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¿Qué cabe esperar del multilateralismo en 2023?
Mié, 18/01/2023 - 06:00

Ángel Alonso Arroba

Cumbre de las Américas: menos resetear y más actuar
Ángel Alonso Arroba

Vicedecano de IE School of Politics, Economics and Global Affairs en IE University

El año que concluye ha sido, cuanto menos, extraño para el multilateralismo. Por un lado, la guerra ha vuelto a azotar el territorio europeo con una virulencia que —con permiso del Cáucaso—no conocíamos en el viejo continente desde los noventa. El mundo parece cada vez más dividido, y las implicaciones del conflicto se nos antojan sistémicas por la agresión directa de un gigante como Rusia y el retorno de la amenaza nuclear. Pero también es cierto que estos últimos meses hemos asistido a una cierta reactivación de cumbres internacionales y encuentros bilaterales que, tras el paréntesis impuesto por la pandemia, se interpretan con esperanza como un cierto resurgir de la colaboración global. Ante estos desarrollos, ¿qué cabe esperar del 2023 a punto de comenzar?

Si nos atenemos a los hechos y tendencias subyacentes, el panorama no es halagüeño. La Guerra de Ucrania seguirá marcando el posicionamiento de los países en bloques enfrentados. Aunque la Asamblea General de Naciones Unidas condenó el pasado marzo la invasión rusa, lo hizo con 5 votos en contra y 35 abstenciones. La división se hizo aún más patente en noviembre con la adopción de la resolución que exige a Rusia reparaciones: 14 votos en contra y hasta 73 abstenciones. Cualquiera que crea que el planeta está unido en su condena a Putin vive sumergido en una burbuja informativa occidental.

La realidad es que el multilateralismo atraviesa un período difícil debido a la creciente rivalidad entre Estados Unidos y China por la hegemonía global, el gran vector que vertebra las relaciones internacionales. Se habla mucho de la Trampa de Tucídides –el riesgo de conflicto derivado del desafío que una potencia emergente plantea a la gobernante, como ocurrió entre Atenas y Esparta en la Guerra del Peloponeso. También se alude cada vez más a otra Trampa, la de Kindelberger, que apunta al vacío que genera el hecho de que el nuevo poder hegemónico no esté dispuesto a sumir el mismo papel de proveedor de bienes públicos globales que desempeñaba su antecesor. Aquí el referente histórico sería la década de los años treinta del siglo pasado.

Sea como fuere, vivimos una época de cambio, en la que el momento unipolar que dejó el final de la Guerra Fría ha dado paso a un mundo diferente: algunos lo definen como bipolar, otros como multipolar y, voces como la del propio secretario general de Naciones Unidas, hablan de apolaridad o de “situación transitoria caótica”. Añadámosle a esto la convulsa situación interna que atraviesan países con el peso de Irán, la propia China o los mismísimos Estados Unidos, y entenderemos por qué la incertidumbre define nuestro tiempo. ¿Quién hubiera predicho una guerra como la de Ucrania hace tan sólo un año? ¿O un fenómeno como la Covid-19 en diciembre de 2019? ¿Qué cisnes negros nos deparan los años venideros, definidos por la emergencia climática y tecnologías cuyas consecuencias últimas cuesta imaginar?

Ante este escenario sólo nos resta la certeza de lo que ya sabemos de cara a este 2023. Permítanme destacar tres realidades a las que seguir la pista en los próximos doce meses por la implicación que pueden tener en el devenir del multilateralismo. No son las únicas, pero darán que hablar y sus consecuencias pueden tener bastante recorrido.

