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Río Madera está rabioso: los problemas que vinieron con las usinas de Santo Antonio y Jirau en Brasil
Viernes, Febrero 14, 2014 - 09:40

Las usinas van a recibir cerca de R$37MM para construir y explotar una estructura capaz de generar más de 7 mil mega watts, 9% de toda la energía producida en el país. Sin embargo, la construcción ha provocado olas ingentes, erosión cuantiosa, hizo desaparecer un monumento histórico y amenaza las tierras indígenas.

Por Ana Araña. Dos días antes del inicio de las pruebas en la primera turbina de la hidroeléctrica de Santo Antonio, en Rondônia, Brasil, el teléfono sonó en la casa de la pescadora María Iêsa Reyes Lima. “Va a comenzar”, le avisó el amigo que trabajaba en la construcción de la usina (instalación industrial importante, en especial la destinada a producción de gas, energía eléctrica). Iêsa se sentó en el patio y se puso a observar las aguas, esperando lo que sabía que sería un cambio sin retorno. “El río Madera tiene algo de peligroso. Y exige respeto. Los ingenieros dicen que tienen toda la tecnología, pero nada controla la reacción de ese río”.

Semanas después, a principios de 2012, las aguas que bañan la capital del estado, Porto Velho, comenzaron a agitarse. Las olas crecían cada día, derrumbando las orillas y arrancando  árboles. El dique del puerto municipal se rompió. El río llego a las viviendas, hasta que la primera de ellas se derrumbó junto con el barranco para dentro de las aguas.

El pronóstico de Iêsa era correcto. Lo que ella no podía imaginar era la rapidez con que la respuesta del río a la apertura de las compuertas alteraría el curso de su vida, de su barrio y de la historia de Porto Velho. Las olas atacaron el barrio Triángulo, primero a formarse en la capital. El área lleva ese nombre por ser el lugar donde el tren de la Estrada de Ferro Madeira-Mamoré maniobraba y desabastecía. La casa de Iêsa quedaba entre el margen del rio Madera y las vías abandonadas, a unos siete  kilómetros de la usina.

El río se tragó también el hito Marco Rondon, obelisco histórico más antiguo que el propio estado. El hito fue construido en 1911 por el equipo del mariscal Cándido Mariano da Silva Rondon, “sertanista” que cruzo la selva para conectar la primera línea telegráfica a conectar la Amazonia. Cuando las olas alcanzaron el monumento, las noticias circularon en abundancia a través de los medios de comunicación. Pero la empresa Santo Antonio Energía, responsable por la usina, negaba su relación con el problema. En dos semanas, las aguas derruyeron la base del obelisco y lo arrastraron al fondo del río. Después que fue comprobada la responsabilidad de la usina, la empresa intentó rescatar el hito, pero sólo dos bloques fueron recuperados.

“Banzeiro” fue la palabra adoptada por los habitantes de Rondonia para referirse al fenómeno. Según el diccionario de la lengua portuguesa Houaiss, significa una “serie de olas provocadas por el pasaje de una embarcación, y que van a romper violentamente en la playa o en las márgenes del río”. Y ahonda: “tambaleante, poco firme”, “que se siente melancólico, triste”.

En la sala del apartamento alquilado por la usina, sentada en una silla del patio entre cajas de su mudanza, Iêsa vive las diversas definiciones de la palabra. “Mi historia se perdió, se perdió todo bajo el agua”, dice. Hija de un soldado del caucho, ella aprendió a pescar con el padre y los hermanos y vivía de eso hasta inicios del 2012. Extraña los pescados frescos y la comida que cosechaba en el patio: mandioca, frijoles, acai, carambola y mango.
Por ahora, quien aún aprovecha la sombra de sus árboles es su vecino Francisco Batista Souza. Él vivía en la ribera del río, en el barrio Triángulo, y también se mudó a un apartamento. Francisco pasa todo el día en el patio de Iêsa, construyendo pequeños barcos. El terreno donde trabajaba fue llevado por las aguas. Souza se aferra a las fotos del antiguo astillero y pelea en la Justicia para que la usina lo indemnice por la pérdida. “Tengo 59 años. Construyo barcos desde los 15. ¿Qué voy a hacer ahora de mi vida?”, pregunta.

