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El Cañón del Ocre tiñe con sus colores las alturas de La Rioja
Miércoles, Junio 7, 2017 - 10:34

En el centro norte de la provincia argentina, el cordón de Famatina surge como atractivo para el turismo de aventura.

La 4x4 se tambalea sobre la huella pedregosa y desde la cresta de una loma, a unos 2.600 metros de altura en el cordón de Famatina, se ve un resplandor amarillento que parece aflorar de una enorme grieta entre las montañas del centro norte de La Rioja: el Cañón del Ocre, un atractivo para el turismo de aventura.
 
Esta falla expone todos los tonos de ocre, con el río Amarillo en el fondo, junto a la huella que faldea ese cordón montañoso rumbo a la abandonada mina La Mejicana.
 
El río hace honor a sus nombres populares, río "Dorado" o "Del Oro", y brilla como si fuera una colada de ese metal precioso que serpentea cientos de metros abajo, entre los paredones que exponen en sus estratos todas las temperaturas de ese color.
 
La excursión puede comenzar en la localidad de Famatina, pero Télam la inició en Chilecito, unos 35 kilómetros antes, un parada ideal para el turista por su infraestructura hotelera, gastronómica y de servicios.
 
Desde allí salieron las dos camionetas al mando de Marcos Moreno, dueño de la agencia Salir del Cráter, y "Tito" Moreno, porteño el primero y de Mendoza el segundo, ambos radicados en La Rioja y reconocidos guías y choferes de montaña, habituados y habilitados para conducir a más de 5.000 metros sobre el nivel del mar (msnm).
 
El Cañón está a 77 kilómetros de Chilecito, pero desde el inicio del trayecto, por las rutas Nacional 40 y provincial 11, el paisaje deslumbra con sus valles verdes, ya con tonalidades rojizas y amarillas del otoño.
 
En los bosques se combinan arbustos espinosos y bajos, como los nativos algarrobos, chañares y sauces, con álamos importados y plantaciones de nogales.
 
El río Amarillo llega canalizado y suministra el agua que mantiene la vida en el valle, donde todos recuerda la lucha contra la explotación minera que hubiera consumido grandes caudales, y de la cual queda, en la salida de Famatina, el "Corte de la Dignidad".
 
En esa barrera rodeada de carteles que advierten "No a la mina" y "El Famatina no se toca", entre otras leyendas, permanece algún vecino en permanente vigilia, dispuesto a bajarla y dar la voz de alerta para evitar el paso de camiones u otros vehículos vinculados a la explotación minera.
 
Los lugareños y turistas pasan libremente y unos kilómetros después, en Peña Negra, está la segunda barrera, que fue el corte original, donde la ruta se vuelve camino de ripio, bordeado por unas pocas casas de adobe y techos de tejas o paja.
 
 
Desde allí la camioneta avanza a sacudones, el chofer baja la velocidad y el altímetro marca un constante ascenso que condice con el cambio exterior: del verde fresco y colores variados de otoño se pasa a los pastos bajos, cardones y otras especies de altura.
 
El río es un hilo dorado cada vez más abajo en la quebrada, y en las laderas aparecen algunas rocas peladas de un rojo intenso, con las primeras vetas ocre, blancas y verde oscuro, según sus minerales.
 
El viaje se prolonga más de lo que suponen esos 77 kilómetros porque en la montaña no existe la relación distancia-tiempo del llano, y porque las vistas obligan a numerosas paradas para disfrutar del cambiante paisaje y tomar fotos.
 
El recorrido pasa por varios puestos de crianceros de cabras, ermitaños que saludan a los Moreno y sus pasajeros para seguir con el pastoreo o sus mates, junto a viviendas de piedra o adobe oscurecidas por el humo del fuego a leña.
 
Los vehículos cruzan varias veces el río Amarillo por el fondo de la quebrada, con su mínima vegetación, y vuelven a subir donde las vedettes son las piedras, como una que presenta unos círculos en relieve, que no son otra cosa que troncos de árboles petrificados tras quedar atrapados millones de años en el sedimento.
 
Una pronunciada cuesta lleva a la formación El Pesebre, que combina estratos rojos con blancos, verdes, grises y negros, en los que la imaginación popular y las creencias obligan a ver a la Virgen María, el Niño Jesús y otros personajes bíblicos.
 
A la derecha del camino la ladera representa la colorida Paleta del Pintor y aparecen Los Penitentes, La Lobería y El Castillo, que demandan una larga parada para caminar frente a ellos.
 
La lentitud tiene que ver tanto con el tiempo necesario para observar sus colores y formas como para no agitarse por el efecto puna, debido a la escasez de oxígeno.
 
 
Desde allí se sube la mencionada lomada y se desciende hasta la frutilla del postre: el Cañón del Ocre, donde junto a las barandas de contención hay unos tablones a modo de mesas en los que Marcos improvisa un picnic con sánguches, jugos, agua y los infaltables mates.
 
Mientras los visitantes recorren, observan y toman fotos, el guía aclara el curioso nombre de la agencia: "Salir del Cráter" refiere a una situación difícil que vivió hace años al quedar varado con su moto dentro del cráter del volcán Corona del Inca, a más de 5.500 msnm al caer la noche, de donde salió con gran esfuerzo y luego fue rescatado.
 
Con el nombre, dijo, "hago un paralelo con la sensación que a veces experimentamos de estar atrapados en un cráter creado por la obligaciones de la vida cotidiana, y la lucha desesperada por salir del volcán, que es la lucha diaria en que inconscientemente nos encerramos por la subsistencia y nos olvidamos de vivir".
 
También explica que desde allí la excursión puede continuar hasta la mina La Mejicana, un tour que llega unos 2.000 metros más arriba, pero como diría Dickens, eso es otra historia.

Autores

Gustavo Espeche Ortiz/ Télam