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La risa, el mejor antídoto ante la muerte de quien queremos
Viernes, Febrero 17, 2017 - 09:15

No se trata de una falta el respeto, sino de una necesidad de restarle importancia a las particularidades y absurdos que se presentan al final de la vida.

Hace algunos años, justo antes de la Navidad, Shirley Rapp y su familia enfrentaron una devastadora noticia: la mujer padecía lo que parecía ser una enfermedad terminal.
 
Sin embargo, eso no le impidió a Rapp comprar los regalos que todavía tenía pendientes. Su hija, Karyn Buxman, enfermera y autodefinida como “neurohumorista”, la acompañó. Cuando madre e hija entraron a una librería en la zona de St. Louis, Rapp agarró una agenda y bromeó: “Si vivo más allá del 1 de enero, ¿me la vas a comprar?”
 
Ambas comenzaron a reír fuerte, y sus risas atrajeron las miradas de los demás. Para algunas personas, el proceso de morir es menos estresante cuando se convierte en un asunto de risa. No se trata de faltar el respeto, sino de una necesidad de restarle importancia a las particularidades, y a ciertas situaciones absurdas, que se presentan al final de la vida.
 
La generación nacida después de la Segunda Guerra Mundial (los baby boomers), cuyos integrantes más grandes están llegando a los 70, creció con el sonido de fondo de las risas grabadas de la TV y están acostumbrados a reírse de cosas que a veces no parecen tan graciosas. Incluso existe una organización sin fines de lucro sostenida por donaciones, ingresos por conferencias y cuotas de los miembros, cuya misión es recordar a la gente que la risa es una parte trascendental de todas las facetas de la vida, incluso en los últimos días.
 
“La risa es la mejor medicina”, dijo Mary Kay Morrison, presidenta de la Association for Applied and Therapeutic Humor (AATH)… “a menos que tengas diarrea”. El humor es especialmente importante cuando la gente se acerca al final de su vida, aseguró Morrison. Haber cumplido 70 años no es un impedimento para hacer actividades que causan risa, como saltar con su palo de pogo. “Si bien la muerte no tiene cura, lo que sí puedes cambiar es tu estado de ánimo”. Su grupo tiene algunas reglas para la utilización del humor con los moribundos. La más importante es asegurarse de conocer muy bien al paciente antes de utilizar el humor.
 
En su sitio de internet, el Instituto Nacional del Cáncer alienta a los pacientes a incorporar el humor a las situaciones de la vida diaria, como comprar un calendario chistoso para el escritorio o mirar películas y series cómicas.
 
Buxman, quien ganó un premio a la trayectoria otorgado por la AATH, da charlas sobre la importancia de los momentos risibles de la vida. La mujer, quien trabajó como enfermera con enfermos terminales, toma el humor muy en serio. Estudió el efecto del humor en el cerebro y en los niveles de estrés de los pacientes al borde de la muerte.
 
El humor justo en el momento adecuado, dice, puede provocar la liberación de dopamina, una sustancia relacionada con el placer, que reduce la tensión muscular y la ansiedad en el sistema nervioso, además de disminuir momentáneamente sentimientos de ira y tristeza.
 
Al final, la mamá de Buxman sobrevivió a esa enfermedad, aunque después desarrolló Alzheimer. Cerca del final, Buxman llevó a su madre al consultorio del médico, para ese entonces, su mamá ya no respondía a casi ningún estímulo externo. En la sala de espera, Buxman a duras penas podía creerlo cuando su madre le pidió: “hazme reír”.
 
 
Buxman supo que era el momento de compartir un recuerdo familiar gracioso. Le contó la anécdota de cuando las dos estaban en la sección de cocina de una gran tienda y vieron unas sartenes en exposición con lo que parecían huevos fritos artificiales. “Esa comida parece tan real”, dijo su mamá, mientras clavaba el dedo en la comida “falsa”. Pero resultó ser un huevo de verdad y la yema reventó y salpicó a Rapp y se esparció por las otras sartenes.
 
“Mientras contaba la anécdota, mamá hacía gestos y sus ojos refulgían, y las dos nos retorcimos de la risa”, cuenta Buxman. “Incluso cerca de la muerte, podemos comunicarnos con la parte más primitiva del cerebro a través de la risa”.
 
Los chistes o bromas relacionados con la familia no solo son aceptables en situaciones terminales, sino que además son de gran ayuda. Paula McCann, abogada de adultos mayores de Rutland, Vermont, es la autora del blog onthewaytodying.com. En él, recuerda cuando su padre John, de 83 años y con Alzheimer, pidió morir en su hogar. Sus hijos y su esposa se turnaban para atenderlo. Una noche, McCann se sentó junto a su madre, poco después que su padre recibiera la extremaunción. Madre e hija comenzaron a especular sobre dónde estaría el alma del padre en ese momento. McCann sugirió que podría estar en un patrón de espera, dando vueltas en el aire como los aviones, mientras Dios repasaba sus buenas y malas acciones antes de dejarlo entrar al cielo. En ese momento, su madre bromeó: “Entonces se va a quedar ahí para siempre”.
 
Reírse de las cosas por las que pasan los pacientes al final de su vida ayudó a Ronald Berk, decano adjunto retirado de la Universidad Johns Hopkins, a superar un mal momento. Su esposa, Marion Smith-Waison, médica ginecóloga jubilada, se enfermó gravemente y murió hace 18 meses. Ella había arreglado una cita en su casa con gente que ofrecía medicinas holísticas. Cuando Berk entró a la habitación, un terapeuta le preguntó “¿Está tomando alguna medicación?”; Berk respondió “Sí, estaba tomando crack, pero abandoné durante la Cuaresma”. Berk afirma que el sentido del humor en ese momento tan estresante le ofreció una válvula de escape fundamental.
 
Chip Lutz, un orador profesional, quien se retiró del Navy hace años, recuerda la importancia del humor compartido antes que su padre, Eugene, falleciera el año pasado. Cuando quería que sus visitas le dieran otro abrazo, Eugene trataba de convencerlos diciendo “Bueno, ésta puede ser la última vez que me veas”.
 
Pero su hijo Chip tenía la respuesta perfecta: “Todavía no te puedes morir, no terminé de escribir el discurso de tu funeral”.
 
Nadie escucha más bromas mórbidas que quienes trabajan en un hospicio. Hace varios años, Allen Klein, autor y escritor motivacional, trabajaba como voluntario en un hogar de adultos mayores en la zona de la Bahía de San Francisco. Una anciana a quien estaba ayudando le dijo que cuando ella muriera, quería que pintaran el dormitorio de su marido y que mezclaran sus cenizas en la pintura.
 
“¿Para qué quiere que hagan eso?” preguntó Klein, algo confundido.
 
“Así puedo vigilar a mi esposo y saber si se está portando bien”.

Autores

Bruce Horovitz/ Diario Las Américas