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Calidad, certificación e interacción: El debate en torno a los MOOCs
Martes, Abril 30, 2013 - 17:31

Hace un año aproximadamente los “Massive open online courses”, o "Cursos en línea masivos y abiertos", hicieron su estreno en sociedad. Hubo quienes se aventuraron y dijeron que serían una revolución formativa. Y aunque hoy se plantean críticas, los expertos señalan que hay que darles tiempo para su perfeccionamiento.

No es mucho el tiempo que ha pasado desde que aparecieron con fuerza en la web y en los medios. Causaron revuelo. En foros de Internet e instancias educativas se dijo que serían una evolución en la historia de las universidades. Algunos fueron más allá y hablaron de una revolución. Verdad o no, habían hecho su estreno en sociedad los llamados MOOCs, acrónimo de “Massive open online courses” o “Cursos en línea masivos y abiertos”.

Se trata de cursos en los que colaboran las casas de estudio y que son dispuestos en la web, gratuitamente y para todos quienes lo deseen, a través de plataformas como Coursera, EDX, Miríada o Udacity, en las que es posible inscribirse y seguir los módulos. Ergo, en principio los MOOCs tienen una cobertura y alcance ilimitados. 

Los contenidos son diversos, abarcan distintas áreas del conocimiento y son desarrollados por profesores de alguna universidad. Ejemplos: “Privacidad y protección de comunicaciones digitales”, que tiene la rúbrica de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM), y el “Technology entrepreneurship”, de la Universidad de Stanford, entre otros. Así, pues, la iniciativa ha sido replicada incluso por las más prestigiosas academias del mundo, figurando hasta el Massachusetts Institute of Technology (MIT).

Como ya está dicho, son gratuitos. ¿Una democratización del conocimiento? Puede ser. Sin embargo, los meses transcurridos desde su aparición mediática han hecho decantar el furor inicial, dando pie a un interesante y reflexivo debate respecto a algunas de las características y a la naturaleza de los MOOCs.

Por lo pronto, y si bien hay quienes los defienden, otros ponen en cuestión la calidad de la enseñanza que entregan, además de la falta (o ausencia) de interacción entre el inscrito y sus profesores y compañeros. Por otra parte, hay reparos en cuanto a la certificación porque ni la misma universidad patrocinante da créditos ni grados a quien culmine el curso. Por el contrario, el que llega hasta el final sólo recibirá un certificado previo depósito de un aporte que, en todo caso, es mínimo y que se ubica en torno a los US$ 100.

De la calidad y la interacción

Quienes han manifestado críticas al modelo refieren que se trata más bien de una estrategia de marketing para captar interesados en los programas oficiales y presenciales. Esto se da en un contexto de doble dificultad para las instituciones de educación superior: la primera es de carácter general y habla de una burbuja en el sector, en el que se ha ido configurando un pujante y atractivo mercado crediticio que permite a las familias financiar estudios y que opera de manera similar a los préstamos hipotecarios. La segunda afecta en particular a las escuelas de negocios estadounidenses, responsabilizadas de entregar una débil formación ética a sus alumnos que, a la postre, se convirtieron en piezas clave del origen de la crisis iniciada en 2008 y que en el mundo desarrollado está aún lejos de terminar.

En este escenario son varios quienes ponen en tela de juicio la calidad de estos cursos. Albert Sangrà es uno de ellos. El director académico del eLearn Center de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), en España, dice que “muchos de los MOOCs que se han podido ver no garantizan, en ningún caso, el aprendizaje (...) Son modelos de carácter muy transmisivo, que hacen que prácticamente el estudiante no tenga contacto con el profesor y, no obstante lo podría tener con compañeros, no se garantiza que ese vínculo se dé”.

Aunque la Universidad de Belgrano, en Argentina, no ha diseñado ni elaborado estos cursos, hay tutores de la entidad que sí han colaborado, explica Clara Bonfill, coordinadora académica de la Facultad de Estudios a Distancia y Educación Virtual. Con todo, coincide en este punto: “al ser tan abierto no hay un seguimiento, una devolución o un trabajo más pormenorizado por parte de un tutor o profesor, entonces se va perdiendo. Adhiero a esa crítica”.

Otra es la opinión de Josep Lluís Cano, académico y coordinador del área de eLearning de Esade, también en España. Al hablar sobre las ventajas que ofrecen estas instancias expone que el “sello de calidad es que los contenidos provienen de profesores e instituciones reconocidos internacionalmente”. Añade que si bien profundizan la democratización del conocimiento, esta modalidad formativa “ha sido capaz de empaquetar ese conocimiento de la manera que estima mejor para que el participante pueda aprender”.

Complementa: “Los MOOCs nos dan grandes posibilidades en cuanto a entender cómo la gente aprende, porque lo estamos haciendo en un laboratorio de pruebas con muchísimos usuarios a la vez. No habíamos tenido un aula con 150 mil personas. El hecho de que se pueda comparar el aprendizaje desde uno validado por un profesor hacia uno validado por iguales, creo que es una experiencia muy interesante”.

Reconocimiento

Las personas que realizan un MOOC no podrán optar a un grado ni a la acreditación por parte de la universidad que le da soporte. A lo más obtendrá un certificado. Este es, quizás, el punto más polémico ya que, si una casa de estudios le da su nombre a un curso, la pregunta sobre por qué no le da crédito es de perogrullo. 

“Si no reconoces aquello que teóricamente estás haciendo tú y lo vendes como algo de gran calidad, no se entiende mucho que después no tengas confianza en reconocer el aprendizaje que se lleva a cabo”, indica Sangrà. Por esto mismo, agrega, “no tenemos constancia si con este sistema la gente está aprendiendo o no”. 

Se ha sugerido en este plano que, como cualquier tipo de educación, aunque sea informal como en el caso descrito, se implementen mecanismos de reconocimiento asociados a instrumentos de evaluación significativos y continuos.

Bonfill consigna que “cuando uno participa de estos cursos, sabe cuáles son las reglas del juego. Uno decide si requiere una certificación o no. Muchas veces uno toma cursos sin necesidad de una certificación por lo que, desde ese lugar, no me parece negativo per se”. De todos modos, sostiene que en esta discusión hay matices y que ya se evalúan variables, adelantando que la Universidad de Belgrano está debatiendo respecto a la certificación de sus académicos que colaboran en MOOCs.

Con todo, destaca lo novedoso de la apuesta. “En todo lo que tenga que ver con eLearning y temas virtuales, hay que trabajar y probar con nuevas experiencias. Así la modalidad irá creciendo y avanzando. Creo que es positivo y que las universidades van hacia ello”, enfatiza. Concuerda Cano al aportar la siguiente reflexión: “estamos al principio de algo. Estas iniciativas han surgido de la mano de determinados profesores y las universidades tienen procesos de decisión internos y que llevan tiempo”.

Autores

Claudio Reyes R.