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“Modelos mentales” imperfectos, un obstáculo en los desastres naturales
Jueves, Septiembre 11, 2014 - 10:37

Los descubrimientos se presentaron en el estudio “La dinámica de la percepción de riesgo en casos de huracanes: evidencias en tiempo real de la temporada de huracanes en el Atlántico en 2012”.

Los huracanes Isaac y Sandy avanzaban sobre la costa sur y este de EE.UU., respectivamente, en el verano y en el otoño de 2012. Robert Meyer, profesor de Marketing de Wharton, y su equipo de investigación, hicieron una encuesta por teléfono para preguntarle a las personas del área afectada por las tempestades cuáles eran, en su opinión, las mayores amenazas que tendrían que enfrentar, y cómo estaban preparándose para ellas.

A través de ese estudio, y de varios otros, Meyer —que es también director adjunto del Wharton Risk Management and Decision Processes Center—, junto con algunos compañeros, constataron que la mayor parte de las personas no comprenden cómo reaccionar a las amenazas a que se enfrentan derivadas de desastres naturales y de otros tipos y, con frecuencia, los “modelos mentales” precarios de que se valen tienen como resultado una preparación insuficiente. 

Los descubrimientos se presentaron en el estudio “La dinámica de la percepción de riesgo en casos de huracanes: evidencias en tiempo real de la temporada de huracanes en el Atlántico en 2012” [The Dynamics of Hurricane Risk Perception: Real Time Evidence from the 2012 Atlantic Hurricane Season], de Meyer, Jay Baker, de la Universidad Estatal de Florida, Kenneth Broad, de la Universidad de Miami y Ben Orlove, de la Universidad de Columbia, que será publicado en el Bulletin of the American Meteorological Association; y también “Simulación dinámica como método para la comprensión de la respuesta de riesgo a huracanes: conocimiento de un laboratorio de visualización de tempestades” [Dynamic Simulation as an Approach to Understanding Hurricane Risk Response: Insights from the Stormview Lab], de Meyer, Broad, Orlove y Nada Petrovic de la Universidad de Columbia, publicado en Risk Analysis, y también el artículo de Meyer, “Por qué no conseguimos aprender de los desastres” [Why We Fail to Learn from Disasters], publicado en el libro “El economista irracional: vencer las decisiones irracionales en un mundo peligroso” [The Irrational Economist: Overcoming Irrational Decisions in a Dangerous World].

En una entrevista concedida a Knowledge@Wharton, Meyer discute sus descubrimientos y ofrece diversas sugerencias para cambiar la manera por la cual las autoridades y los ciudadanos piensan en riesgos de ese tipo y reaccionan ante ellos. Él también identifica el próximo gran desafío al que tendrá que enfrentarse el mundo de la gestión de riesgo: el cambio climático.

A continuación, la versión editada de la conversación de Knowledge@Wharton con Meyer.

Las tres tendencias que influyen en los preparativos para desastres:

Buena parte del trabajo que hago, y mucho de lo que hacemos en el Centro de Gestión de Riesgo y de Procesos de Decisión de Wharton, tiene que ver con la manera que tienen las personas de tomar decisiones cuando se preparan para situaciones de peligro, ya sea un terremoto o un huracán o, por ejemplo, un posible ataque terrorista, etc. 

Mucho de lo que ya hice tiene como interés primordial descubrir por qué razón las personas, por norma, cometen errores cuando hacen esos preparativos. Muchas veces, cuando los desastres ocurren, mucha gente suele decir “Si por lo menos esas personas hubieran hecho esto o aquello”, o “¿Por qué las personas dejan sus coches en regiones propensas a inundaciones si ya han sido avisadas tantas veces de que habría una inundación?”.

Básicamente, lo que descubrimos a lo largo de varios años a través de la combinación de numerosas investigaciones de campo y trabajando con personas en laboratorios es que, de hecho, los individuos son susceptibles a tres grandes tendencias. 

Una de ellas, en términos bien simples, es la tendencia de subestimar el futuro o preocuparse poco por él o por sus consecuencias. En segundo lugar, las personas olvidan demasiado deprisa el pasado, o se acuerdan muy lentamente de los eventos negativos que ocurrieron de forma anterior. Por último, en caso de duda, las personas muchas veces siguen el consejo de otras que, para empeorar aún más las cosas, también son propensas a cometer los mismos tipos de errores que ellas.

