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Autodefensas en Michoacán: entre el bien y el mal de México
Viernes, Marzo 28, 2014 - 16:08

En estas calurosas y ricas tierras donde se produce la mitad del aguacate que se consume en Estados Unidos y una tercera parte del limón de México, uno nunca sabe con quién está hablando. La periodista Claudia Bonet entró al corazón de las autodefensas y ésta es su crónica...

“Yo estoy cansado, es muy cansada esta chingadera. En un año más quiero que ya se haya terminado esto y estar en mi casa, en mi trabajo”, se quejaba en febrero Hipólito Mora, un recio productor limonero de Michoacán (oeste de México) que un año atrás hizo lo que parecía imposible: convencer a sus amedrantados vecinos de La Ruana para que se armaran de valor, enfundaran sus rifles y salieran a la caza de los abusadores miembros del cártel de Los Caballeros Templarios.

Hoy, dos meses después de esa confesión bajo los árboles de su rancho, el veterano agricultor que desafió a los narcotraficantes y cofundó el movimiento de autodefensas se encuentra lejos de su casa, de su trabajo y de su rancho: está entre rejas acusado de participar en el asesinato de dos compañeros milicianos y enfrenta 35 cargos, varios por despojar a vecinos de sus pertenencias.

¿Cómo pudo uno de los pocos miembros de las autodefensas interlocutores del gobierno, supuestamente respetado y honrado entre los suyos, pudo pasar repentinamente de héroe a villano? “Esto es un ataque del gobierno directamente a las autodefensas (…) ya vienen por nosotros, seguimos los demás. Nos quieren amedrentar, nos quieren aniquilar", ha denunciado el cofundador y líder de las milicias en Tepalcatepec, el doctor José Manuel Mireles, defendiendo la inocencia de su colega.

Sin duda, e independientemente del resultado del juicio, hubo un antes y un después desde la sorpresiva detención de Mora el pasado 12 de marzo. No sólo por una cada vez más evidente voluntad de las autoridades mexicanas de ir minando a este desbocado movimiento popular que se comprometieron a legalizar en enero, sino sobre todo porque, de algún modo, cambió la narrativa maniquea sobre la supuesta pelea entre buenos y malos que desde hace un año se libra en Michoacán. De repente, esa áurea romántica que envolvía a las autodefensas en su lucha contra los asesinatos, secuestros, extorsiones y violaciones de los Templarios, empezó a desvanecerse.

¿Viejos abusos… del nuevo poder? En estas calurosas y ricas tierras donde se produce la mitad del aguacate que se consume en Estados Unidos y una tercera parte del limón de México, uno nunca sabe con quién está hablando. “Casi todas las personas aquí estaban coludidas con los Templarios, pero nosotros somos más buenos de lo que se imaginan. No somos como esos pinches vatos que, la verdad, se la pasaban humillando, ofendiendo a cualquier persona”, asegura “El León”, un mecánico de 24 años y pelo alborotado que se hartó de las extorsiones a su negocio familiar y ahora limpia cuidadosamente un AR-15 para dejar “limpio” de Templarios su antiguo bastión de Apatzingán.

Como él, centenares de milicianos rasos luchan y contribuyen anónimamente desde hace un año al movimiento usando el dolor y la rabia de trágicas historias personales. María Ibarra lo hace en honor a su hijo asesinado, Carlos, para que nadie vuelva a ser secuestrado como su hermano ni violada como su cuñada y “El Carnicero” para recuperar su negocio que casi llega a la quiebra por las cuotas de los narcotraficantes.

Pero hay otros que buscan la aventura, o que ven las autodefensas como un medio para alcanzar intereses económicos, políticos y también personales. “La organización es heterogénea. No tiene criterios de reclutamiento ni disciplina ni mandos eficaces, por lo que es predecible que se pueda descomponer y haya abusos y venganzas”, afirma Jaime Rivera, investigador y politólogo de la Universidad Michoacana.

Algunos abusos, de hecho, empiezan a salir tímidamente a la luz. Siguiendo la lógica caciquista de esta tierra marcada por los corridos y los sombreros de palma, un hombre -el más poderoso- es quien se pone al frente del movimiento en cada una de la veintena de pueblos tomados. Sin ahorrarse disputas de egos ni desconfianzas, el líder de cada comunidad es quien establece el nuevo orden. Y se puede parecerse bastante al viejo.

Con la imagen fresca de los generosos regalos de billetes que hacían en las plazas los líderes Templarios, muchos cabecillas comunitarios presumen ahora de dar dádivas a autodefensas. El “Comandante Cinco”, un rico productor limonero y coordinador de la toma de Apatzingán, explica orgulloso como recientemente dio 1.500 pesos (US$113) a “unas muchachas que no tenían para una ropa interior”. En La Ruana, las dádivas de Hipólito Mora venían directamente de los beneficios de las tierras tomadas a los Templarios, que él y su grupo más cercano se quedaron, gestionaron y repartieron. “De ahí yo les doy a los muchachos, que son pura gente pobre. Cada vez que se corta, se les da algo”, explica el ahora líder comunitario preso. Impacta el caso de Sulay Escalera. El crimen organizado le arrebató su casa, y los grupos de autodefensas se la quitaron a su vez a ello. Aún no se la devuelven a la dueña original, pues decidieron que “se la iban a regalar a su gente”.

