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¿Trump podrá cumplir su principal promesa de campaña, traer de regreso las fábricas?
Jueves, Enero 19, 2017 - 15:33

¿Los estadounidenses estarían dispuestos a pagar más por los productos fabricados en EE.UU.? No son pocas las dificultades que tendrá que enfrentar el nuevo presidente si quiere seguir adelante con su principal promesa de campaña.

Universia Knowledge Wharton. Nos roban nuestros empleos.

Un gran número de puestos de trabajo bien remunerados en las líneas de montaje solían representar una parte importante del mix de empleos de los Estados Unidos. La campaña del presidente electo, Donald Trump, insistió fuertemente en la idea de que era hora de traer de vuelta el empleo a EEUU y devolver al trabajador americano de clase media una existencia segura. El mensaje fue muy bien recibido por los oyentes, especialmente en las partes de EEUU tradicionalmente conocidas por su base manufacturera.

Ahora que es Trump va a entrar en la Casa Blanca, ¿está en condiciones de cumplir la promesa de traer de vuelta al país estos empleos? La semana pasada, Carrier, fabricante de aparatos de aire acondicionado, anunció que ha llegado a un acuerdo con Trump para conservar 1.000 puestos de trabajo en Indiana, de donde el vicepresidente electo, Mike Pence, es gobernador. Si Trump decide salir del NAFTA, cancela la participación en la Asociación Transpacífico o desencadena una guerra comercial con China y México, ¿conseguirá volver a los tiempos gloriosos de las fábricas americanas?

En realidad, Estados Unidos manufactura más que nunca. Así todo, Ann Harrison, profesora de Gestión de Wharton, dice que no se puede ignorar la desesperación de los trabajadores en medio de una economía cambiante. “Cuando un trabajador de la industria manufacturera pasa al sector servicios, el salario del trabajador disminuye”, dice. “Los salarios llegan a caer un 20%, por lo tanto, hay un nivel salarial agregado al trabajo en manufactura. Es cierto que este tipo de trabajo es bueno, y entiendo por qué muchos trabajadores perjudicados por el comercio quieren recuperar su empleo”. El sentimiento es verdadero, y hay personas que se han visto perjudicadas por el comercio, y es por eso que el mensaje de Trump tuvo repercusión entre ellas, añade Harrison. “Dicho esto, la solución simplista de intentar paralizar el comercio no va a funcionar. Intentar traer esos trabajos de vuelta a través de la imposición de aranceles pondrá las cosas aún peor”.

Está claro que nadie “robó” los empleos a EEUU. Muchas empresas se mudaron fuera del país y, con ello, aumentaron los beneficios y disminuyeron el precio de los productos para el consumidor americano. Traer de vuelta estos puestos de trabajo tendría como resultado, en general, precios más elevados, lo cual tendría otras implicaciones en el conjunto de la economía. “La cuestión fundamental es saber por qué las fábricas salieron de EEUU y cuál sería el coste real de traerlas de regreso al país”. Creo que la respuesta es que el precio sería demasiado alto, dice Stephen J. Kobrin, profesor emérito de Gestión de Wharton. “Algunas encuestas dicen que hay personas dispuestas a pagar más por los productos hechos en EEUU. ¿Pero, cuánto exactamente? ¿Un 5%? ¿Un 10%?”

Trump ya ha dado marcha atrás en varias promesas de campaña desde las elecciones de noviembre. No obstante, ha hecho llamadas a la imposición de aranceles y otras medidas en las últimas semanas, diciendo que pretende sacar a Estados Unidos de la Asociación Transpacífico “desde el primer día de Gobierno” y, en su lugar, “negociar acuerdos bilaterales de comercio que traigan de vuelta los empleados y la industria”. Quizá sea sólo el punto de partida para la celebración de nuevos acuerdos. La reciente decisión de Carrier de no sacar tantos empleos de EEUU como tenía planeado ha llegado después de una presión muy publicitada por Trump, pero es poco probable que cambie la dinámica de donde se instalen los trabajos manufactureros. Así, en la medida en que queda cada vez más claro para Trump y su equipo que la capacidad de traer de vuelta los puestos de trabajo a Estados Unidos es algo que se encuentra indisolublemente vinculado a la salud en general de la economía americana ─por no hablar del equilibrio de poder con Asia— ¿qué harán, y cómo reaccionarán los millones de estadounidenses que votaron por él?

