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Magíster después de los 40: Un reto a duelo con el estancamiento profesional
Martes, Febrero 5, 2013 - 16:14

Al dejar la tercera década y convertirse en cuarentón, la familia, los hijos, el tiempo, el trabajo y el dinero son responsabilidades que a muchos pueden jugar en contra si se desea cursar un máster. Sin embargo, existen espíritus inquietos que, buscando mejorar, se esfuerzan y se atreven a conciliar todos esos factores.

Se dice que la crisis de los 40 es casi insoslayable. Que al dejar atrás la tercera década de vida las personas miran al pasado, analizando sus logros y fracasos. Se dice, además, que a la luz de los resultados algunos hasta se deprimen. Pero hay otros que no y que, por el contrario, se plantean distintos tipos de desafíos: familiares, profesionales, laborales, académicos, empresariales y un largo etcétera. La premisa para ellos es ser inquietos y retar a duelo al estancamiento.

Entre estos últimos están los que asumen como propia una antigua frase hecha: “Nunca es tarde para aprender”. Y a los 40 o más se enfrentan -sí, se enfrentan- al deseo, en ocasiones postergado, de cursar un magíster.

La decisión, eso sí, no es sencilla. Aparecen responsabilidades mayores en el camino: el matrimonio, los hijos, el tiempo escaso, las deudas, el dinero y el trabajo, entre muchas otras. Pese a todo, se arriesgan en esta aventura.

De las motivaciones

Un ejemplo es Franco Francino. A sus 43 años y con una dilatada carrera como ingeniero civil informático, hoy está en un MBA de la Universidad Católica de Chile. Su motivación principal, explica, es que habiendo alcanzado posiciones de jefatura y dominando lo técnico, quiso desarrollar sus habilidades blandas y de administración, áreas en las que, según confiesa, tenía falencias. Así, investigó la malla curricular del programa, dándose cuenta que una “gran cantidad de esos elementos que quería potenciar estaban contemplados”. Con esa reflexión, firmar la matrícula fue sólo un trámite.

Adriana Turdera es licenciada en ciencias de la educación y docente en una maestría de la Universidad René Favaloro, en Argentina. A los 40 años hizo un magíster en administración. No se quedó ahí. Una década después hizo otro en marketing estratégico en la Universidad Torcuato di Tella (UTDT).

“En general, esto es para dar el salto al próximo nivel de desempeño en las carreras”, declara. Tomar los posgrados fue por la continua preocupación por “capacitarme y por tener una mochila más armada y preparada para enfrentar el desafío del mercado laboral. O sea, la necesidad de crecer”, agrega.

A los 52 años, una vez que sus hijos se emanciparon, Daniel Calabrese se atrevió y se unió a un programa de la UTDT. “Fue, más que nada, porque ya estaba quedando corto con la carrera de grado (licenciado en comercialización), en el sentido de poder crecer en el banco en que trabajaba. Quería estudios superiores y, bueno, la conclusión fue hacer una maestría”, señala. Sin embargo, su aprendizaje fue visto como una amenaza por sus jefes y fue despedido apenas terminó el curso.

Esa edad es compleja para quedar cesante, aunque gracias al máster consiguió un nuevo empleo inmediatamente, asevera. “Con 54 años y con sólo el grado, creo que todavía seguiría buscando trabajo”, expone.

Considerando estos testimonios, la tesis de Guillermo Selva, decano del Campus Francisco de Sola y de los programas de maestría de Incae Business School, parece ser del todo cierta. Sostiene que, fundamentalmente, las personas de estas características que llegan al EMBA si bien ya han logrado posiciones de importancia, notan que precisan afinar algunos conocimientos o habilidades. Otra causa, subraya, es que hay empresas que apoyan, a través de estos cursos, a funcionarios con buenas perspectivas de ascenso y permanencia en la institución.

También hay otras motivaciones. Sebastián Auguste, director del MBA y EMBA de la Universidad Torcuato di Tella, consigna que de los alumnos post 40 que arriban a sus aulas, muchos tienen un perfil emprendedor. “Iniciaron un negocio a edad temprana y llegaron a un punto en el que se nota que se requiere una mejor capacitación para dotar de más productividad a la empresa”, relata.

La familia, el trabajo, el tiempo... y el posgrado

Son muchas las variables que deben analizarse al tomar la decisión de hacer un posgrado después de los 40. Si no se meditan en profundidad, pueden terminar jugando en contra. La principal, concuerdan todos, es compatibilizar la exigente demanda de tiempo que implica esta instancia académica con lo familiar y lo laboral.

Francino es casado y padre de dos niñas, una de 15 años y otra de 11. Reside en La Serena, ciudad distante a 470 kilómetros de Santiago, la capital de Chile y donde se imparte su magíster, el que le significa estar dos o tres días a la semana, y durante dos años, fuera del hogar. Esto podría desincentivar a cualquiera, pero él ve el vaso medio lleno: “Con las hijas ha sido bonito. Ven que el papá, que es mayor, está estudiando igual que ellas, por lo que de alguna manera es tener un referente, un modelo”, asegura.

