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Ecuador: la intolerancia y las teorías de conspiración
Jue, 04/11/2010 - 09:04

Gabriela Calderón

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Gabriela Calderón

Editora de ElCato.org y columnista del diario El Universo (Ecuador). Se graduó en 2004 con un título de Ciencias Políticas con concentración en Relaciones Internacionales de la York College of Pennsylvania. Sus artículos han sido reproducidos en otros periódicos de Latinoamérica y España como El Tiempo (Colombia), La Prensa Gráfica (El Salvador), Libertad Digital (España), El Deber (Bolivia), El Universal (Venezuela), entre otros. En 2007 obtuvo su maestría en Comercio y Política Internacional de la George Mason University.

Desde hace varios años (incluso antes de este gobierno), detrás de cada problema en Ecuador, muchos han visto una “conspiración”. Por ejemplo, en 2007 el presidente Rafael Correa acusó a la oposición de “conspirar” para elevar los precios de varios alimentos.1 Tres años después, a varios de la oposición el gobierno los ha acusado de “conspiradores” del supuesto golpe por estar en el lugar equivocado en el momento equivocado. El problema es que la creencia en las teorías de conspiración deriva en la intolerancia sin precedentes que hemos presenciado desde el 30 de septiembre.

El filósofo Karl Popper decía que los gobiernos totalitarios -ya sean de corte fascista o comunista- se valen de “teorías de conspiración”. Estas consideran que todo lo que sucede en una sociedad -como la pobreza, el desempleo, la escasez- es el resultado intencionado directamente por algunos individuos o grupos poderosos.2

Popper no negaba la existencia de las teorías de conspiración, no obstante, señalaba que estas se dan rara vez y “una de las cosas asombrosas de la vida social es que nada resulta exactamente como se pretendía. Las cosas siempre resultan un poco distintas”.3

El filósofo señala que los creyentes en las teorías de conspiración consideran que las instituciones son el fruto de un diseño consciente y que los grupos tienen una personalidad, como si fuesen una persona individual.4 La “refundación” del país con la Constitución de Montecristi y el ataque generalizado a “la oposición”, “los medios”, “los banqueros”, “los pelucones”, etc., como si cada grupo fuese una persona individual, son síntomas de que los que nos gobiernan perciben la sociedad de esa manera.

El problema con esto, decía Popper, es que las personas que intentan comprender la realidad de esta manera se niegan la posibilidad de descubrir la complejidad de la sociedad, ya que piensan que prácticamente todo se puede explicar haciendo solo una pregunta: “¿quién lo quería?”5

Si todo lo que necesitamos saber del 30 de septiembre es “¿quién quería (o quiere) que Correa salga del poder?”, pues ya no es necesario realizar una investigación ni respetar el debido proceso ni suponer la inocencia antes que la culpabilidad. Se vuelve “golpista” el simple acto de expresar opiniones diferentes a las oficiales o estar reunido con personas que lo han hecho en el pasado. Ni hablar de aquellos que andaban recogiendo firmas para revocarle el mandato al presidente (algo que antes del 30 de septiembre no levantaba sospechas de golpismo, sino que era un proceso permitido por la Constitución).

Esa es la intolerancia que estamos viviendo hoy. Prisión preventiva o agravio verbal desde el poder para los “golpistas” señalados por las teorías de conspiración creídas (y vendidas) por los que están en el poder. Esa intolerancia obstruye -mediante la represión y la intimidación- una investigación transparente y exhaustiva de lo que ocurrió ese día.

Los creyentes en la teoría de la conspiración no necesitan investigar. Su teoría, llena de prejuicios, lo explica casi todo. Por eso no les ha interesado conformar una comisión multipartidista y menos una comisión internacional para realizar una investigación.

*Esta columna fue publicada con anterioridad en el centro de estudios públicos ElCato.org.

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