En primer lugar, India acaba tomar el relevo de Indonesia al frente del G20, la segunda de las cuatro presidencias consecutivas del llamado sur global –seguirán Brasil en 2024 y Sudáfrica en 2025. La celebración de su Cumbre en Nueva Delhi a comienzos de septiembre coincidirá aproximadamente con el sorpasso a China como país más poblado del planeta. Resta por ver qué papel desempeñará el gobierno de Modi en lo que seguramente sea el pistoletazo a un mayor protagonismo indio en política internacional. Si más allá de su eterna aspiración a sentarse en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, India logra jugar un rol constructivo como puente entre Oriente y Occidente, capitalizando en su doble condición de país emergente y de democracia consolidada, tendremos una buena noticia para el futuro del multilateralismo.

En segundo lugar, en España hablaremos mucho de nuestra presidencia de la UE en el segundo semestre del año. Más allá de su dimensión doméstica en un año electoral, va a resultar interesante ver cómo los próximos meses definirán el futuro del proyecto europeo. La pandemia y Ucrania han dado alas a esa Europa geopolítica que la Comisión Von der Leyen prometió y está afianzando, una Unión más fuerte que durante 2022 habló más que nunca el lenguaje del poder con la cumbre de la OTAN, el zeitenwende alemán y el mantra de la autonomía estratégica abierta. ¿Seguirá la Unión ahondando en esa senda, aspirando a ser la tercera gran potencia planetaria? Ojalá que la presidencia española de la UE sirva para recuperar parte del aliento perdido del proyecto europeo como modelo de integración transnacional, referente normativo y poder blando. Se puede hacer sin renunciar a la pretendida resiliencia.

Por último, 2023 nos dejará un hito en la construcción del futuro del multilateralismo dentro del calendario fijado por el secretario general de Naciones Unidas de cara a la gran Cumbre sobre el Futuro que se celebrará en 2024. Con ocasión de la tradicional apertura anual de la Asamblea General en Nueva York en septiembre tendrá lugar una importante reunión preparatoria en la que se presentará una nueva Agenda para la Paz, según anunció recientemente el propio Guterres. Este documento se verá a su vez inspirado por las recomendaciones que un Panel de Alto Nivel sobre Multilateralismo Eficaz presentará la próxima primavera sobre cómo avanzar una gobernanza global más inclusiva e interconectada. Más allá del alcance y profundidad de las propuestas, es difícil vislumbrar que los países tengan la suficiente voluntad política para implementarlas, en un contexto tan poco favorable para el acuerdo. Pero el grado de ambición es loable y merece seguirse con interés y apoyo.

Por supuesto, 2023 nos traerá muchos desarrollos inesperados. ¿Veremos un avance en la integración latinoamericana? ¿Será el panafricanismo el que impulse procesos de convergencia en nuestro vecino continente sureño? La singular alineación de gobiernos afines en buena parte de América Latina y el inicio del año con la toma de posesión de Lula en Brasil parece sugerir lo primero, mientras que los problemas políticos del presidente Ramaphosa en el tradicional motor sudafricano no apuntan hacia lo segundo. Es difícil de predecir. El mundo árabe vive también momentos inciertos con turbulencias en varios países. Y Asia cada vez aparece más dividida en torno a la emergencia de China, con las consideraciones de seguridad y defensa tomándole la delantera a las económicas y comerciales.

La situación en Ucrania seguirá marcando el ritmo internacional, sin duda. Oiremos hablar mucho de crisis energética, de inflación, de la posibilidad de un conflicto en Taiwán. No son ingredientes que inviten al optimismo, pero no debemos perder la esperanza de que en el nuevo año se produzcan avances como los arriba señalados, que ayuden a sentar las bases para esa radical reforma que la gobernanza global necesita con urgencia: transformar Naciones Unidas, reinventar Bretton-Woods, reactivar la OMC, dar coherencia al multilateralismo regional, superar el monopolio inter-nacional de lo transnacional, dar cabida a otras voces… En definitiva, trascender un sistema, el de 1945, claramente agotado. Resta por ver si nuestros gobernantes estarán a la altura, pero como sociedad civil debemos ser activistas en esta demanda. 2023 puede ser un buen año para ello.