Pasar al contenido principal

ES / EN

Conozca la historia de Priscilla de Oliveira, la pacificador de las favelas de Río
Jueves, Abril 5, 2012 - 17:14

Su semblante, compuesto de fuerza y simpatía, empezó a ser conocido. Era la asistente psicológica, la asistente médica, la organizadora de eventos, la amiga, la mujer policía. Pero más que la mujer policía... una alcaldesa informal de la favela.

A la favela de Santa Marta, ubicada en el barrio Botafogo al sur de Río de Janeiro, llegó hace cuatro años una mujer que parecía demasiado joven, demasiado sonriente, demasiado ingenua como para alcanzar su objetivo: pacificar uno de los barrios más peligrosos de Brasil, controlado durante más de tres décadas por el hampa y el narcotráfico.

Esta dama superó toda expectativa. Con 125 hombres a su mando, la mayor Priscila de Oliveira Azevedo logró convertir el lugar en un sector digno que, actualmente, dice ella en conversación con El Espectador, es una comunidad pacífica que recibe turistas y visitantes a toda hora.

Protagonizó un cambió histórico en las políticas de seguridad pública del Estado, que antes estaban basadas en la confrontación. Comandó la primera Unidad de Policía Pacificadora (UPP), un modelo a seguir no sólo en las más de 600 favelas que hay en la ciudad, entre ellas las de Rocinha, Vidigal y Chácara do Chapéu, sino en las zonas marginales y controladas por grupos al margen de la ley en América Latina. Por su gestión, el Departamento de Estado de Estados Unidos la acaba de reconocer como una de las diez mujeres más valientes del mundo, en la pasada ceremonia de premiación internacional a Mujeres de Coraje.

Lo que demostró la mayor Oliveira y su tropa fue que la represión no basta para acabar con la criminalidad. En el pasado, la favela estuvo ocupada nueve meses por el Batallón de Operaciones Especiales (Bope, policía antimotines), pero cuando los oficiales se retiraron, en 1991, los traficantes retomaron el control del lugar y asesinaron a los que consideraban informantes.

Oliveira recuerda que el proceso de ocupación previo a la pacificación, en el que ella participó, se inició en 2007, con repetidas incursiones y cruentos tiroteos. “Desde octubre de 2008 las operaciones pasaron a ser diarias y la regularidad de las incursiones obligó a hacer cambios. El Estado vio que no se podía tratar la favela de forma normal, con asedios y después saliendo”, ha dicho la capitana.

Así nació el proyecto de las UPP, que para entonces generaba dudas y sospechas en los habitantes del cerro de Santa Marta, en cuya cúspide está la famosa estatua del Cristo Redentor. “Es un proyecto en el que el Estado tiene como objetivo recuperar territorios en áreas sometidas al dominio del narcotráfico, aplicando una filosofía de proximidad de la Policía con los moradores. La paz ya está siendo conquistada en la medida en que el Estado hace presencia en un área antes dominada por poderes paralelos. A partir de la ocupación policial, se abre un espacio para la llegada de mejoras a las comunidades, a través de inversiones sociales del gobierno y del sector privado”, explica Oliveira.

El 19 de diciembre de 2008 los policías pacificadores entraron a Santa Marta para quedarse. Los narcotraficantes huyeron y se construyó un cuartel en lo alto de la cerro, desde donde se controlan los principales accesos y se tiene una vista de toda la favela, y de los barrios que se extienden a sus pies.

La capitán, desde entonces y durante los siguientes dos años, se enfocó en reestablecer el vínculo entre policía y habitantes, para lo cual se entrenó en mediación de conflictos y en la situación de derechos humanos de los pobladores. Pasaba las 24 horas con la comunidad, intentando cambiar un arraigado concepto que se tenía de las autoridades como enemigas y generadoras de violencia. Su semblante, compuesto de fuerza y simpatía, empezó a ser conocido. Era la asistente psicológica, la asistente médica, la organizadora de eventos, la amiga, la mujer policía. Pero más que la mujer policía, una líder social, una alcaldesa informal de la favela.

Dice ella que el cambio de la favela, donde se vivía en un estado precario, fue radical. Se eliminaron viejos vicios de las autoridades y se logró, a través del permanente contacto con los habitantes, reestablecer su confianza con la autoridad. No volvieron a ocurrir tiroteos en las calles. Los atracos disminuyeron 44%, el 60% de los residentes dice que su seguridad ha mejorado y el 90% de ellos quiere que la policía se quede en la favela. También se ha logrado que el 83% de las casas sean hechas con materiales de construcción, que el 93% están conectadas a la red de alcantarillado y el 91% cuenten con electricidad legalizada. La llegada de los servicios públicos le ha cambiado el rostro a un barrio en el que anteriormente las aguas negras corrían por las calles laberínticas.

Además de los de Santa Marta, al menos otros 20 mil habitantes de favelas, una quinta parte del millón que vive en estos barrios marginales en Brasil, han empezado a recuperar la seguridad y confianza en su territorio. Según datos de la Intendencia de Río de Janeiro, de las 605 favelas que hay en la ciudad, 29 ya están controladas por las UPP.

Esta, sin embargo, no es la única muestra de coraje que ha dado Oliveira. Un año antes de la ocupación policial de Santa Marta, un drama personal le dio la fuerza para seguir con su labor policial en busca de la paz. Fue secuestrada cuando salía a trabajar, en septiembre de 2007, a pocos metros de su casa, y llevada a un barrio pobre en el que fue torturada. Logró escapar después de dos intentos fallidos. Al día siguiente, junto a un escuadrón policial, Oliveira regresó a la comunidad y ayudó en la operación para detener a los criminales que la habían capturado. “48 horas después del episodio, una gran parte de el grupo ya estaba preso. Los otros criminales fueron capturados posteriormente. Ese hecho sirvió de motivación para que yo me pusiera como meta mejorar la vida de la población que vive ese drama a diario”, dice Oliveira.

Actualmente la mujer policía es coordinadora de seguridad estratégica de Río, desde donde comanda todas las unidades responsables de la Policía de Pacificación. También termina sus estudios de derecho. “Luego voy a hacer un postgrado en un tema relacionado a procesos sociales y, lógicamente, seguiré perfeccionándome dentro de la profesión policial militar, que es mi carrera y gusto mucho de ella”, concluye la sonriente policía.

Autores

ELESPECTADOR.COM