Sobre las causas (y consecuencias) de “modelos mentales malos”:

Estamos muy interesados en estudiar por qué las personas cometen esos errores. ¿Por qué no analizan el futuro con la seriedad que requiere? ¿Por qué se olvidan tan deprisa del pasado? ¿Y por qué buscan otras personas cuando tienen dudas? Lo más importante que descubrimos es que, no es extraño que, ante numerosos peligros, las personas tienen pésimos modelos mentales de cómo deberían suceder las cosas.

Por ejemplo, ante la inminencia de un huracán, el individuo tiene que tomar una decisión sobre la manera con que pretende prepararse para: cuántas pilas comprar, si debe o no evacuar el lugar donde se encuentra. Es preciso reconstruir mentalmente cómo se desarrollará ese evento. Por ejemplo: ¿a qué altura podría llegar el agua? ¿Cuándo el viento venga, qué fuerza tendrá? ¿Cómo podrá afectar a mi casa? A continuación, es preciso simular mentalmente cómo se desarrollará todo —y entonces, según todo eso, tomar una decisión en relación a los preparativos correctos como, por ejemplo, calcular cuántos días podrá faltar energía eléctrica y prepararse para eso.

Las personas, en general, tienen modelos mentales muy malos, por eso ellas los procesan de forma muy precaria. Lo que ellas creen que va a suceder es, con frecuencia, muy diferente de lo que sucede de hecho. Una de las cosas que descubrimos con las investigaciones que hicimos sobre individuos que se vieron afectados por el huracán Sandy fue que cuando se aproximaba a la Costa Este, las personas subestimaron en gran medida una serie de cosas, una de ellas tenía que ver con la duración de los efectos posteriores de la tempestad.

Muchas veces, en la cobertura que los medios hacen de esos eventos, se oyen cosas como “está llegando un huracán esta noche”, y a partir de eso las personas llegan a la conclusión de que tienen que buscar una manera de salir ilesos esa noche. Las imágenes que les vienen a la mente son fuertes torbellinos, el techo volando lejos de la casa, etc. En el caso del huracán Sandy, eso no fue lo que estaba previsto para la mayor parte de las personas afectadas. Lo que estaba previsto, principalmente para quien estaba más al interior, era una posible falta de energía eléctrica durante dos semanas. Y, en ese caso en particular, las personas se habían preparado para soportar una noche, tenían bastante cerveza, pizza y aperitivos para aguantar la noche de tempestad, pero no estaban preparadas para las dos semanas que les sobrevendrían.

Antes de la tempestad, preguntamos a las personas: “¿Tienen planes de dónde ir si tienen que evacuar el lugar donde están?” Constatamos que solamente un 23% de las personas situadas en las proximidades inmediatas a la costa —gente que estaría muy afectada por el Sandy— había hecho planes sobre qué hacer si tuvieran que evacuar sus casas.

Sobre los peligros del agua frente al viento:

Una de las conclusiones a que llegamos gracias a los estudios hechos con Sandy, por ejemplo, mostró lo malos que eran los resultados de los modelos mentales de las personas. Los individuos que vivían en las proximidades de la costa realmente subestimaron los impactos por los que tendrían que preocuparse.

Ellas deberían haberse preocupado por las inundaciones, o por los daños causados por el agua, y no por el viento [...] En cierto sentido, las inundaciones es lo que mata a las personas en los huracanes, y no el viento. Las inundaciones son más nocivas.

Pero cuando conversábamos con las personas [durante el Sandy] que vivían a una manzana del agua y les preguntábamos “¿Qué es lo más les preocupa?”, ellas decían: “El viento, estamos preocupados por el viento” —cuando, en realidad, el agua era por lo que ellos realmente tenían que preocuparse. Y, de hecho, la mayor parte de las muertes en la ciudad de Nueva York [en el transcurso de Sandy] fue por ahogamiento debido a las inundaciones. Cerca de 250.000 autos fueron dañados a causa de las inundaciones. Eran todas pérdidas que podrían haberse evitado; hubiera bastado con que las personas se hubieran movido un poco más al interior y colocado los autos en un terreno más elevado.

