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Riesgos para la preservación del hábitat en la Antártica crecen con la expansión del turismo
Domingo, Marzo 10, 2013 - 16:13

En la temporada 1992-93 apenas hubo 6.700 turistas, pero en la de 2008-09 la cifra ya superaba los 45.200, según datos de la Asociación Internacional de Operadores de Turismo de la Antártida (IAATO, por sus siglas en inglés), organización que en abril celebrará su 24ª reunión anual en la localidad chilena de Punta Arenas.

Isla Decepción, Antártica, EFE. La llegada de turistas a la Antártica está creciendo considerablemente, pero este fenómeno conlleva riesgos para la preservación del hábitat que se intentan mitigar con restricciones para los operadores y códigos de conducta para los casi 50.000 visitantes que cada año visitan el continente.

Aunque los primeros turistas llegaron a la Antártica en la década de los años cincuenta, la expansión de esta industria es relativamente reciente.

En la temporada 1992-93 apenas hubo 6.700 turistas, pero en la de 2008-09 la cifra ya superaba los 45.200, según datos de la Asociación Internacional de Operadores de Turismo de la Antártida (IAATO, por sus siglas en inglés), organización que en abril celebrará su 24ª reunión anual en la localidad chilena de Punta Arenas.

El desarrollo del turismo en esta zona del planeta fue posible gracias al Tratado Antártico, firmado en Washington en 1959, cuyo principal propósito es asegurar en "interés de toda la humanidad que la Antártica continúe utilizándose siempre exclusivamente para fines pacíficos y que no llegue a ser escenario u objeto de discordia internacional."

Y es que pocos años antes, Chile y Argentina habían establecido límites territoriales, un hecho que se sumó a las pretensiones de soberanía que entonces tenían el Reino Unido, Noruega, Australia, Nueva Zelanda y Francia.

La comunidad internacional vio entonces la necesidad de evitar que la Antártica se transformara en un escenario de discordia y lo logró cuando el tratado fue suscrito por 28 países y reconocido por medio centenar.

Las actividades en el "continente helado" están sujetas a regulaciones derivadas de la evaluación del impacto ambiental, la protección de la flora y fauna y la gestión de los residuos.

La extracción de recursos minerales está expresamente prohibida, no así el desarrollo de la investigación científica y la industria turística.

La Antártica tiene 14 millones de kilómetros cuadrados, las temperaturas más bajas del planeta (que en algunos puntos alcanzan los 70 grados bajo cero) y vientos de hasta 300 kilómetros por hora.

Además, es la mayor reserva de agua dulce de la Tierra y contiene el 90% de todo el hielo del planeta, ya que cerca del 90% de su territorio está cubierto de una capa de 2.500 metros de espesor.

Estas características la dotan de un exotismo que despierta el interés de numerosos amantes de la aventura con el suficiente poder adquisitivo como para desembolsar los aproximadamente 10.000 dólares que cuesta un crucero.

En abril de 2009 los 28 países con intereses en la región antártica respaldaron una propuesta estadounidense que imponía límites obligatorios al turismo en la región, a fin de proteger el frágil ecosistema.

Los suscriptores del Tratado Antártico acordaron imponer restricciones vinculantes en el tamaño de los cruceros que llevan pasajeros al área y el número de personas que pueden desembarcar a la vez.

Las restricciones no contienen un mecanismo específico de coerción ni penas para limitar las operaciones turísticas; además, requieren que los firmantes del tratado se aseguren que los operadores adopten una serie de medidas.

Entre ellas figuran la prohibición de que atraquen buques con más de 500 pasajeros, que sólo un barco esté anclado a la vez en cada muelle y que se limite a cien el número de pasajeros que pueden descender a tierra al mismo tiempo.

Limitar el acceso de turistas a esa parte del continente ha sido una medida de urgencia por un oleada de visitas y recientes accidentes de cruceros, incluyendo dos que encallaron en la temporada 2008-09 y el hundimiento de una nave en 2007.

El MS Explorer, un "ferry" que en 1969 inauguró la era de los cruceros antárticos, fue también el protagonista de uno de los episodios más desdichados de la historia de este continente cuando en noviembre de 2007 se convirtió en el primero en hundirse.

Y en mayo del pasado año, el yate brasileño Mar Sem Fim, que un mes antes se había hundido a 500 metros de la bahía Fildes, en el archipiélago de las Shetland del Sur, comenzó a derramar diesel después de quedar aprisionado entre los hielos.

Estas circunstancias han generado una gran preocupación. Es por ello que existen regulaciones y códigos de conducta que los tour operadores y visitantes deben conocer para proteger el ecosistema, como no acceder a las zonas restringidas, no tocar ni alimentar a los animales, ni dejar basura.

Pero una de las medidas más importantes ha sido la prohibición de que los transatlánticos operen con crudo pesado, que es más difícil de eliminar en caso de accidente.

Esta restricción provocó un bajón en el número de visitantes, que en la temporada anterior pasó de 50.000 a 35.000. Sin embargo, con los ajustes técnicos en los motores de los ferrys, la cifra de turistas volverán a repuntar este año.

"No veo el turismo como una gran amenaza. Yo creo que va a permanecer relativamente controlado", asegura a Efe el director del Instituto Antártico Chileno, José Retamales, para quien los riesgos vienen más bien de la una eventual explotación de las fuentes de energía y los recursos naturales del continente.

Autores

EFE