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Sobredosis postal
Lunes, Marzo 4, 2013 - 14:06

El correo electrónico nació para mejorar las comunicaciones y simplificar la vida, pero hoy genera dependencia, obsesión y ansiedad.

Bandeja de entrada: 0. Yo…1 millón. Ese sería el tanteador soñado de millones de personas que viven pendientes del próximo mail que llegará a sus casillas electrónicas. Las investigaciones y el sentido común demuestran que es un tanteador de sueños, porque nunca se alcanza. El correo electrónico, que nació como una forma de simplificar nuestra vidas y que así se comportó modosamente por muchos años, es en estos tiempos de conectividad 24/7 una fuente de estrés asegurada y una frustración permanente, si el usuario decide ganarle el partido a la bandeja de entrada. Y dejarla en 0 para sentirse satisfecho en un millón por ciento.

En 2012 se enviaron unos 144.000 millones de mails por día, según las tradicionales cifras que cada año publica Royal Pingdom sobre el estado de internet. Ese mismo año existían 2,2 mil millones de cuentas de correo electrónico. En otras palabras, más de un tercio de la población mundial tiene una cuenta de correo electrónico, aunque esto no es estrictamente así, porque hay muchas personas que tienen más de una.

La obsesión por controlar el mail se disparó en estos últimos años a raíz del uso cada vez más intensivo de computadoras de escritorio, pero, sobre todo, de dispositivos portátiles. Hoy es posible chequear si llegó un nuevo correo –y descompensarse si estos se acumulan– desde una computadora, una notebook, una tableta o un teléfono inteligente, entre otros aparatos omnipresentes en la vida moderna.

No debe sorprender, entonces, que el comportamiento del ser humano frente a esta herramienta de la tecnología haya atrapado el interés de los científicos, quienes intentan entender hasta qué punto un pequeño trozo de información que “viaja” desde una parte a otra a través de internet, ha logrado impactar en el cerebro de un hombre corriente. La respuesta es que lo ha hecho con toda la fuerza de una obsesión, para bien y para mal.

¿Organizados o presionados?

El mail es culpable, pero aun lo es más quien lo usa, por la forma en que lo usa. En los primeros años, luego de la popularización de esta herramienta, era común revisar la bandeja de entrada una vez al día. Hoy es una puerta que nunca se cierra.

La cantidad de veces que se chequea el correo tiene que ver con el avance de la tecnología y con la dependencia que ha generado el servicio, pero también se relaciona con la personalidad de quien lo usa, explica Roberto Balaguer, psicólogo, docente y asesor en educación para el Plan Ceibal, quien ha reflexionado sobre los efectos de la tecnología en varios libros. Así confluyen dos círculos que producen la mayor o menor sobredosis de mails: por un lado, el tipo de actividad que desarrolla el individuo (que requiere o no información lo más actualizada posible) y, por otro lado, el perfil de personalidad (que normalmente también es más proclive a tener ese tipo de actividades laborales, es decir, personas más ansiosas y con más tendencia a la acción).

El mail abierto genera un estado permanente de alerta, dice Balaguer, en el que si bien el usuario sabe que el correo “avisa” cuando tiene novedades (por medio de notificaciones, sonidos o pop ups), igualmente no puede evitar chequearlo cada pocos minutos. De esta manera, se ha convertido en el mayor disruptor de la concentración, al menos en horas laborales.

“Una cosa es que te sientes en la computadora y tengas 200 mails para leer y otra es que te lleguen esos 200 mails a lo largo del día, interrumpiendo permanentemente lo que estés haciendo. Si bien es la misma cantidad de información, tal vez sea más saludable el primer caso. Se genera ese estado de alerta permanente, que no es bueno desde el punto de vista médico, psicológico”, explica Balaguer.

Una encuesta de la empresa de investigación Radicati Group, realizada en 2012, reveló que el empleado corporativo promedio envía y recibe 105 mails por día. Si bien en los últimos años se ha cuestionado el futuro de esta herramienta a la luz del uso creciente de otras tecnologías tales como la mensajería instantánea o las redes sociales, agrega el informe, el correo sigue siendo el mayor acusado a la hora de analizar las capacidades de “pensamiento profundo”, no interrumpido, que tienen los trabajadores.

