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Kickstarter, la plataforma colaborativa que quiere cambiar el mundo
Martes, Septiembre 22, 2015 - 13:19

La compañía de tecnología hoy se define como una empresa que, más que ganancias, buscar tener un impacto positivo en la sociedad.

“Kickstarter Inc ya no existe. Ahora somos Kickstarter PBC (Public Benefit Corporation, Corporación de Beneficio Público en español). Estamos muy emocionados de compartir esta noticia y queremos dedicar unos minutos para contarles exactamente qué significa esto”.

Este es el comienzo del comunicado que recibe a los visitantes de Kickstarter.com, el popular sitio de financiamiento colectivo, en el que los fundadores de la plataforma (Yancey Strickler, Perry Chen y Charles Adler) cuentan cómo la compañía intenta ser cada vez más una especie de servicio público que una empresa común y corriente.

Sí, Kickstarter genera ganancias, pero la idea bajo esta nueva figura legal es que el dinero no es el fin de la plataforma, sino apenas un camino. El fin es servir a la comunidad, un concepto relativamente novedoso en términos legales y que, para muchos, puede sonar paradójico; más aún cuando se trata de una empresa de tecnología, uno de los sectores más duramente medidos por los dividendos de cada cuarto fiscal.

Lo que el sitio acaba de hacer es bastante más que una maniobra de relaciones públicas, pues no se trata tanto de un manifiesto de intenciones, sino de incorporar obligaciones legales que anteponen el bien común por encima de la necesidad de incrementar las ganancias. Y esto, claro, puede hacer toda la diferencia.

La diferencia acá radica no sólo en la modificación de las tácticas de negocios de la empresa, que ahora deben beneficiar a personas que no sean accionistas de la compañía, sino a imponer una suerte de ejemplo para la nueva generación de servicios de tecnología que cada día nacen: se trata de no aspirar a ser el Uber de cualquier segmento, sino más bien una plataforma que busca riquezas de varios tipos, no sólo monetarias.

La figura legal que utilizaron los fundadores de Kickstarter, según explicaron ellos mismos, implica que este tipo de corporaciones “son compañías con ánimo de lucro que están obligadas a considerar el impacto de sus decisiones en la sociedad, no sólo en los accionistas. El impacto positivo en la sociedad se convierte en una meta definida por la ley”.

“No queremos vender la empresa o salir a cotizar en bolsa jamás. Eso empujaría a la empresa a realizar decisiones que, creemos, no la beneficiarían”, le dijo Strickler al diario The New York Times.

Lo dicho por Strickler, quien además de cofundador oficia como CEO de Kickstarter, es particularmente interesante porque, quizá, uno de los males más profundos de las empresas de tecnología hoy en día es la dependencia del capital de inversión: una especie de mecanismo continuo en el que una empresa se vuelve exitosa, incrementa su valuación con fondos privados, estos inversionistas presionan la salida a bolsa, la empresa adquiere más dinero y después debe rendirse ante los intereses de los accionistas; intereses que en muchas ocasiones no están alineados con el bienestar del producto.

Bajo cierta perspectiva, la salida a la bolsa puede ser uno de los mayores errores de una empresa como Twitter, por ejemplo; esta táctica incluso resultó parcialmente nociva para Facebook en cierto punto.

En un texto publicado luego de la salida de Dick Costolo de la dirección de Twitter este año, la periodista Sarah Lacy ponía en entredicho el modelo de crecimiento de las compañías de tecnología que entran al barril sin fondo del mercado público de acciones.

Lacy recordaba en aquella nota que después de su salida a bolsa, Facebook comenzó a recibir una serie de críticas que prontamente se convirtieron casi en un mantra del mercado: la compañía no lograba capitalizar su éxito en el terreno móvil. Lo siguiente que vino fue la compra de Instagram y WhatsApp, por un valor combinado de US$20 mil millones, dos acciones que parecieran enteramente motivadas por el afán de los inversionistas. La periodista lo resume lacónicamente: “En un mundo en donde el capital de inversión no fuera el sistema circulatorio de la industria, las mejores compañías privadas deberían seguir siendo privadas”. (Lea acerca de la encrucijada de Twitter)

Aunque Kickstarter es controlada mayoritariamente por los fundadores, poco menos de US$15 millones de su capital proviene de inversionistas privados. La compañía nació en 2009 y desde entonces ha permitido la financiación de más de 90 mil proyectos, de los cuales ha recibido algo así como US$95 en comisiones. Recientemente, la empresa se comprometió a donar 5% de sus ganancias (después de impuestos) para la enseñanza del arte y a organizaciones que luchan contra la desigualdad.

Además de ser una corporación de beneficio público, Kickstarter también está catalogada como una B Corporation, una categoría a la que se accede voluntariamente y que, en pocas palabras, certifica que una compañía tiene altos estándares en temas como manejo ambiental y responsabilidad social, prácticas que deben incluirse en un reporte anual a los accionistas. La acreditación, por llamarla de una forma, es otorgada por una organización sin ánimo de lucro llamada B Lab.

Más de 1.400 compañías en 42 países, con presencia en 130 industrias, son certificadas hoy como B Corporations.

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ELESPECTADOR.COM