“¿Qué ocurrirá cuando las personas descubran que han sido engañadas?”, se pregunta Kobrin, que también es editora ejecutiva de Wharton Digital Press. “¿Cuándo las personas perciban que Trump no puede traer de vuelta los empleos a EEUU, y que la situación no está mejor que hace dos años, ¿qué van a hacer? ¿quién tendrá la culpa? ¿Las personas creerán que él fracasó debido a condiciones estructurales básicas o debido a fuerzas ocultas que se oponen a él y que precisan ser derrotadas? Esta es una cuestión muy seria”.

El coste del reshoring

La principal razón por la cual Trump ─u otra persona cualquiera─ no puede traer de vuelta los empleos a EEUU [el llamado reshoring] se explica por el hecho de que no hay donde ir a buscarlos. Se han perdido en gran medida por el éxito de la eficiencia. La producción manufacturera de EEUU consiguió un alza histórica en 2015. En las últimas tres décadas y media, las fábricas perdieron más de siete millones de puestos de trabajo al mismo tiempo que producían más cosas que nunca.

Las fábricas de Estados Unidos tuvieron una producción bruta de US$ 5,9 billones en 2013, más de un tercio del PIB americano, según datos del Instituto de Política Económica (EPI, por sus siglas en inglés). “La manufactura es, con mucha diferencia, el sector más importante de la economía americana si consideramos el volumen total de la producción y el empleo”, informó el EPI en su informe de 2015 The Manufacturing Footprint and the Importance of U.S. Manufacturing Jobs [Huella de la fabricación y la importancia de los empleos en el sector manufacturero de EEUU]. El sector manufacturero fue responsable de 17,1 millones de empleos indirectos en EEUU, además de 12 millones de empleos directos en la manufactura de un total de 29,1 millones o más de 1/5 (21%) del total de empleos en el país en 2013.

Aún así, todo el sector perdió millones de puestos de trabajo, ¿pero dónde fueron a parar? “Si intentamos entender cómo pudieron desaparecer tantos empleos, la respuesta que vamos a encontrar es que el comercio no fue responsable de su desaparición. “Fue básicamente la tecnología”, dice Harrison. “De los empleos perdidos, el 80% no fueron reemplazados por mano de obra china, sino por máquinas y automatización”. Este es el primer problema con la imposición de aranceles. Lo que descubrimos es que las empresas americanas acostumbran a sustituir a los trabajadores más caros por máquinas”.

El otro problema, según Harrison, es que muchas cosas que EEUU exporta dependen de una cadena de abastecimiento que usa componentes baratos producidos en otros lugares. “Por lo tanto, si impusiéramos aranceles a México y China, eso haría que nuestra manufacturación fuera menos competitiva”, dice ella. Desencadenar una guerra comercial con México, China o ambos, tendría como consecuencia inmediata más probable la imposición de aranceles por esos mismos países a las cosas que producimos para el mundo. Por lo tanto, México impondría aranceles a nuestras exportaciones agrícolas, que son inmensas, y China impondría aranceles sobre la maquinaria altamente sofisticada. Si esto evolucionara hasta situarnos en un nivel demasiado alto, terminaríamos en una situación en que la economía estaría mucho peor”.

