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Vinivicultores argentinos apuestan a la Patagonia para producir vinos en el fin del mundo
Miércoles, Mayo 18, 2011 - 06:01

"Sólo hay ocho bodegas en Patagonia y todos compartimos nuestra experiencia y trabajamos para mejorar los vinos de toda la región", apuntó Santiago Bernasconi, un vinicultor de 38 años de la Bodega NQN, situada en Neuquén, Argentina.

Nueva York. Patagonia, la gran franja de tierra situada en el extremo austral de América del Sur, es conocida por sus escarpadas montañas y glaciares pero un innovador grupo de vinicultores esperan añadir el vino a la lista.

Santiago Bernasconi, un vinicultor de 38 años de Bodega NQN en Neuquén, Argentina, y sus compañeros están produciendo vino al final del continente.

"Te hace sentir que eres el límite de la vinicultura en el mundo", dijo Bernasconi durante una visita a Estados Unidos para introducir los vinos del área más nueva de las bodegas de la Patagonia.

"Sólo hay ocho bodegas en Patagonia y todos compartimos nuestra experiencia y trabajamos para mejorar los vinos de toda la región", apuntó.

NQN posee 1.100 hectáreas de una meseta barrida por el viento. En doscientas hectáreas se ha plantado Chardonnay, Sauvignon Blanc, Pinot Noir, Malbec, Merlot y Cabernet Sauvignon. Con un revolucionario equipo de irrigación y fertilización, NQN produce vinos frutales y ligeros al estilo de los vinos de 11 años.

Un par de valles al este de Río Negro, Augusto Ripoll, de 40 años y propietario de Bodegas Patagonia Valley, planta viñas hace 12 años en 10 hectáreas.

"Intento no ser agresivo con la tierra", dijo de su viña orgánica. "Durará para siempre. Estas plantas que sembré tienen que durar al menos 100 o 120 años. Es para mis hijos. ¿Cómo voy a destruir mi tierra utilizando químicos que me darían más de lo que necesito?", apuntó.

Elaborar vino en la Patagonia plantea problemas concretos. Ripoll describió la tierra pobre del lecho seco de un río creado por glaciares donde se encontraron huesos de dinosaurio. Pero también tiene la ventaja del agua de los Andes.

Sin irrigación y al depender sólo de la nieve que se derrite, las viñas se ven forzadas a alargar sus raíces para alcanzar el agua, como resultado, los vinos blancos que producen tienen un sabor especial a fruta fresca.

Ripoll y Bernasconi también deben competir por el agua.

"Es frío en invierno, pero en verano es caluroso, muy, muy caluroso. Durante el día llega a los 40 grados Celsius y en la noche a 20. Por eso las plantas tienen que trabajar el doble para extraer toda esa energía del suelo con ellas", explicó.

Autores

Reuters