“Aquí lo más importante es que la gente está más tranquila, hay más calma y ya no hay asesinatos, ni levantones ni extorsiones”, enfatiza Estanislao Beltrán, vocero de las autodefensas. Pero, mientras los homicidios han disminuido 47% desde que el gobierno desplegó un fuerte operativo militar en mayo del año pasado (y las intimidaciones y el cobro de cuotas de los Templarios a empresarios va extinguiéndose), en algunos sectores las extorsiones se han sustituido por “patrocinios” o “ayudas” a los comunitarios. Los aguacateros de Tancítaro, por ejemplo, acordaron dar alrededor del 80% de sus millonarias ganancias durante un año a las autodefensas, para garantizarse protección y seguridad. También empresarios limoneros, comerciantes o el importante sector de la minería, que hasta hace unos meses era una de las principales fuentes de financiación de los Templarios. Si antes los narcotraficantes exigían seis dólares por tonelada de hierro extraído, ahora los autodefensas cobran dos. “Es para una causa diferente. No nos dan dinero para matar gente, ni para robar, ni extorsionar ni nada de esto, sino para sobrevivir y quitarse a ellos de encima”, explica Adalberto Fructuoso, líder comunitario y exalcalde del pueblo minero de Aguililla. Sin embargo, un minero del pueblo que pide el anonimato lanza la siguiente pregunta al aire: “¿Qué diferencia hay entre unos y otros? Esto que les estamos dando no es una ayuda porque no les damos nuestra voluntad”.

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Cerca del enemigo. Entretanto, las acusaciones sobre la infiltración de Templarios dentro de las autodefensas empiezan a ser cada vez más públicas y notorias. Quienes conocen bien este estado, avasallado por el narco y con gran parte de las autoridades y ciudadanos coludidos con él, se preguntan: ¿Sería extraño que el enemigo durmiera en casa?

Michoacán ha sido históricamente un paraíso para los cárteles: su clima y tierras fértiles son óptimas para el cultivo de marihuana, su agreste Sierra Madre es estratégica para la proliferación de laboratorios clandestinos de metanfetaminas y un escondite perfecto para los narcotraficantes, mientras que su entrada al Pacífico por el puerto de Lázaro Cárdenas –el más importante en volumen de carga del país - es la puerta ideal para entradas y salidas masivas de productos ilegales.

El potencial fue visto rápidamente por el violento cártel de Los Zetas, expulsado por el de La Familia Michoacana (que paradójicamente se presentó como un movimiento social de salvación) y que continuó sus actividades delictivas rebautizadas en el cártel de Los Caballeros Templarios. Actualmente, el cártel Jalisco Nueva Generación les disputa el poder y algunos grupos de autodefensas han reconocido que facilitó armas al movimiento. “La gran mayoría de las autodefensas tiene una intención auténtica de defenderse, pero están mezclados. Ser jefe Templario implica toda una carrera en el crimen, pero ser colaborador de los templarios en Michoacán puede ser incidental o por desempleo, y el mismo que colaboró con los Templarios puede colaborar ahora con las autodefensas”, dice Rivera.

Es el caso de Alexis y Miguel, dos ex punteros (informadores) de 20 y 25 años de los Templarios, que entraron a este cártel de doctrina seudoreligiosa por la facilidad de ganar dinero. Ahora friegan suelos y cocinan en una base de las autodefensas como parte de su proceso de “rehabilitación”.

“Ellos eran los ojos de los Caballeros Templarios y a través de un puntero ocurren muchas desgracias, pero son muchachos, son jóvenes y merecen una oportunidad”, argumenta el “Comandante Patancha”, cabecilla de los comunitarios en el pueblo del Aguaje y encargado de la formación de los muchachos. También algunos líderes del movimiento han sido señalados de tener nexos con el crimen organizado e, incluso, con el cártel que ahora combaten. Uno de ellos es el exalcal de Fructuoso, que reconoce que se reunió en varias ocasiones con la cúpula templaria porque “no tenía de otra”. El “Abuelo”, uno de los cabecillas en la sombra en Tepalcatepec, estuvo tres años preso acusado de haber pertenecido al cártel de Los Valencia y finalmente procesado por el porte de armas ilegales y posesión de drogas. Recientemente se supo también que el doctor Mireles estuvo preso más de tres años a finales de los 80 por tráfico de marihuana, un delito que él asegura que confesó falsamente después de ser torturado. “El Americano” ha sido acusado de Templario por algunas facciones de comunitarios, igual que el “Comandante Cinco”, que responde con vehemencia a los señalamientos: “El que sea criminal y tenga antecedentes penales, ¿tú crees que va a estar aquí? ¿A qué va a tener derecho desde que firmamos el pacto con el gobierno?”, se pregunta. Con la incógnita sobre el devenir de este nuevo movimiento de defensa popular de larga tradición en México, la escala de grises parece que seguirá irremediablemente definiendo al convulso Michoacán.

Autores

Claudia Bonet