Es importante recordar que el comercio no sólo ha acabado con puestos de trabajo; también los ha creado, dice Mauro Guillen, profesor de Gestión de Wharton y director del Instituto Lauder [The Lauder Institute]. “Hemos ganado puestos de trabajo gracias al TLC, empleos que estaban en Europa y Japón”, dice. “En los años 90, después de la entrada en vigor del TLC, empresas como Toyota, Nissan, Mercedes y BMW han abierto fábricas en Alabama, Carolina del Sur, Tennessee y otros estados, por ejemplo. Sus proveedores también se establecieron en el país. Pero hubo también una pérdida de puestos de trabajo”. Los trabajadores que han sido sustituidos deben ser ayudados a través de oportunidades educativas, añade.

Es irónico que alguien quiera replicar aquí el trabajo que se realiza en China actualmente, dice Marshall L. Fisher, profesor de Operaciones, Información y Decisiones de Wharton. “En uno de los debates, Trump dijo que el PIB de Estados Unidos creció un 1% ─ y que el de China creció un 7%. Sin embargo, si leemos el último plan quinquenal chino, vemos lo que China pretende: librarse de los empleos en el sector manufacturero que requieren menos preparación y migrar a las áreas de diseño, desarrollo de marca, distribución e innovación de productos. China está tratando de deshacerse de la fabricación rutinaria, poco sofisticada, para continuar con la prosperidad que Trump elogia. En China quieren deshacerse de este tipo de trabajo porque se dan cuenta de que no pueden competir en la industria manufacturera. Muchas compañías están saliendo de China porque el país es demasiado caro para producir localmente. Se van a Vietnam”.

La búsqueda de mano de obra barata ha llevado a fábricas de Nueva Inglaterra a Carolina del Norte, luego a Brasil y Taiwán, China y Vietnam, después a Indonesia y Bangladesh y tal vez, a continuación, a Etiopía. Fisher pregunta: “¿Estamos tratando de traer de vuelta los puestos de trabajo de los cuales China se quiere librar? Y si los trabajadores chinos con salarios que pueden ser 1/5 de los salarios de los trabajadores estadounidenses son demasiado caros, ¿cómo podemos competir con estos puestos de trabajo? No creo que nadie esté pensando en dividir por cinco los salarios de Estados Unidos”.

También está la cuestión de las consecuencias imprevistas que surgen cuando los empleos regresan. “Hace algunos años, GE Appliances invirtió mil millones de dólares para traer sus fábricas de vuelta a EEUU. Llevaron la producción de nuevo a Kentucky, negociaron con los sindicatos y tuvieron muchas dificultades para contratar a trabajadores”, dice Morris A. Cohen, profesor de Operaciones, Información y Decisiones y director asociado del Centro Fishman-Davidson de Gestión de Servicios y Operaciones de Wharton [Fishman-Davidson Center for Service and Operations Management]. “Ellos constataron que el costo de los suministros era más alto debido, en parte, a que procedían del extranjero; al final, tuvieron que vender la fábrica a una empresa china”.

En EEUU, las personas ya no están interesadas en trabajar en las fábricas, dijo Cohen. “Cuando fueron a trabajar a GE, encontraron que era un trabajo desagradable, y la empresa no pudo retenerlos. Dejaron su puesto al tercer día”, dice. “Aquí no entrenamos a la gente para que sean trabajadores bien preparados tal y como hacen los programas de formación en Alemania. La aceptación social de este tipo de cosas no es la misma aquí. Necesitamos establecer el valor de ello”.

El futuro del trabajo

De todos modos, una guerra comercial no va a resolver el problema, dice Cohen. Lo que importa es que “la producción industrial ha disminuido en EE.UU. y todas las economías desarrolladas”, dice. “Tenemos puestos de trabajo en el sector servicios, pero no necesariamente se pagan tan bien como en el sector manufacturero. Por lo tanto, tenemos que encontrar una manera de tener un trabajo de alta calidad”.

