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América Latina-Perú y los flujos de capitales
Jue, 30/12/2010 - 11:19

Carlos M. Adrianzen

Latinoamérica en tiempos interesantes
Carlos M. Adrianzen

Decano de la Facultad de Economia de la UPC y Senior Executive Fellow de la Escuela John F. Kennedy de la U. de Harvard.

En los últimos años, Latinoamérica implica una parte del globo que ha comenzado a crecer por encima de sus estándares históricos. En medio de este ambiente, todos, gobiernos democráticos y dictaduras, se atribuyen con gran entusiasmo esta evolución. Esto a pesar de que la evolución de ciertos precios internacionales podría resultar una variable explicativa bastante asociada a ella. 

Por otro lado, vale la pena tener en claro que eso de “crecer por encima de sus estándares históricos” no es precisamente gran cosa. En la región casi todos los episodios destacables de alto crecimiento económico (Cuba, Argentina, México o Brasil) han resultado efímeros, cuando no terminaron en casos accidentados. De hecho, la historia de Latinoamérica contrasta que aquí nadie nunca se ha desarrollado.

Abundan las razones por las cuales ocurre esto en la región -y el Perú, para nada, resulta una excepción de esta regla-, pero podríamos sintetizarlas en una pobre tradición de política económica. La aplicación recurrente de ideas económicas torpes (envueltas por simpáticas retóricas nacionalistas e igualitarias). Bajo esta perspectiva, lo externo -justamente aquello que no rara vez ha explicado un porcentaje significativo de sus etapas de auge- ha configurado la explicación generalmente aceptada de todos los males.

Cuando por ejemplo entre los 70 y 80 Argentina, Brasil o Perú caían en alguna severa crisis de balanza de pagos (producto de visibles inconsistencias en sus manejos fiscales y monetarios), el culpable de la crisis resultaba usualmente la “inhumana aplicación de las recetas fondomonetaristas”. Previamente, en este generoso panel de culpables externos desfilaron también las caídas de los precios de exportación, la elevación de los precios del petróleo o alguna etapa recesiva global producto de algún injusto Orden Internacional. Cero de autocrítica.

En los últimos meses desde la caída del Lehman Brothers, y quizá marcados por los antecedentes de las crisis mexicana o argentina en la década previa, el temor al supuestamente imprevisible comportamiento de los capitales ha reganado popularidad como la justificación fácil ante cualquier perturbación local. Nuevamente, nos dejamos encandilar por la cómoda idea de que nuestros errores internos tienen una causa que nos es ajena. Otra vez no son pocos los que nos recomiendan tener cuidado con los capitales. Que su volatilidad podría resultar sumamente nociva para nuestras economías.

Cualquier observador acucioso (que quiera escapar de las miopías propias de monitorear solamente el corto plazo) se podría preguntar: ¿por qué alguna nación que necesita crecer mucho más (para reducir activamente niveles extremos de pobreza), y que tiene limitadas capacidades de ahorro, va a temer que más capitales ingresen a su país? Más allá de visiones estereotipadas por la izquierda latinoamericana, según la cual los movimientos golondrinos o especulativos de capitales resultan siendo los gatillos que desencadenan las crisis financieras de la región, cualquier revisión de la historia nos llevaría a reconocer algunas lecciones básicas.

La primera implica que, lamentablemente, dada la inestabilidad institucional y la incoherencia de nuestros manejos económicos, a muchos de los inversionistas que han apostado por invertir aquí bajo horizontes de largo plazo, les ha ido mal. Los pocos que se aventuran o lo hacen en alianzas mercantilistas, o lo hacen con un pie en el estribo. Todos esperamos que la maduración de los acuerdos de libre comercio (que viene por lo común con un capítulo de tratamiento a las inversiones) revierta esta situación.

La segunda pasa por reconocer que no existe diferencia entre capitales “buenos” o de largo plazo y/o “malos” o de corto plazo. Todos desaparecen cuando se cambian las reglas o se comenten errores severos.

La tercera lección que debemos tener en cuenta implica que posiblemente no hemos cambiado tanto. Que nuestros bancos centrales y ministerios de Finanzas siguen cayendo en la vieja inclinación de culpar a lo externo por los errores locales.

En el Perú de estos días, por ejemplo -un país que requiere más que nunca de ingresos masivos de capitales para financiar la recuperación de su inversión privada-, se habla de que estamos recibiendo demasiados capitales de corto plazo del exterior. Que hay que bloquearlos, esterilizarlos y (seguramente dentro del proceso electoral) espantarlos…

No se habla de los severos errores de manejo interno que (al tratar torpemente de -en forma simultánea- cumplir una meta inflacionaria y controlar el tipo de cambio nominal) comenten continuamente severos errores de gestión. Errores evitables que ofrecen continuamente jugosas oportunidades especulativas para quienes medran de la incoherencia.

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