Con el valor de la indemnización (entre R$90 mil y R$150 mil), las 120 familias provisoriamente instaladas en hoteles y apartamentos no podrán volver a los terrenos a la ribera del río, que son áreas muy valoradas en Porto Velho. Ni podrán volver al barrio Triángulo, que será removido para la construcción de un complejo turístico y paisajístico en la ribera del río.
Los habitantes más antiguos se niegan a irse. Entre ellos está José Oliveira, que trabajó en el ferrocarril desde 1950, cuando tenía 16 años, hasta su desactivación, en 1972. “cuidaba del telégrafo, cortaba el pasto cuando se enrollaba en la línea. Andaba solo por la carretera, pedaleando en un velocípedo que encajaba en las vías. Recibí hasta flechada de indio”, recuerda. Cuando llegó a Porto Velho, la vida de la ciudad giraba en torno del tren. Después que desactivaron la línea férrea, los durmientes fueron usados para reforzar la base de su casa. “Y estoy satisfecho aquí cerca de las vías y del río. Nadie va a tirarme dentro de la ciudad como paso con esas familias que salieron corriendo, llorando, como si no valieran nada”.

Es difícil entender el impacto del cambio para quién creció en la ribera del río. Iêsa se preocupa con el nieto de doce años, que ya pasó más de un mes encerrado en el cuarto del apartamento. Cuando le pregunté que había cambiado desde que la familia tuvo que dejar la casa, el niño hizo un largo silencio y dijo: “Afecta el cerebro”.

Las familias no olvidan la noche en que, mientras las olas rompían, la Santo Antonio Energía, empresa que comanda la usina, negaba su responsabilidad sobre la agitación del rio en la televisión. Iêsa dormía con la maleta lista, al lado de la puerta de su casa. “A la noche las olas se volvían más fuertes”, recuerda. “nosotros oíamos un ruido intenso que venía de la usina”.

Durante dos semanas, nadie supo que hacer. Las familias no recibían orientación de las instancias responsables por controlar las acciones de impacto social y ambiental de la obra: ayuntamiento, gobierno del estado y el Instituto Brasileño del Medio Ambiente y de los Recursos Naturales Renovables (Ibama). Fue necesaria la intervención del Ministerio Público del Estado, que convoco a la empresa para firmar un acuerdo, donde se fijó el auxilio económico a las familias y la contención de los márgenes del río.

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Alertas ignoradas. Eso sucedió porque el fenómeno no estaba previsto por el Estudio de Impacto Ambiental (EIA) de la obra -elaborado por Furnas y Odebrecht, empresas responsables por Santo Antônio, y certificado por el Ibama antes de la obtención de las licencias. Es ese estudio el que tendría que haber apuntado los posibles daños generados por la construcción y las acciones para contener los perjuicios.

“Fue un error", admite Thomaz Miazaki de Toledo, coordinador de Infraestructura de Energía Eléctrica en el Ibama. “Si esos impactos hubieran sido previstos, las medidas preventivas habrían sido adoptadas. Pero nosotros no tenemos la bola de cristal”, afirma.

Por lo menos dos especialistas contratados por la Santo Antonio señalaron la alta probabilidad de erosión. Esos alertas están en laudos complementarios al Estudio de Impacto Ambiental. “Fueron análisis profundos, hechos por exigencia del Ministerio Público de Rondônia, pero después fueron olvidados durante la otorgación de licencias”, dice Roberto Smeraldi, director de la ONG Amigos da Terra.

La erosión es apuntada en esos estudios por el biólogo José Galizia Túndisi, profesor retirado de la Universidad de São Paulo y consultor en el área ambiental. Y describe que el fenómeno podría ocurrir en diversos puntos del curso del rio Madera, debido al desequilibrio por el movimiento de sedimentos.

Para entender ese proceso, es necesario saber que el rio Madera es uno de los tres ríos con mayor concentración de sedimentos del mundo. Pierde sólo para los que nacen en el Himalaya. Lleva ese nombre porque, tras descender la Cordillera de los Andes, sus aguas arrancan árboles y orillas de algunos tramos. Todos los días, esas maderas y más de 500 mil toneladas de sedimentos se desplazan frente a Porto Velho.