Las soluciones que perduran son las que, en última instancia, tienen sentido para la economía. “Tenemos que averiguar cuál es nuestra ventaja competitiva en la actualidad. No donde solía estar en términos de innovación, nuevos modelos de negocio y uso de la automatización. Hay otros lugares en el mundo que están tratando de aprovechar estas mismas cosas”. Las personas en Europa del Este y América del Sur están dispuestas a trabajar y no necesitan ganar mucho, dice Cohen, por lo que Estados Unidos debe encontrar una manera de competir. “No soy pesimista, pero la solución no es simplemente traer de vuelta la fabricación hasta el lugar que solía ocupar”, dice. “Tengo una gran fe en nuestra capacidad de innovar en este país, la flexibilidad de las empresas y la mano de obra, siempre que exista el incentivo adecuado. A largo plazo, sabremos cómo ser competitivos”.

En las últimas décadas, la globalización ha traído enormes beneficios a EE.UU. y otros países: productos de alta calidad y precios históricamente bajos han elevado el nivel de vida. “Pero también hubo quién salió perdiendo”, dice Cohen. “Ha habido empresas que han cerrado y la gente ha perdido sus puestos de trabajo, de manera que los beneficios no se han distribuido de forma equitativa. Algunos han pagado un alto precio. Siempre ha sido así. Todos los países que visité quieren puestos de trabajo y trabajadores; al mismo tiempo, sin embargo, quieren productos de bajo coste. Es una cuestión de equilibrio, y es papel del Gobierno proporcionar esta relación a sus electores. Estamos compitiendo en un mundo muy competitivo”.

¿Los estadounidenses estarían dispuestos a pagar más por los productos fabricados en EEUU? En general, no, ni siquiera un poco más, como se muestra en una encuesta de abril de Associated Press-GfK que entrevistó a 1.076 adultos en EEUU. Ante la elección hipotética entre un par de pantalones de US$ 85 hechos en los Estados Unidos y otros de US $ 50 fabricados en otro país, sólo el 30% de los encuestados dijeron que iban a elegir los pantalones de Estados Unidos.

Además, observa Kobrin, “hay una pregunta muy relevante: dada la tecnología y la automatización, ¿realmente habría empleo para toda la población en edad de trabajar en los Estados Unidos? Hablamos mucho de la creación de nuevos y mejores puestos de trabajo, ¿pero cuántos de ellos hay por ahí? La respuesta es, y siempre ha sido, no lo sabemos”.

Las fábricas estadounidenses ahora producen dos veces más de lo que producían en 1984 con 1/3 menos de empleados, según datos de la Reserva Federal. Claramente, esta tensión mueve al electorado, y los demócratas no se han preocupado por esto y fallaron a la hora de ayudar a los afectados por la globalización, dice Harrison, coautor junto con Lionel Fontagné, de la Escuela de Economía de París, entre otros, del libro “La economía sin fábricas” [The Factory-Free Economy], que se publicará en breve. No sólo son los demócratas los que no han escuchado. “Las personas, los profesores, como yo, tienen miedo de admitir que hay perdedores”, dice ella, “y no nos hemos parado a reflexionar sobre lo que hay que hacer en este sentido. Esto me parece un tremendo fracaso. En primer lugar, los economistas dijeron que no hubo perdedores; más tarde admitieron que los había y no hicieron nada. Este fue un error que el próximo Gobierno supo explorar en las últimas elecciones. A menos que nos ocupemos de los perdedores de una forma constructiva para ampliar sus oportunidades, no podemos globalizar”.

Ahora que el Gobierno Trump ha anunciado la posibilidad de cortar de raíz los acuerdos comerciales y las relaciones internacionales, el futuro de la fabricación en EEUU está en un cruce de caminos, tanto en el fondo como en los mensajes que parecen más peligrosos que nunca. “La Asociación Transpacífico fue un intento de mitigar la influencia de China. Al descartarla, los chinos salieron fortalecidos”, dice Fisher. “Es un juego de ajedrez muy complejo. Yo diría que la visión de restaurar el sector de la fabricación en los EE.UU. es un punto de vista erróneo por varias razones, empezando por la idea de que, de alguna manera, la grandeza de un país se mide por el volumen de humo que sale de las chimeneas”. 

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