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Juan Carlos Onetti, literatura escéptica desde el corazón de América Latina
Jueves, Abril 23, 2015 - 16:04

A 35 años de obtener el Premio Cervantes, el Día del Libro resulta una buena excusa para revisitar el aporte literario de este intenso escritor uruguayo.

Juan Carlos Onetti no era un narrador masivo. Nunca buscó premios, prebendas ni aplausos. Su trabajo está marcado por la honestidad, con una literatura sin concesiones, contenida pero tremendamente intensa. Estigmatizado como un escritor oscuro o incluso motejado como autor-para-perdedores, la obra de este notable escribidor uruguayo se ha revalorizado con el paso del tiempo.

Hoy no sólo es visto como un gran narrador sudamericano, sino que universal. Así lo demuestra el arraigo que encuentra en escritores contemporáneos ingleses, quienes han quedado subyugados por el talento y la frescura de su literatura.

Nacido en Montevideo en 1909, abrazó con pasión el periodismo y luego la literatura. Escribió “El pozo”, su primera novela, en 1939, oportunidad en que ya los críticos reconocieron la originalidad de su propuesta.

Onetti fue un amigo de la innovación, tanto en el fondo como en la forma. Esa convicción la aprehendió en el ejercicio del periodismo, donde tuvo una participación destacada en la revista uruguaya “Marcha” y luego en la argentina “Vea y lea”. Su pluma es formalmente impecable, limpia, sin adjetivos de más, precisa y evocadora.

El absurdo de la vida, con sus rituales ridículos, con la sobreimportancia que se otorga a sí mismo el individuo, es retratado fielmente por este escritor. Luego de leerlo, quizá el mundo no cambie, pero sí la forma de mirarlo.

Su obra cumbre es, sin lugar a dudas , “El astillero” (escrita hace pocomás de cinco décadas) en cuya prosa se cruzan de manera inexorable la muerte y el asbsurdo de la cotidianidad, en medio de un mundo sombrío, marcado por la tragedia de la existencia.

Los novelistas favoritos de este gigante uruguayo de las letras fueron William Faulkner, Honoré de Balzac, Henry James y Henri Melville. “Siento por ellos una gran admiración, aunque si tuviera que elegir uno, me quedó con Faulkner. Yo le he leído páginas que me han dado la sensación de que es inútil seguir escribiendo. ¿Para qué? Si él ya lo hizo todo. Es tan magnífico, tan perfecto”, confesó alguna vez.

Descubrir los recónditos mensajes de la prosa onettiana es una labor titánica, lo que explica por qué cada año se redactan centenares de tesis de grado sobre él en diversos rincones del planeta y se dictan cursos para desentrañar el mundo ficcionado por este creador.

En variadas oportunidades se le preguntó qué significaba para él la literatura, cuestionamiento ante el cual guardó siempre un sano escepticismo: “Diría lo mismo si me preguntaran qué es para mí la lectura: es un vicio. Yo no tengo ni la menor pretensión de cambiar el mundo o de modificarlo con lo que escribo”.

Existe un deseo patente en varios libros del uruguayo por reinventar la vida, especialmente en los de su primera época. Obviamente, dicha aspiración no la plantea desde el punto de vista del optimismo bobo, sino que –casi por el contrario- desde la reflexión profunda en torno a un universo frágil, que se derrumba a cada momento, con protagonistas insensibles, quienes llevan las riendas de un mundo absurdo. La prosa de Onetti es tan pesimista y nihilista como él siempre lo admitió.

¿Y para quién escribe?, le preguntaron. “Para mí”, dijo sin pensarlo dos veces. “Para Onetti, que es mi mejor amigo, o para mis personajes, también para ellos, aunque sé que siempre va a haber alguien que me va a leer y va entender las tristezas que escribo”, rubricó.

Así, es posible encontrar párrafos decidores en su antología de cuentos "Tiempo de abrazar": “Sería tan lindo vivir entre gentes sanas. Que no pensaran las cosas, que no calcularan. Hacer naturalmente todo lo lindo que uno desea, sin la malicia de los demás” se lee en la narración que da nombre al libro.

En este relato que data de 1943, el uruguayo es particularmente lúcido: “Pensó que miles de M. Gigord lo rodeaban diariamente en la oficina, en las playas, en las calles, en los tranvías. Y no era necesario que fueran viejos; todos ellos habían nacido con la imaginación cansada, infinitamente mediocres, ridículos y brutales. Miles de M. Gigord hacían los diarios, dictaban leyes, repartían el bien y el mal. El mundo estaba dirigido por ellos. Crueles y cobardes, temerosos ante todo lo que significaba audacia y originalidad”.

Por eso, una señal clara para enter a Onetti es el escepticismo: “La vida es lo que no puede hacerse en compañía de mujeres fieles, ni hombres sensatos”, sostuvo con descreída precisión. En aguas así de turbulentas navegó en sus primeros años, flirteando con el periodismo y la literatura, entre Uruguay y Argentina. Luego del éxito de “El pozo”, continuó con “Tierra de nadie” (1941),  “Para esta noche” (1943), “La vida breve” ( 1950) y “Los adioses” (1954).

A esas alturas ya había creado la ciudad imaginaria de Santa María, que es Montevideo, Buenos Aires, Santiago, Sudamérica. En síntesis, más que un lugar determinado, era un mundo prejuicioso y asfixiante, absurdo y oscuro, como cualquiera, como todos.

Dentro de ese universo, sus personajes se mueven en el sinsentido de la existencia, yendo a trabajos que no existen, cumpliendo horarios en astilleros abandonados, sobreviviendo a realidades hostiles y respetando sagradamente ritos sin importancia alguna.

En 1974, con dictaduras en toda Latinoamérica, también en Ururguay, Juan Carlos Onetti se exilia en España, donde encuentra un poco de felicidad. Se establece en Madrid y comienza  a recibir los réditos de su brillante trayectoria.

Publica “Cuentos Completos” en 1974, “Presencia y otros relatos” y “Cuando entonces”. En 1993 la novela corta “Cuando ya no importe”, contiene una cruda declaración de principios: “Serán procesados quienes intenten encontrar una finalidad a este relato; serán desterrados quienes intenten sacar del mismo una enseñanza moral; serán fusilados quienes intenten descubrir en él una intriga novelesca”.

En 1985, con la democracia recuperada en su país, se le otorga el Premio Nacional de Literatura de Uruguay. Cinco años antes España lo había agasajado con el codiciado Premio Cervantes.

Juan Carlos Onetti murió en Madrid en 1994, a los 85 años, al lado de Dolly, su cuarta esposa, leyendo novelas policiales de quinta categoría. En cama y regaloneado, buscó relegarse al olvido, como un personaje más de sus singulares novelas, aunque indignado por la posibilidad de que la muerte viniera a buscarlo.

A pesar de todo, su obra ha perdurado al verdugo del tiempo y con más fuerzas que nunca, venciendo a la muerte y encontrando cada día nuevos lectores en cualquier rincón del mundo. Incluso en Santa María, donde aún se le extraña...

 

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