Sin embargo, si cree que tiene que preocuparse por el viento, lo más cuerdo es quedarse donde está. Existe un dicho sobre cómo prepararse para un huracán: huya del agua y escóndase del viento. La idea es que el individuo busque refugio donde está en caso de tempestad de viento. Por lo tanto, lo que las personas estaban haciendo estaba más o menos bien —si cree que por lo que debe preocuparse es por el viento, no debe salir de donde está. Debe quedarse en casa, no debe ir a ninguna parte y dejar el coche donde está. Pero a lo que tenían que enfrentarse era una gran inundación, o un desastre causado por el agua, pero ellas estaban totalmente preparadas para el evento equivocado. Debían haber salido de donde estaban, pero se quedaron allí.

Ayudar a las personas a prepararse mejor para los riesgos:

El problema básico consiste en saber qué hacer para que las personas tengan un modelo mental mejor, o para que puedan simular mejor mentalmente lo que va a sucederlas, de manera que puedan alinear lo que les ocurrirá con la manera mediante la cual van a prepararse para lo que venga. Ahora, el verdadero problema es que las personas no tienen informaciones específicas sobre lo que va a sucederlas en su casa.

Cuando el huracán se aproxima, las personas tienden a sentarse y mirar la televisión, incluso quien normalmente pasa mucho tiempo en Internet y se informa por Twitter y por Facebook. Ellas ven el Canal del Tiempo, la CNN, y la información que obtienen es una visión muy monolítica de lo que va a suceder durante la tempestad. En general, si vive en el litoral de New Jersey, verá un reportero transmitiendo desde Central Park o desde Battery Park de Nueva York, por lo tanto no tendrá una percepción clara de lo que podrá ocurrirle personalmente.

Uno de los desafíos en esos casos consiste en descubrir medios que permitan comunicar a las personas en lugares específicos la experiencia real por la que van a pasar. Sé que el Centro Nacional de Huracanes [...] está intentando abordar este problema. Otro desafío, que es también realmente difícil de vencer, consiste en saber cómo hacer que las personas entiendan el problema que representa el agua. Sabemos que las personas no suelen comprar seguro contra inundaciones, inclusive personas que viven en regiones proclives a inundaciones. La Agencia de Gestión de Emergencias Federales (FEMA, por sus siglas en inglés) tiene mucha dificultad para convencer a las personas de que se hagan un seguro contra inundaciones, porque es algo que ellas tienen dificultad en imaginar. Si vive desde hace mucho tiempo en un lugar y nunca ha visto subir el agua, la idea de que su casa pueda inundarse un día es muy difícil de imaginar.

Normalmente, cuando hablamos sobre huracanes, la idea que tenemos es la de una tempestad de viento y, de hecho, el Centro Nacional de Huracanes clasifica el grado de severidad de las tempestades según categorías, y esas categorías están vinculadas a la velocidad del viento. Por lo tanto, cuando las personas piensan en huracanes, ellas naturalmente piensan que huracán es sinónimo de viento, y no piensan mucho sobre los efectos del agua. Una de las mayores dificultades en esos casos es saber cómo comunicar ese hecho a las personas y cómo corregir ese problema. Por ejemplo, muchas previsiones dicen cosas del tipo: “Cuando llegue la tempestad, la marea podrá llegar a 10 pies [3 metros]“. Pero entonces tenemos que preguntarnos: ¿cuántas personas saben a qué altura por encima del mar está su casa? Nadie lo sabe. Es difícil hacer la conexión entre esa información y el impacto personal sobre el individuo. Es preciso [...] que las previsiones dejen de explorar el nerviosismo asociado a posibles daños causados por el viento y pasen a dar prioridad realmente mucho más a la pérdida personal que puede ocurrir como consecuencia de las inundaciones.

Cuando las personas no saben qué hacer en una determinada situación y no saben qué actitud tomar, ellas, con frecuencia, caen en lo que los psicólogos llaman “tendencias patrones” —es decir, si usted no sabe qué hacer, haga lo que sea más fácil, o haga lo que está acostumbrado a hacer. En el contexto de los preparativos, la tendencia patrón es no hacer nada. Es quedarse en casa, no comprar provisiones de más y cosas parecidas.

