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Bill Murray, el payaso imperturbable
Miércoles, Marzo 11, 2015 - 06:47

"St. Vincent" es una nueva muestra de la calidad de un actor que se ha volcado a la comedia manteniendo intactos sus dotes de calidad. Desde "Perdidos en Tokio", hace una década, su viraje es notorio

Se ha hablado mucho de la reconversión de tal o cual artista de un género o modo de actuar a otro. De rescatar su carrera venida a menos o de rescatarse a sí mismo artísticamente, pasando a ser un actor serio.

El caso más reciente es el de Matthew McConaughey, que pasara de comedias románticas de baja repercusión a ser uno de los actores dramáticos más codiciados luego de "Dallas Buyer Club" o "True Detective".

Un caso similar, pero ocurrido algunos años antes y con bastante menos presencia mediática fue el de Bill Murray. Consumado comediante de la década del 80, responsable de no menos de diez protagónicos en películas emblemáticas en su género ("El día de la marmota", "Caza Fantasmas", "Caddyshack", y podríamos seguir), Murray pegó un volantazo a su carrera puntualmente en 2003 con "Perdidos en Tokio".

A partir de de ese momento se transformó en una sorprendente revelación para papeles dramáticos y hasta considerados para premios prestigiosos (inclusive por la película que aquí nos ocupa estuvo peleando una nominación al Oscar como Mejor Actor, aunque terminaría por no conseguirla).

Quizás lo más llamativo del caso de Murray sea que no existe un cambio real o transformación de peso entre sus roles cómicos y dramáticos. En casi todos los casos, Murray ofrece y entrega un rol muy similar: el hombre cínico, amargado, hasta cruel, pero que tiene una melancolía que lo redime y un sentido del humor que lo rescata.

Ya sea siendo un periodista que tiene que vivir mil veces un mismo día, un profesor de física que atrapa espíritus o un actor venido a menos trabajando en Japón, Murray compone un personaje similar.

Y lo que sería un de mérito para muchos (para casi todos) en el caso de él es una completa virtud, un acierto demoledor. Mucho debe tener que ver el elegir los roles adecuados para poder representar tal personaje.

Y si de buenas elecciones se trata, "St. Vincent" parecería estar escrita especialmente para Murray, ya que aquí su protagónico es el cúmulo de todos sus personajes. Vincent McKenna es todo lo que Murray necesita: un apostador irredimible cubierto de deudas pero que sin embargo será el faro de luz necesario para un niño pequeño que acaba de mudarse a la casa de al lado y al que casi de casualidad empezará a cuidar.

Una historia de iniciación, entonces, al menos para el niño, pero que también es una de redención para Vincent, el que volverá a relacionarse con su entorno incluso a pesar suyo. Complejo y tan despreciable por momentos como querible en otros, el Vincent de Murray es una verdadera consagración para el actor.

No juega solo este partido, claro que no. La película dirigida y escrita por Theodore Melfi tiene muy claro qué viene a contar y lo hace con precisión, presionando los botones correctos de drama o comedia en los momentos correspondientes (quizá se exagera un poco con la figura tan extrema de la prostituta rusa embarazada, pero en el saldo final se compensa).

Acompaña a Murray un estupendo elenco, una sorprendente Melissa McCarthy alejada de su estereotipo de personajes desagradables y estúpidos (quizá reconvirtiéndose a la par de Murray de aquí en más, pero es de dudar que ocurra), Naomi Watts que saca el personaje inverosímil de la prostituta adelante y especialmente el niño Jaeden Lieberher (en su debut cinematográfico), que sigue el ritmo y banca al protagonista generando verdadera química que encima de graciosa, bien sabe ser emotiva y mucho cuando la película lo necesita.

"St. Vincent" es entonces, una comedia dramática efectiva, bien escrita, dirigida y actuada. Una buena muestra (y van...) de que el buen cine americano no corre sólo por blockbusters entretenidos, sino por la producción de cine de corte independiente.

Sin dudas que Murray es ese valor agregado y donde otros puedan verlo repetirse –porque parece que se recrea una y otra vez, protagonice comedias o en dramas o en combinaciones de ambas–, su cara es muchas veces la que justifica el precio de la entrada al cine.

Autores

El Observador