Con todo, se han diseñado cursos que intentan reducir el impacto en la vida familiar del estudiante. Un caso es el EMBA Global del Incae Nicaragua, al que asisten, una semana por mes full time, alumnos de doce países de centro y Sudamérica, afirma Selva.

Hay otras opiniones en este asunto y que abordan incluso las diferencias de género. En esa línea, Turdera indica que las parejas modernas se organizan de un modo distinto, en el que hombres y mujeres comparten la crianza y la educación de los niños y los trabajos domésticos. Añade que razones como la postergación del matrimonio y de la paternidad favorecen a la mujer, dándoles más posibilidades de avanzar académicamente en relación a lo que ocurría décadas atrás.

Para Macarena Ureta, subdirectora de magíster de la Escuela de Administración de la Universidad Católica de Chile, la conciliación temporal entre el trabajo, la familia y la demandante exigencia de un posgrado es clave para esta determinación.

En este escenario, advierte, el interesado debe organizarse y, por cierto, obtener el permiso de la compañía para ausentarse de su puesto los días de clases. “Por el lado familiar, obviamente se requiere de apoyo por todo lo que significa volver a estudiar. No se trata sólo clases presenciales, también de lectura y reuniones para trabajos en grupo”, manifiesta.

Retorno de la inversión: Si traes cero, te llevas cero

Después de los 40, ¿se podrá capitalizar o al menos recuperar la gran inversión que supone una maestría? Ante esta pregunta, expertos consultados apuntan que los potenciales mayores ingresos o ascensos en la organización van a depender, junto con los conocimientos adquiridos, de los talentos individuales.

“No es un tema causa-efecto”, dice Ureta. Y complementa: “Un posgrado no garantiza, por ejemplo, un ascenso en un 100%. Esto va unido a la persona y, en igualdad de condiciones, el que tiene más habilidades está en ventaja”. Expone, de todos modos, que estudios de esta naturaleza son valorados por el mercado y que nutren de todo lo nuevo que ofrece el conocimiento.

Coincide Auguste al señalar que no a todos les conviene hacer un máster a esta edad: “He visto que han llegado candidatos de 45 años que no han tenido una trayectoria profesional muy destacada y se han quedado sin empleo. Entonces, buscan en el MBA un cambio de carrera o una reorientación laboral. Ese no es el camino; le va a quedar poco tiempo para el re pago”, comenta.

En tal sentido, añade que el magíster no suma, sino que multiplica, por lo que debe hacerse un ejercicio matemático simple para ver los posibles resultados en este contexto: “Si traes cero, te vas a llevar cero”, resalta.

La evaluación

Aunque la reflexión previa es ardua, Turdera evalúa positivamente el máster post 40. “A lo largo de toda la vida estamos cambiando y el pensamiento, lamentablemente, de algún modo se va formateando y convirtiendo en una matriz en la que pareciera que hay más cosas que no pueden incorporarse. Sin embargo, al integrarse a estos espacios uno se encuentra con un montón de otros conocimientos que ayudan a que la manera de pensar se transforme”, asegura.

Desde el lado más práctico, Francino sentencia que ha visto inmediatamente los frutos del MBA, puesto que sus labores diarias se han enriquecido. “Todo lo que he ido aprendiendo me ha servido para chequear cosas que ya he hecho en el trabajo o que, por la posición en la que estoy, los puedo aplicar derechamente, sacarles provecho ahora (…) Eso es muy importante, que la praxis está a la vuelta de la esquina, a diferencia de cuando uno es más joven y está en otra situación, recién haciendo carrera”, enfatiza.

Calabrese califica de “maravillosa” la experiencia y valora el hecho de que, al estar con compañeros más jóvenes, a él no le quedó más alternativa que “aggiornarse” o actualizarse. “Con algunos profesores se necesitaba llevar la netbook o el notebook a clases, siendo que uno estaba acostumbrado al cuaderno y a la lapicera”, explica sobre la adaptación a las nuevas tecnologías y metodologías de enseñanza.

No obstante, lo que más destaca del máster es que el “desafío no tiene que ver con los años, sino con compartir, trabajar y pensar en equipo; no en forma individual. Ese es el reto, independiente de la edad. Lo importante es que los grupos los integraban cabezas totalmente diferentes, gente de marketing, abogados o ingenieros, con lo que las conversaciones se enriquecían muchísimo”.

Selva concuerda con esta óptica: “En el caso nuestro, los estudiantes entran en contacto con gente de doce o más países, comparten culturas y aprenden mucho (…) Por los testimonios que nos dan, hay una serie de beneficios que no sólo son económicos, sino que, en una visión más amplia, van a ser mejores gerentes. Por lo tanto, tendrán más posibilidades de éxito en su carrera”.

Autores

Claudio Reyes R.