Muchas veces, las personas se preocupan por lo que puede suceder si toman precauciones y no sucede nada. Si las autoridades dijeran que tienen que aprovisionarse de agua, y que deben comprar cinco cajas de agua para dos semanas, las personas comienzan a pensar: “Bien, ¿cuánto tiempo voy a quedarme sin agua? Ellos dijeron dos semanas, pero pueden ser dos días, y yo me acuerdo de una ocasión en el pasado en que llegó la tempestad y no sucedió nada”. Y después de un tiempo, el individuo simplemente no consigue tomar una decisión, y acaba no haciendo nada. Por lo tanto, otra posibilidad es pensar en maneras de hacer preparativos o tomar precauciones que sean la acción patrón, y no la acción que requiera esfuerzo.

Por ejemplo, uno de mis compañeros del Centro de Riesgo defiende que una manera de garantizar que las personas renueven su seguro contra inundaciones consiste en hacer que una persona que compra una casa en un área sujeta a inundaciones incorpore el seguro a la hipoteca. De esa manera, cada año, la persona lo renueva de forma natural, no es una decisión que el individuo tenga que tomar conscientemente. Yo, en particular, tuve la siguiente idea: como parte de los impuestos sobre propiedad en un año específico, el individuo pagaría de forma automática por un kit de protección contra huracanes. En áreas de huracanes, la comunidad entregaría un kit de protección a las personas y se les devolvería el dinero si no lo quisieran. Por lo tanto, sería preciso razonar de forma consciente, es decir, en lugar de pensar si debe tomar alguna medida, que es comportamiento patrón, el individuo se vería ante la decisión de no tomar ninguna medida, o entonces tomarla. Creo que las personas están más inclinadas a la seguridad en circunstancias de ese tipo.

Por qué los “modelos mentales” no fallan sólo durante los huracanes

Aunque buena parte de nuestro trabajo tiende a concentrarse en preparativos contra huracanes, muchas de las tendencias que observamos en el contexto de los motivos por los cuáles las personas cometen errores cuando se preparan para enfrentar huracanes pueden ser observados en muchos otros contextos.

Es el caso, por ejemplo, de la protección contra el terrorismo. Hay una imagen muy fuerte que hace referencia a los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. En esa imagen famosa, Mohamed Atta pasa por la seguridad del aeropuerto, y se ve a un empleado en el mostrador que simplemente deja a ese individuo pasar. Esa es una escena emblemática, porque simboliza los problemas reales de intentar prepararse para eventos que suceden con muy poca frecuencia, pero que, cuando ocurren, tienen consecuencias drásticas increíbles: la mayor parte de las veces, hay un refuerzo para que no hagamos nada. 

El número de veces que tomamos alguna medida que nos exigió un gran esfuerzo para protegernos de alguna cosa y el número de veces con que nos topamos de forma efectiva con un desastre es muy escaso. Por ejemplo, un agente de control en los aeropuertos, ¿con qué frecuencia se encuentra realmente con un terrorista? Eso casi nunca sucede.

Aprendemos por el método de ensayo y error. Cuando se hace un esfuerzo extra para trabajar más duro, pensar más, proteger y prepararse más para una tempestad, o estar más atento frente a un posible ataque terrorista, la mayor parte de las veces no se recibe recompensa alguna. 

Es por esa razón que, con frecuencia, las personas, por ejemplo, cancelan el seguro contra inundación. La mayor parte de las veces, cuando compran seguro contra inundaciones, las personas hacen un cheque cuantioso por el producto, pero no hay ninguna inundación. El año siguiente, hacen otro cheque cuantioso y, una vez más, no sucede nada. De pronto, ellas comienzan a pensar: “Bien, yo podría usar ese dinero para comprar una televisión mejor [...] pero lo estoy desperdiciando con ese seguro contra inundaciones”. 

Después del huracán Katrina, que provocó inundaciones en Nueva Orleans que fueron cubiertas de forma amplia por la prensa, hubo un aumento significativo del número de personas en todo el país que adquirió seguro contra inundaciones. Fue interesante observar que un año después del Katrina, de pronto muchas de esas personas cancelaron su seguro porque no percibieron ninguna recompensa asociada a él. Ese es el tipo de cosas que suceden en todas partes.

