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George Michael, un monstruo glamoroso sobre el escenario
Martes, Diciembre 27, 2016 - 07:53

Cantante inglés de 53 años murió en su casa de Goring, Inglaterra. Una de las estrellas más importantes de los 80 se despide con más de 100 millones de discos vendidos.

George Michael nunca fue música de fondo. En Wham! era el galán arrogante que opacaba a su socio, Andrew Ridgeley. Fuera, un lobo suelto. Siempre tomó el centro del tablado con determinación de conquistador. Era ese tipo de personas que siempre ganan —aunque pierdan—. Tenía un beat negro, concentrado, que sonaba honesto. Con el Faith de George Michael no se creía en nada, pero él congregaba a cierta religiosidad: fue creando un culto.

Michael, también, era blanco, pulcro. Los papás, pocas veces, suponían que ese rubio de la televisión, tan sofisticado, electrizaba a sus hijos. Ese Michael podría cantar junto a Luciano Pavarotti, con un traje negro y camisa blanca y no desentonaría. La canción podía ser una balada y jamás habría aburrido a los pasajeros en espera de un aeropuerto o en las interminables filas de los almacenes de ropa de centro comercial, donde cada diciembre, sin falta, sonaba Last Christmas.

Ese George Michael también podría cantar rodeado de árboles opacos y colores sepulcrales, y otra vez encajaría bien. Sonó como soul, como R&B, como pop, como rock y encajó bien. Incluso, se presumió que sería él quien reemplazaría a Freddie Mercury en Queen, porque encajaría bien. Ese día: el 20 de abril de 1992, en el estadio de Wembley, de Londres, Michael fue un monstruo glamuroso sobre el escenario. En el The Freddie Mercury Tribute Concert for Aids Awareness, un concierto que se celebró cinco meses después de la muerte de Mercury y que reunió a más de 72.000 espectadores, George Michael interpretó 39, These are the days of our lives (junto a Lisa Stansfield) y Somebody to love, y en esa última canción, esa canción que es un himno, la masa enardecida coreaba su nombre, gritaban Love. El tiempo se detuvo. Supo hacerle la segunda voz a Elton John, tener detrás un coro de doce negras con cajas torácicas del tamaño de un bus y él, como siempre, encajaría. Ese era el George Michael que entraba por el oído con suavidad para despistar el control paterno y luego, ya en la oscuridad del cuarto, soliviantar a los púberes.

Georgios Kyriacos Panayiotou, su verdadero nombre, era hijo de Kyriacos Panayiotou, un restaurador griego-chipriota que se mudó a Inglaterra en la década de 1950 y cambió su nombre por Jack Panos, y Lesley Angold Harrison, bailarina inglesa que murió de cáncer en 1997. Una mezcla rara en un hombre que tenía algo universal en su comportamiento: la sensualidad es democrática.

 

Ícono gay

Michael era un tipo salvajemente hedonista y profundamente sarcástico. Las dos cosas las demostró después de caer en una trampa que le tendió un policía. Hace 18 años, el cantante entró en unos baños públicos de Will Rogers Memorial Park, en Beverly Hills (Los Ángeles). Un policía de paisano le siguió. Los dos se insinuaron y, cuando iban a mantener relaciones sexuales, el agente se identificó y arrestó al músico.

En una entrevista a la cadena estadounidense CNN, Michael expresó los sentimientos sobre el incidente: “Lo que siento no es vergüenza. Me siento estúpido, imprudente y vulnerable por haber expuesto mi sexualidad de esa manera”. Algunos podrían haber sido consumidos por la vergüenza y asumirse culpables ante la prensa que lo persiguió y condenó. Pero Michael no era así: un animal gastado por las críticas les restregó a todos quienes lo tacharon de hereje un gran fuck you en la historia musical. Creó, entonces, Outside: “Oh, sí, he sido malo. / Doctor, no harás conmigo lo que puedas. / Es que pienso en ello todo el rato, 24 horas al día, 7 días a la semana. / Haría un servicio a la comunidad (aunque ya lo hice). / Nunca lo había confesado”. El sexo es natural, dice la canción; las actitudes hacia él no son: “No hay nada más que carne y hueso”.

Michael aprovechó el escándalo para confirmar su orientación sexual, de la que se suponían varias versiones pero que él nunca había confirmado nada. Llegar a un acuerdo con su sexualidad fue un proceso agotador: él pensó que amaba a las mujeres y sólo aceptó que era gay cuando superaba los 20 años. “Quiero decir que no tengo problemas con que la gente sepa que en estos momentos tengo una relación con un hombre”, dijo después de estrenar el video de Outside, donde se venga directamente del policía que le tendió la trampa.

Todavía nadie sabe muy bien de qué ha muerto. Grababa versiones de viejas canciones suyas y ajenas, se movía más al clásico y los ritmos cansinos —no se puede bailar toda la vida— y ya cuando había cruzado los cincuenta comenzaba a suspender giras o presentaciones por la salud o por quién sabe qué. Muchos años antes ya había dejado de aparecer en sus propios videos. Como si fuera una determinación dionisíaca, hacía que mujeres cada vez más bellas y muchachos que parecían paridos por Apolo pusieran los cuerpos sobre su voz. Falleció en su casa, en Inglaterra.

Su vida entraba en la aceleración de la pendiente, más de la mitad de ella ya recorrida. Ese George Michael cenizo, el de estos últimos tiempos, nos retrata como otros tantos que murieron —Bowie, Prince, Cohen, Juan Gabriel— en un año en que vivimos en peligro.

Autores

Camila Builes/ El Espectador