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Cumbre de las Américas: menos resetear y más actuar
Vie, 20/05/2022 - 16:29

Ángel Alonso Arroba

Cumbre de las Américas: menos resetear y más actuar
Ángel Alonso Arroba

Vicedecano de IE School of Politics, Economics and Global Affairs en IE University

Conforme nos aproximamos a la próxima Cumbre de las Américas, que se celebrará del 6 al 10 de junio próximos en Los Ángeles, es muy probable que veamos repetirse el tópico de que la cita ofrece una oportunidad de “resetear” la relación de Estados Unidos con la región. No es para menos tras un período tan sombrío para la política hemisférica como el de la Administración Trump, en el que América Latina ha seguido perdiendo peso específico en las prioridades de Washington. La tendencia viene de largo, pero sin duda se ha acentuado.

La utilización de las grandes cumbres y encuentros internacionales para significar un cambio de rumbo y un relanzamiento de las relaciones, aprovechando su capital político y su tirón mediático, es una práctica habitual. Pero conviene no abusar de ello, máxime dado que llueve sobre mojado y que, además, el actual contexto internacional tampoco es favorable para esperar que América Latina cobre mayor protagonismo para el vecino del norte. Cualquier declaración grandilocuente corre el riesgo de quedarse, nuevamente, en papel mojado, y defraudar expectativas.

Ya la primera Cumbre de las Américas, celebrada en Miami en diciembre de 1994, se vendió en su día como el inicio de una nueva era en la política del continente. Si bien los esfuerzos de la Administración Clinton construían sobre la base de la Enterprise for the Americas Initiative lanzada unos años antes por Bush Padre, el fulgor del final de la Guerra Fría y la puesta en marcha del TLCAN invitaban al optimismo y la esperanza, tras años marcados por el intervencionismo militar de Washington en la región y una política enmarcada en la rivalidad geoestratégica con la Unión Soviética. Todo parecía posible en plena fiebre del supuesto fin de la historia y el avance imparable de la democracia liberal.

Solo tuvo que pasar una semana de la Cumbre de Miami para que el colapso del peso mexicano diera al traste con los grandes planes, hasta el punto de que cuando la segunda Cumbre de las Americas tuvo lugar cuatro años más tarde, en Santiago de Chile, el discurso del “reset” ya estaba nuevamente en boca de todos. Vuelta a empezar.

Por supuesto, los planes volvieron a truncarse, empezando por el ambicioso objetivo de establecer un Área de Libre Comercio de las Américas para 2005. Lo que se mantuvo fue la inercia a seguir interpretando cada cita posterior como una oportunidad de “refundar” la política de Washington hacia continente. También se repitió la frustración: desde la III Cumbre de Quebec en 2001 –rápidamente eclipsada por el vuelco de prioridades motivado por el 11-S y la Guerra contra el Terrorismo—a la VII Cumbre de Panamá en 2015 –en el que el histórico encuentro entre Raúl Castro y el presidente Obama no tardó en mostrarse un mero espejismo ante el cambio de inquilino en la Casa Blanca, año y medio más tarde. Sobre la más reciente Cumbre de Lima, en 2018, correremos un tupido velo: ninguna expectativa quedó defraudada porque nunca la hubo, entre la revocación de la invitación a Venezuela y la propia ausencia del entonces Presidente Trump a la cita, la primera de un mandatario norteamericano.

Dado este precedente más reciente, y el retorno a una política más internacionalista y constructiva por parte de la Administración Biden, no es de extrañar que se generen esperanzas sobre la próxima cita en Los Ángeles. Pero no debemos caer el error de vender esta IX Cumbre como un nuevo reseteo, el enésimo en la lista. Para empezar, la sombra ya se cierne sobre la cita, con la amenaza de varios países –con México a la cabeza—de boicotear la reunión a nivel presidencial si se confirma la exclusión de Cuba, Venezuela y Nicaragua del cónclave.

Pero incluso si se salva esta espinosa cuestión en las próximas dos semanas, sería conveniente no crear falsas expectativas en un contexto en el que las prioridades geoestratégicas de Washington siguen centradas en Asia y la rivalidad con China, así como en Europa y el nuevo escenario abierto por la invasión rusa de Ucrania. Se haría mal en vender esta Cumbre como la de un giro y una nueva priorización, porque ambas harían poco honor a la realidad que cabe esperar.

El auténtico éxito de la cita de Los Ángeles pasaría por sentar las bases de una verdadera política de largo plazo, consistente y comprometida, respetuosa y realista, que trascienda las divisiones ideológicas que han venido lastrando el devenir del continente desde finales de los 90. Es esa fractura la que ha impedido dar el salto definitivo de la política de la contención a la llamada política de la ampliación, que era el objetivo de la primera Cumbre de Miami.

La paradoja es que, en un contexto global cada vez más incierto y convulso, América Latina puede erigirse en un referente de estabilidad y buen manejo para el resto del mundo. Tiene todos los activos para aumentar su protagonismo y contribuir al resto del planeta en un momento en el que cuestiones como la seguridad alimentaria, la lucha contra el cambio climático o el retroceso de los derechos y libertades encabezan la agenda internacional.

Desde la experiencia y mesura que caracterizan la política exterior de la Administración Biden, se debería leer adecuadamente este contexto de oportunidad. Para construir ese futuro sostenible, resiliente y equitativo que pregona el lema de la IX Cumbre de las Américas, hacen falta menos declaraciones y más realidades, que lleguen a la gente. Menos resetear y más actuar.