conexión a la red. </strong>Además, las estadísticas lo dicen todo: hoy las personas se comunican a través de herramientas online hasta diez veces más de lo que lo hacen cara a cara; cientos de miles de internautas generan y comparten contenido online a diario; y solo en YouTube se publican más de 24 horas de video por minuto.</p><p><strong>La realidad no es unidimensional.</strong> Según un estudio encargado por la compañía de seguridad de la información Clearswift, <strong>existe una nueva generación de profesionales conocida como la Generación StandBy, que está conformada principalmente por trabajadores de entre 25 y 34 años que no trazan una clara línea divisoria entre las tareas propias de la vida personal y las horas destinadas al trabajo.</strong> Así, estos profesionales suelen chequear su Facebook, pagar cuentas online o responder e-mails personales desde la oficina, y a menudo se quedan hasta más tarde para completar su trabajo.</p><p><strong>Los resultados del estudio indican que quienes conforman esta Generación StandBy están dispuestos a no aceptar una oferta de trabajo en un lugar donde se restrinja el acceso a redes sociales y otros sitios web.</strong> No solo eso, sino que la mayoría de los profesionales dijo valorizar incluso más que el salario, la confianza depositada en ellos para que gestionen sus propios tiempos y la posibilidad de acceder a internet en el trabajo cuando lo deseen.</p><p>El hecho es que no hay una justificación válida para impedir a los empleados un acceso inmediato y transparente a lo que sucede en el mundo. <strong>Además de impactar negativamente en la productividad, el bloqueo de algunos programas y sitios puede afectar directamente la capacidad de atracción y retención de talentos en una organización</strong>, como indica el estudio de Clearswift, y hasta puede causar pérdidas de oportunidades de negocio.</p><p><strong>Cuando en Brasil se dejó de comercializar Deditos, un chocolate de Nestlé, miles de personas en diferentes comunidades de Orkut comenzaron a reclamar la devolución del producto al mercado.</strong> <strong>Estas voces digitales se hicieron escuchar, y poco tiempo después Nestlé relanzó el chocolate.</strong> La compañía se hubiera perdido una buena oportunidad de negocios si sus empleados no hubieran podido monitorear y medir el pulso de la satisfacción del cliente desde sus oficinas. </p><p><strong>En los Estados Unidos, por ejemplo, en la empresa Canon, un equipo de profesionales especializados monitorea y da respuestas con rapidez a los comentarios de usuarios y a otros contenidos relacionados con sus productos en blogs, microblogs, sitios de video y otras redes sociales</strong>. Varias otras empresas líderes están haciendo lo mismo como parte de una estrategia integral para comunicarse con los clientes y prospectos a través de los distintos canales disponibles hoy. </p><p>Las empresas que restringen el acceso de sus empleados a herramientas que permiten ver y participar de lo que está ocurriendo ahora mismo fuera de la oficina, deberían replantear su estrategia. La empresa hoy no controla el discurso, y si quiere cuidar la imagen y la credibilidad de la marca, hay que oír con atención lo que las voces digitales nos están pidiendo.</p>
¿Dictadura digital en la oficina?
Miércoles, Enero 5, 2011 - 18:25