Este constante ir y venir entre ventanas que siempre lleva al mail genera una considerable baja de la productividad. McKinsey Global Institute estudió el tema en una encuesta que reveló que el trabajador promedio, cuya tarea supone sobre todo interactuar con sus compañeros, clientes y proveedores, invierte 28% de su tiempo laboral en leer, contestar, releer y responder los correos. Si se considera que una persona trabaja 260 días al año, 73 de esas jornadas las invierte en su mail.

La “rutina postal” ha llegado al punto de que ahora muchos deciden temas por mail aunque se sienten a dos metros. “Es una enorme pérdida de tiempo”, concluye McKinsey, que luego propone estrategias y cambios de rutina para seguir usando el mail –nadie cuestiona su utilidad–, pero de una manera más productiva e incluso saludable.

Según una encuesta realizada por Good Technology (un proveedor de servidores de mail), la mitad de los empleados dijeron que se sentían compelidos a chequear el correo constantemente porque sus clientes demandaban respuestas rápidas, 60% mencionó la necesidad de estar organizados y 31% reconoció no poder apagar el interruptor para dejar de mirar el correo.
Vacaciones postales

“Ya puedo ver mi tumba. Aquí yace Nick Bilton, quien respondió miles de mails por mes. Que descanse en paz”. Esta era la socarrona conclusión del popular periodista de tecnología del New York Times, luego de que descubriera –para su horror y sorpresa– que ese mes había recibido 6.000 correos sin incluir spam, notificaciones ni promociones.

En la columna de opinión que escribió sobre el tema, su sentido del humor se transforma rápidamente en frustración con tintes de furia. Es que su mente se rebeló contra el correo electrónico, algo que no sorprende a quienes se han dedicado a investigar la interrelación entre una bandeja de entrada siempre avisando que “tienes un nuevo correo”, y el estrés.

En 2012 se conocieron los resultados de una investigación desarrollada en la Universidad de California. Simple y claro: las personas que no revisan el mail con regularidad en sus trabajos están menos estresadas y son más productivas que sus compañeros correo-dependientes. El estudio A pace not dictated by electrons: An empirical study of work without email se centró en 13 trabajadores de una oficina, a quienes se les pidió que usaran el mail discontinuadamente durante una semana. Resultado esperado, resultado obtenido: esas personas pudieron desarrollar tareas con mayor nivel de concentración y, por lo tanto, con más rapidez y efectividad. Los investigadores también comprobaron que el cambio de actitud generaba una reducción de estrés, algo que confirmaron monitoreando el ritmo cardíaco.

La recomendación luego de estas y otras comprobaciones (entre ellas, que un trabajador en estado de “alerta de mail” cambia 37 veces de ventana en su computadora en una hora) es que “las organizaciones generen sistemas en los que se reciban y contesten correos dos o tres veces por día”, dice Gloria Mark, coautora de la investigación y profesora de informática que ha estudiado el efecto del uso del mail en el trabajo desde 2004. “De esta manera, el trabajador sabe de antemano que no tiene que chequear el mail cada cinco minutos”, continúa.

Pero nada es tan sencillo como la ciencia y la razón lo hacen ver. El mail se ha transformado en una tarea de prioridad alta, aunque el sentido de urgencia sea casi siempre aparente. Si se produce una emergencia y una persona debe ubicar a alguien, seguramente recurrirá a una llamada o incluso a un mensaje de texto. Fácil decirlo. Difícil actuar en consecuencia.

Mientras que las casillas de correo siguen llenándose y los usuarios incluso comienzan a aceptar pagar por espacio extra de almacenamiento para guardar mails que nunca volverán a leer o usar, surge una nueva forma de autoayuda: cómo sobrevivir al yugo del querido correo electrónico. Las estrategias sobran, la disciplina está ausente.

 

Autores

observa.com.uy