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Las oscuras historias del genocidio gitano en Auschwitz
Viernes, Abril 13, 2018 - 09:10

Sus abuelos sobrevivieron a la matanza de los sinti y los romaníes. 75 años después de su deportación, Bobby Guttenberger recorre el camino hacia el campo de concentración.

Casi dos millones de personas visitan anualmente el Museo Auschwitz-Birkenau. Está tranquilo esta mañana. Treinta visitantes de Baden-Württemberg, estado federado del suroeste de Alemania, siguen los pasos de los prisioneros en el largo camino hacia el antiguo "campamento gitano", en la sección BIIe.

En el monumento conmemorativo de los romaníes y los sinti de Europa que fueron asesinados, los visitantes ponen rosas blancas por las personas que fueron deportadas de Stuttgart a Auschwitz hace 75 años. Entre ellos Bobby Guttenberger, de Ravensburg. Sus abuelos fueron encerrados aquí.

"Soy alemán. Un alemán con una cultura diferente", explicó Bobby Guttenberger el día anterior. Los viajeros le habían preguntado si tenía ciudadanía alemana. "¿Cómo preguntan eso?" Pregunta irritado, pero muy amigable. Aprecia la apertura y cordialidad en el viaje conmemorativo de la Academia Protestante Bad Boll desde Stuttgart a Auschwitz. Le sorprendió que algunas personas sepan tan poco sobre sinti. Pero lo más importante para él es el intercambio.

"¿Qué tatuaje es ese?"

Los sinti siempre han sido alemanes. Mantienen su propio idioma: el romaní. Tienen "una historia musical diferente y quizás una vida familiar más cercana que la de los que no son sinti". Después de terminar la escuela, Bobby Guttenberger pasó meses cuidando a su abuela Martha, traumatizada por Auschwitz: "Eso está en mí".

Cuando era niño, notó la inscripción "Z 5656" en el brazo de sus abuela, recuerda. "¿Qué tatuaje es ese?", preguntó. "Me lo hicieron los nazis, ese era mi número, mi sello", respondió ella. Pero cuando él le preguntó acerca de sus experiencias, ella se rehusó: "No quieres saber para nada qué pasó allí".

Birkenau está en completo silencio en esta mañana de primavera de 2018. En 1943, los gritos de los guardias, los ladridos de los perros, los golpes, los disparos y la muerte dieron forma a los días en el campo de concentración, contaron los sobrevivientes. El suelo está "cubierto de sangre". En el monumento de Birkenau, el guía turístico Andreas Hoffmann-Richter lee las memorias de Hildegard Franz. Ella fue uno de los pocos sobrevivientes de Ravensburg. Antes de la persecución nazi, trabajó para la ciudad: "Todos los sinti trabajamos".

"Nadie puede imaginarse"

Aquellos que fueron calificados como "inferiores" fueron deportados de acuerdo al "decreto de Auschwitz" del Reichsführer de las SS, Heinrich Himmler. 23.000 miembros de la minoría, provenientes de once países, llegaron a Birkenau, la mitad menores de 16 años, de los cuales solo unos pocos regresaron. Muchos bebés, ancianos y enfermos murieron en el camino en vagones de ganado abarrotados. En muchos países europeos hubo ejecuciones masivas y deportaciones a "campos de exterminio".

La familia de Martha Guttenberger fue deportada de Mosbach. Aquí la ciudad había encerrado a las familias sinti en un campamento de barracas rodeado de alambre de púas custodiado de forma rigurosa. En marzo de 1943, hombres, mujeres y niños fueron deportados. Algunos que fueron considerados "arios" pudieron quedarse, pero iban a ser esterilizados a la fuerza. Querían eliminar a la minoría para siempre.

En Auschwitz, los miembros de las SS abusaron de los reclusos que padecían sed, hambre y enfermedades terribles. Hildegard Franz perdió a sus hijas pequeñas: "En diez semanas nuestros cuatro hijos murieron. Mis pequeñas tenían tres y dos años, y la otra solo siete meses. El hijo de mi hermana tenía solo dos años. Nadie puede imaginarse cómo la gente murió allí. Llevaron a los muertos al crematorio. Vimos el fuego arder día y noche, vivíamos con el olor".

Los niños moribundos

Grupos de sinti y romaníes que llegaban eran asesinados inmediatamente si había sospecha de que tuvieran enfermedades infecciosas. Tenían que desnudarse y eran desinfectados. Les tatuaban un número de prisionero en los brazos, algunos mientras tenían a sus bebés en el regazo. Se convirtieron en números, con una "Z" para "gitanos", exactamente como la abuela Martha.

Su silencio le trasmitía su dolor, dice Bobby Guttenberger: "Los años le han quitado todo a ella". Por supuesto que también hubo buenos momentos en familia. Pero su abuela a menudo se encerraba en sí misma, reflexionaba o lloraba en silencio. En Birkenau, trabajó en el bloque de los niños. Cerca estaba el laboratorio donde el doctor de las SS Josef Mengele sometió a los pequeños a experimentos tortuosos y mató a muchos. El recuerdo de niños llorando y muriendo persiguió a Martha Guttenberger hasta su muerte.

Los participantes del viaje conmemorativo y Bobby Guttenberger dicen que hoy tampoco debemos olvidar. Los aniversarios o el Día Internacional del Pueblo Gitano podrían ayudar: "Es importante que esto nunca más vuelva a ocurrir", dice Bobby.

Su amigo de la escuela primaria, Muhsin Aksoyan, quien lo acompaña, piensa lo mismo. Sus padres vinieron de Turquía a Alemania. Para él, el Holocausto se trató en la escuela de una forma demasiado superficial. En el libro conmemorativo del Bloque 13 del campo de concentración de Auschwitz, donde se documenta la persecución de los sinti y los romaníes, escribe: "Quien no conoce su pasado, no tiene futuro".

Autores

Andrea Grunau Deutsche Welle