Otra tendencia frecuente que ocurre a las personas es lo que los psicólogos llaman “tendencia optimista”. Esto significa que la persona sabe que hay un cierto peligro por ahí, y son muchas las posibilidades de que se vuelva realidad, pero la tendencia es pensar que aunque ocurra, el peligro real es una amenaza para otra persona, y no para ella. Creo que todo padre y madre cuyo hijo adolescente haya comenzado a conducir le ha hecho una advertencia muy seria: “Si conduces, no envíes mensajes de texto”. Pero, sabe que, en el fondo, eso va a suceder, él sabe que es peligroso, pero hay un instinto que le dice: “Sé que va a suceder, pero no a mí. Seré cuidadoso; si le sucede, va a ser a otra persona”. Entonces, de la nada, ocurre un accidente, sin consecuencias trágicas, eso espero.

Eso se observa con mucha frecuencia en distintas áreas, en casos de ataques terroristas e incendios forestales, terremotos, huracanes, etc. Creo que la investigación también reforzó en mí la idea de [...] cómo las personas toman conciencia de las consecuencias de ese tipo de cosas. Ellas no aprenden por cosas que les sucedieron personalmente a ellas; aprenden al ver imágenes de esas cosas sucediendo en otros lugares. Por ejemplo, cuando se aproxima un huracán, o cuando estoy preocupado por un terremoto —nunca presencié un terremoto en casa— pero vi videos sobre terremotos en Chile; vi videos de numerosos terremotos en China, y creo que es en esos lugares donde ocurren. Por lo tanto, me preocupo por los terremotos, pero no creo que vaya a presenciar alguno cerca de mi casa. Si sucede, tal vez sea en el área de la bahía de San Francisco; en Chile; en Japón o en China.

Sobre la posibilidad de previsión bloque a bloque:

Creo que estamos efectivamente mucho más cerca de todo eso de lo que pueda parecer. Ciertamente, hoy en día, los datos de elevación vía satélite tienen resolución elevada, y las informaciones bloque a bloque a que tienen acceso los planeadores de emergencias —por ejemplo, si la marea alcanzará un cierto nivel— les permite saber lo que sucederá a una casa de forma específica. Ellos tienen realmente esas informaciones.

Tenemos una porción de datos de ese tipo. Pero uno de los problemas con que nos encontramos consiste en saber cómo llevar esa información a una persona de una manera que pueda comprender su importancia para ella. No creo que estemos lejos de usar la tecnología de las aplicaciones y de los smartphones. Sin embargo, creo que, con frecuencia, las personas no responden a un mensaje genérico que dice: “Todos en el oeste de Filadelfia deberán actuar de ese modo”, porque cuando piensa: “Bien, eso no es para mí aquí en el oeste de Filadelfia; es para otras personas de la región, porque es la casa de los demás la que estará en peligro”. 

Si, por otro lado, recibo un mensaje que dice básicamente: “Robert Meyer, este es un mensaje dirigido especialmente para usted: tal cosa le sucederá a su casa, en esta dirección”, de pronto puedo identificarme mucho más con esa información, porque no se trata de algo genérico; ha sido dirigida directamente a mí.

Sobre la importancia de ejemplos de la vida real y de simulaciones:

Creo que el verdadero desafío de intentar imaginar cómo producir mensajes mejores y cómo estudiar de qué manera las personas se preparan para enfrentarse a desastres consiste en el hecho de que no hay muchas oportunidades de estudiar esas cosas en el mundo real. Afortunadamente, no estamos en una situación en que la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA) hará una experiencia controlada del tipo: “No vamos a avisar a algunas personas sobre el desastre, pero vamos a avisar a otras, para ver lo que sucede”. Es obvio que no podemos hacer eso.

Un grupo de investigación con el que trabajo está desarrollando simulaciones bastante realistas en que una persona es colocada en una sala de estar virtual con acceso a la televisión, Internet, o puede salir de casa y conversar con los vecinos. El objetivo es que, en el contexto de las simulaciones, ellas puedan experimentar, por ejemplo, un huracán virtual que se aproxima y puedan ver al feed de noticias que está siendo actualizado, todo eso hipotéticamente. Lo fantástico de todo eso es que podemos usar esas cosas como laboratorio natural para probar de qué manera las decisiones de las personas en ese ambiente simulado serían alteradas si les diéramos diferentes tipos de mensajes. ¿Y si el tono de la transmisión de la televisión fuera ligeramente modificado? ¿O qué sucedería si las personas con quienes esos individuos conversaran fueran expertos frente a noveles en relación a huracanes?

