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Sábado, Enero 11, 2014 - 16:23

La subasta de Campo de Libra sorprendió positivamente a muchos dentro y fuera de Brasil, pero confirmó que la idea de hacer negocios con Petrobras espantaba todavía a muchos.

Petrobras pasó con éxito su mayor prueba de los últimos años. El resultado de la tan esperada subasta de Libra, mayor campo de exploración descubierto hasta hoy en la zona del Pré-sal, agradó al gobierno y a analistas de mercado. 

Además de dos estatales chinas (CNOOC y CNPC), cuya sociedad ya estaba prevista, entraron como socias de Petrobras la francesa Total y la anglo-holandesa Shell, segunda mayor petrolera del mundo. El mismo día, luego del resultado de la subasta, las acciones de Petrobras tuvieron un alza de 5%. “El resultado fue de cierta forma inesperado y muy positivo. Nadie imaginaba que Shell se sumase, era un posible líder de un consorcio rival”, comenta Pedro Zalán, de Zag Consultoría en explotación de petróleo. 

Pero no todo fue positivo, y algunas de las viejas aprensiones sobre la manera como se administra la mayor empresa de América Latina volvieron al primer plano. 

Esperable era la reacción de los trabajadores y sindicatos de Petrobras que salieron a las calles en Rio de Janeiro. Según ellos la subasta significa la privatización de la empresa, pero más allá del ruido y de algunas huelgas puntuales, la oposición sindical fue más bien un saludo a la bandera.

Más preocupante fue que, pese a las 11 empresas que mostraron interés en la subasta, solamente un sobre fue entregado: el del consorcio vencedor. Para Exxon, Chevron y BP, tres de las cuatro mayores petroleras del mundo y potenciales interesadas en la subasta, las condiciones no eran atrayentes. Más de un mes antes de la entrega de los sobres, las tres anunciaron que no participarían en ella. 

Al parecer, el aguafiestas para muchos resultó la propia Petrobras. Según las bases, incluso si la subasta hubiese sido ganada por un grupo que no contase con la participación de la empresa brasileña, ésta hubiera sido de todas maneras la operadora del campo y hubiera conservado una participación mínima de 30% en la concesión.

Para Zalán, Shell era la empresa más apta para liderar una posible competencia, pero parece haber preferido aliarse a Petrobras luego del inicio. “Shell no quiso correr el riesgo de perder el negocio con un consorcio rival. Si ganaba, sería comandada por Petrobras de cualquier manera”, explica Zalán.

Dentro del consorcio vencedor, Petrobras quedó con una participación de 40%; Shell, con 20%; Total, con 20%; y las dos estatales chinas, con 10% cada una. La repartición también sorprendió a muchos analistas, ya que se esperaba una entrada más agresiva de las compañías chinas en el negocio.

Peso del gobierno. ¿Por qué motivo empresas de la talla de Exxon o Chevron prefieren hacerse a un lado antes de trabajar con Petrobras en uno de los mayores campos petroleros del mundo?

La respuesta es una sola: el peso del gobierno federal en las decisiones de la empresa. Es un hecho admitido y reconocido por muchos analistas que Petrobras ha sacrificado resultados por una política de precios congruente con las metas inflacionarias del gobierno. Pese a las alzas de la gasolina y el diésel a comienzos de 2013, los precios continúan desfasados en relación a los promedios internacionales. 

Y esto ha traído consecuencias para el bottomline de la petrolera. Según la consultora Economatica, Petrobras tuvo una pérdida de US$26.000 millones en valor de mercado en el primer semestre de 2013, casi 20,51% en relación a enero de este año.

Además de la política de precios y su peso en los resultados, las decisiones adoptadas durante el proceso de internacionalización también reciben críticas, por su aparente motivación política y su peso financiero en la empresa. En el caso de las inversiones en Estados Unidos, hay quien recuerda cuánto interfirió la entonces ministra de Minas y Energía, Dilma Rousseff, o los litigios que enredaron a Petrobras con los socios locales. Comprada en 2005, la refinería de Pasadena formaba parte de una estrategia de desarrollo que quedó desfasada luego del descubrimiento del Pré-sal. Hoy es una especie de molestia. 

La Refinería Abreu y Lima, una negociación entre Petrobras y Pdvsa tuvo fuerte connotación política por la proximidad entre Lula da Silva y Hugo Chávez, presidentes de Brasil y Venezuela en la época del acuerdo. Con una inversión prevista de US$17.000 millones, la refinería, que debe comenzar a operar en noviembre de 2014, todavía no recibe un centavo de los socios venezolanos, pese a que ya tiene 80% de las obras concluidas. 

Para Zalán, el gobierno ha comenzado a dar señales de una “despolitización” del petróleo. Una de ellas fue el nombramiento de personas más técnicas para la dirección de Pré-Sal S.A., que coordinará la explotación de recursos en el escenario surgido de la subasta. Otra es el hecho de que la presidenta de Petrobras, Maria das Graças Foster, no ha descartado un nuevo aumento en el precio del combustible este año, lo que puede aliviar la caja de la empresa en 2014. Sin embargo, no hay que olvidar que Foster y Dilma no sólo son militantes del Partido de los Trabajadores, sino que además las une una relación profesional de casi 15 años, cuando eran simples funcionarias. El ascenso de ambas está intimamente relacionado. Y la explotación del Pré-sal no debiera cambiarlo.

Autores

Rodrigo Rocha