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La forma en la que ese material va acomodándose a lo largo del río es lo que da equilibrio al curso del rio. Hay tramos donde naturalmente ocurre erosión, y la ribera del rio cede. En otros, hay sedimentación, y aparecen formaciones como bancos de arena. El tramo de Porto Velho era un área de sedimentación. Pero Tundisi ya alertaba en el estudio divulgado en el 2007: cuando las usinas se construyan, los reservorios pasarían a retener los sedimentos, y ese cambio de equilibrio podría crear nuevas zonas de erosión, en especial en el tramo rio abajo de la usina.

Esa es una de las tesis para explicar el problema con el que trabaja el Ministerio Público del Estado de Rondônia (MPE-RO). La empresa alega al ibama que el fenómeno se produce por la fase específica de la obra. Como las turbinas no están todas funcionando, el agua sale con más velocidad, generando olas.

“Recibimos la explicación, pero creemos que no es solamente eso. Tenemos técnicos trabajando para hacer un laudo independiente”, afirma Aluildo de Oliveira Leite, del MPE-RO. La explicación de la usina ayuda a entender la violencia de las olas en Porto Velho. Pero el Ministerio Público ya registró el fenómeno en al menos dos comunidades más, que están a 150  y 200 kilómetros rio abajo de la capital.
Un precedente preocupante es el caso de la usina hidroeléctrica de Aswam, en Egipto. Aunque menos caudaloso que el Madera, el río Nilo también es rico en sedimentos. La concentración de nutrientes en sus aguas abastecía al Delta del Nilo, célebre por su abundancia en medio del desierto. Con la represa, concluida en 1970, erosiones tragaron pueblos enteros y alteraron la morfología del Delta, donde hoy la cosecha depende de fertilizantes.

Sólo con un diagnóstico completo será posible fijar acciones de prevención en el río Madera. Lo que también depende de la buena fe de la empresa. Tras los accidentes en el barrio Triángulo, La Santo Antônio fue obligada a construir un paredón de siete kilómetros de piedras para contener las olas. “Ahora se están comenzando a desbarrancar otros tramos inmediatamente tras esa franja. Y la empresa no lo reconoce, dice que no hay nexo causal”, afirma la fiscal Renata Ribeiro Baptista, que sigue el caso representado al Ministerio Público Federal.

“Agua negra como café”. Mientras las olas alteran el curso del rio Madera rio abajo de la usina, quien vive antes de la represa tuvo la vida transformada por otro desequilibrio: la muerte de los peces.

Ya estaba previsto que la cantidad de peces disminuyera. Pero todos los pescadores están de acuerdo en que la cantidad cayó drásticamente. En los puntos más próximos de la usina, los relatos dicen que sólo es posible pescar la cantidad suficiente para comer,  y ya no para vender.

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Previendo los problemas que surgirían con el funcionamiento de la represa, un grupo de 30  pescadores de Jaci Paraná, distrito ubicado a 90 kilómetros de Porto Velho, se organizó y armo un proyecto de cría de tambaquis, antes de que la escasez se consumara. Hicieron todo de forma correcta: ganaron un proyecto de la Petrobras y armaron una estructura con 26 tanques dentro del lago Madalena, que queda en el río Jaci Paraná, donde pasaron a criar  más de 35 mil peces.

Después de dos años, cuando los tambaquis estaban casi listos para la venta, la usina Santo Antonio comenzó a inundar las márgenes del río para la creación de los reservorios. En octubre de 2011, los pescadores observaron la subida del nivel del lago con preocupación, redoblando el monitoreo de la cría. En diciembre de aquel año, José dos Santos, pescador y coordinador de campo del proyecto, recibió una llamada del pescador que estaba de guardia: algunos peces estaban muriendo. “Corrí para allá y vi que el agua estaba diferente, negra como el café”, recuerda. “No nos dio tiempo de nada, esa misma noche estaban todos los peces muertos, flotando. Fue desesperante”.
El grupo buscó a la Santo Antonio Energía, empresa responsable por la usina. “Y nos dijeron que los peces murieron de hambre?”, dice José, con una sonrisa nerviosa. “nosotros luchando cinco años, llenos de ración guardada, ¿íbamos a dejar a los bichos con hambre?”.