No podemos hacer esas experiencias controladas en campo. Una de las reservas obvias que tenemos en lo que concierne a simulaciones es que hay una diferencia de hecho entre el individuo sentado delante del ordenador en un laboratorio y responder a una amenaza hipotética de huracán y experimentar de verdad un huracán o un terremoto real. Pero lo que encontramos sorprendente es que la forma que tienen las personas de comportarse en esos dos ambientes es notablemente semejante, por lo tanto, si esas simulaciones fueran proyectadas con bastante realismo, los instintos naturales de las personas, que dictan la forma en que ellas actuarían en caso de que esas cosas sucedieran en la vida real, salen a relucir.

Por ejemplo, en la simulación en que un individuo fue colocado en la sala de estar virtual, nuestro temor fue que las personas intentaran hacer cosas allí que no fueran naturales, sólo porque se trataba de una simulación. 

Pero lo que descubrimos fue que en esas simulaciones de huracán, las personas tendían a conectar la televisión. Y es eso exactamente lo que ellas hacen en la vida real [...] Cuando relacionamos la utilización de los medios en la simulación con su utilización en campo, según observamos en nuestros estudios sobre huracanes, nos encontramos con un paralelismo impresionante. Notamos una cantidad de las mismas tendencias apareciendo en un ambiente y en otro. Por lo tanto, eso nos llena de mucho optimismo porque, de hecho, podemos comenzar a probar vehículos de comunicación y otros aparatos en el laboratorio, lo que significa, así lo esperamos, que podremos en el futuro transportarlos al mundo real. Es posible calcular mejor el impacto individual de los desastres. 

Una de las cosas que podemos hacer en nuestras simulaciones es permitir que los participantes en las salas tengan acceso a una mesa donde hay un teléfono. Con eso, podemos manipular el tipo de mensaje que ellas recibirán.

Lo que vendrá a continuación:

Una de las cosas en las cuáles estamos realmente interesados últimamente, y que es un ítem imprescindible para mucha gente —no sólo para quien está preparándose para enfrentar un peligro, sino también para los individuos en las empresas— consiste en saber cómo responder al cambio climático. Los científicos realmente no saben a ciencia cierta cómo eso afectará, por ejemplo, al impacto de los huracanes, la frecuencia de los hechos y de las sequías, etc. Pero creo que hay un sentimiento generalizado de que las cosas serán diferentes en el futuro respecto a lo que son ahora. Y buena parte de la atenuación del impacto del cambio climático es algo que requiere inversiones a largo plazo en protección por parte de los individuos y de las comunidades.

La ciudad de Nueva York, por ejemplo, después del huracán Sandy, ahora piensa de la siguiente manera: “Bien, ¿qué podemos hacer para protegernos contra la elevación del nivel del mar?” El problema de la elevación del nivel del mar es que para protegerse contra ella no bastan algunos sacos de arena, sino inversiones en infraestructura de miles de millones de dólares, que es algo que a las comunidades no les gusta hacer. Y, desafortunadamente, es el tipo de cosas que cuando observas el presupuesto del Gobierno en un año determinado, allí está: “Bien, queremos llevar ese proyecto adelante, queremos seguridad, pero, en cierto sentido, no tenemos efectivamente el dinero para hacerlo este año. Vamos a dejarlo para el año que viene”. Y entonces, el año que viene llega y la cosa se aplaza para el siguiente año y así en delante hasta que, de pronto, aparece otro Sandy y una inundación más.

También estamos interesados en estudiar cómo esas comunidades se adaptarán al cambio climático, en particular, a la elevación del nivel del mar. Y qué tipos de mensajes y cosas podemos hacer para que las personas entiendan los beneficios de invertir hoy en algo que es realmente de largo plazo, en que, de hecho, las personas tal vez jamás vean esos beneficios durante la vida. Por más difícil que sea hacer que las personas actúen, preparándose para amenazas inmediatas como huracanes, lo que sabemos que no es fácil, hacer que ellas entiendan los beneficios de tomar medidas de protección contra la elevación del nivel del mar o contra el calentamiento global es aún más difícil.

Knowledge@Wharton

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