Frente a la sede del proyecto, José señala los centenares de árboles secos dentro del lago. Eran parte de la vegetación de la varzea, que sobrevive dentro del agua algunos meses por año, en la época de llena, pero no resistió la inundación definitiva. En la vuelta para Jaci, nos cruzamos incluso con centenares de troncos de árboles abandonados en la ribera del río, todos con el sello de la Fox -empresa que hace la deforestación para las usinas. Según los pescadores, gran parte de la vegetación derrumbada por la usina no fue retirada del local antes de la inundación y quedo dentro del agua. Ellos creen que ésa es la causa de la muerte de los peces: la descomposición de la vegetación inundada.

La hipótesis tiene sentido para el biólogo Philip Fearnside, investigador del Instituto Nacional de Investigaciones de la Amazonia (Inpa). “En los informes ambientales, las usinas indican la vegetación de várzea como parte del lecho del río. Pero, si usted llena esas áreas y deja todo inundado el año entero, los árboles se van descomponer, las hojas se van a pudrir y liberar CO2”, afirma.

Auxiliados por la ONG Instituto Madeira Vivo, que ayudó a coordinar el proyecto de piscicultura, el grupo recogió muestras del agua y de los peces muertos y los envió para análisis de la Universidad Federal de Rondonia. Según Iremar Antonio Ferreira, director del Instituto, el análisis señalo ausencia de oxígeno en el agua. “presentamos una demanda en la Justicia”, dice. “Queremos negociar con la empresa, retomar inmediatamente el proyecto. Pero la Santo Antonio Energía dice que no va a hacer un acuerdo”. Mientras la demanda continua, José se quedó sin renta. La solución fue trabajar de guardia de seguridad de Jirau, la otra usina hidroeléctrica que está siendo construida en la región, río arriba.

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La falta de control de la calidad del agua por la usina Santo Antonio ya había sido detectada a fines del 2008, cuando el olor de peces muertos llegó a la capital. El Ibama estimó 11 toneladas, pero miembros del equipo de fiscalización creen que había más. Las muertes sucedían en un tramo próximo a la obra hacia cinco días y, cuando los fiscales llegaron, empleados de la usina ya estaban enterrando los peces.

La usina fue multada en R$7,7 millones. El informe del Ibama apunta que la empresa actuó con negligencia e imprudencia, por qué no monitoreaba la calidad del agua todos los días y no había equipo calificado en el local. La empresa fue reprendida por no haber avisado el Ibama sobre el accidente, no haber hecho la pericia de la causa de la muerte de los peces y por haber usado baldes inadecuados para transportar los peces aún vivos, que llegaron muertos al local de soltura.

Vidas en tráfico. La llegada de las usinas cambió también radicalmente la vida de muchas mujeres de la región. “Cuando llegué aquí, estaba triste, lloraba toda la noche. Ese polvo, las calles sin asfalto. Yo trabajaba lavando platos, no recuerdo como fue la primera vez. Él era extraño, llevó cocaína para aspirar en el cuarto, quería besarme en la boca, tener sexo de nuevo. Después lloré. Si fuera en mi ciudad, iba a tener vergüenza, asco. Aquí es normal, casi todas las niñas hacen. Yo cambié, ya no soy la misma mujer”.

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Michele (nombre ficticio) tiene 20 años. Dejó su ciudad natal, en Pará, y desembarcó en la villa de Jaci Paraná, distrito de Porto Velho, Rondônia. Encontró trabajo y vivienda en un “brega”, nombre local para burdel, donde comenzó ayudando en la limpieza. En dos semanas se estaba prostituyendo, como “casi todas las niñas”.

Es imposible andar por las calles de Jaci y no toparse con un burdel. Son bares abiertos, a veces con mesas de plástico esparcidas por la calzada. A La noche, la música suena al máximo volumen. Durante el día, las mujeres que los frecuentan andan por la villa de shorts cortos y barriga afuera.

Ellas están en Jaci para brindar servicios a los miles de hombres que entran y salen de la villa en turnos, a las 7 y a las 17 horas. Son los horarios de entrada y salida de la construcción de la usina hidroeléctrica de Jirau, una de las mayores obras del Programa de Aceleración del Crecimiento (PAC) en curso en el país. La villa de Jaci es el núcleo urbano más próximo, a 20 kilómetros.

La obra llegó a tener 25 mil operarios en su pico, más que el doble de lo previsto en el plan inicial. Algunos trabajadores se instalaron en la villa, otros pasan los días de descanso allá. El Ministerio Público de Rondônia estima que la villa paso de 4 mil a cerca de 16 mil habitantes desde 2009, cuando la usina de Jirau comenzó a ser construida. Los trabajadores tienen acentos del Norte, Nordeste, Sur y Centro-Oeste de Brasil. Algunos aún no dominan el portugués, como los haitianos y bolivianos. “Algunos sólo quieren divertirse, otros están tristes. Dicen que traicionan a sus mujeres por necesidad, pero que no les gusta”, dice Michele. La mayor parte de los trabajadores viajaron solos. Están de tres meses a un año sin volver a casa. “Y el trabajo es pesado.

Cuando acaba, ellos quieren divertirse, beber”, dice Michele. Por eso, hay 68 puntos de prostitución en Jaci. Para ella, los peores momentos del oficio son cuando el cliente esta agresivo tras exagerar en la bebida o en la cocaína, que circula en abundancia por los burdeles. O cuando quieren para pasar la noche. “Dios me libre de dormir abrazados como si fuéramos marido y mujer”, dice.

La villa de pescadores se convirtió en un lugar de pasaje. Las personas están en busca de dinero, no de vínculos. Hay una tensión constante en el aire. La sexualidad pulsa de las ropas cortas, que a veces exponen las partes íntimas de las mujeres a la luz del día. Son comunes las historias de peleas dentro de los burdeles. Ellas ocurren entre los trabajadores o entre las prostitutas -hay una creciente tensión entre las brasileñas y la leva de bolivianas. Muchas terminan en cuchilladas, algunas en muerte.

Los proyectos. Las usinas de Jirau y Santo Antonio, juntas, van a recibir cerca de R$37 mil millones para construir y explotar una estructura capaz de generar más de 7 mil mega watts -equivalente a 9% de toda la energía producida en el país. La potencia máxima de Jirau será de 3.750 mega watts, y la de Santo Antonio, 3.570. Una vez concluidas las obras, lo que se prevé para 2016, las empresas tendrán el derecho de explotar la concesión por 35 años.

Santo Antonio y Jirau son la segunda y la tercera mayores usinas hidroeléctricas en construcción en Brasil -sólo Belo Monte, en Altamira (PA) es mayor que ellas. La previsión inicial de las usinas era remover 2.849 personas para la inundación de la represa. Pero, según el Movimiento del Atingidos por Barragens ( damnificados por represas), 4.325 personas ya fueron removidas o tuvieron la tierra donde viven parcialmente inundada.

Según la información dada por las usinas, el área inundada para hacer los dos reservorios correspondería a 230 km². Pero, según el biólogo Philip Fearnside, investigador del Instituto Nacional de Investigaciones de la Amazonia (Inpa), la extensión  real de la inundación, incluyendo la floresta de la várzea, puede ser el doble de eso: 529 km².

La construcción de las usinas tendrá impactos directos e indirectos sobre cinco tierras indígenas, y los reservorios (área inundada) alcanzarán partes de seis unidades de reserva ambiental, incluyendo un parque nacional y una reserva extractivista.

A lo largo de un mes, estuve en contacto con la Santo Antonio Energía y la Energía Sustentable del Brasil, constructora de Jirau, con solicitudes para visitar las usinas y entrevistar a los responsables sobre los aspectos ambientales y sociales de las obras. Los emprendimientos no autorizaron nuestra entrada y alegaron falta de agenda para conceder entrevistas.

Autores

Agencia Pública de Periodismo Investigativo