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El mundo árabe: ¿armagedón o revolución de la libertad?
Mié, 16/02/2011 - 09:13

José Ignacio Moreno León

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José Ignacio Moreno León

Ingeniero químico de la Universidad de Louisiana (USA), Master en Administración de Empresas de la Universidad Central de Venezuela y en Administración Fiscal y Desarrollo Económico de la Universidad de Harvard. Es además rector de la Universidad Metropolitana de Venezuela.

Armagedón es un término referido solo una vez en el Capítulo XVI-16, del Apocalipsis de San Juan, el teólogo, último libro del Nuevo Testamento de la Biblia, en el cual se anuncian grandes batallas que provocarían la destrucción de los imperios del mal y del presente sistema de vida, para luego dar origen al reino de los justos, al final de los tiempos. 

Para algunos estudiosos de estos mensajes escatológicos, las fechas de estos acontecimientos apocalípticos varían entre 2015 (griegos) y 2035 (hebreos), aunque la mayoría no las aceptan como referencias cronológicas precisas, pero se registra, con base en documentos muy antiguos, el desarrollo de grandes batallas, una de ellas muy importante en el siglo XV a.C. y todas ellas acontecidas en el valle o monte de Megiddo -en hebreo Har-Megiddo-, de donde deriva la palabra armagedón, lugar en Israel a 90 kms al norte de Jerusalén y al norte de la muy conflictiva Franja de Gaza.

Las anteriores referencias bíblicas vienen al caso cuando contemplamos las recurrentes amenazas nucleares para la destrucción de Israel, del dictador fundamentalista islámico que gobierna en Irán y los recientes conflictos que se han venido desarrollando en el mundo árabe, disparados por la crisis desatada en Túnez que acabó con la dictadura de más de 23 años de Ben Ali, quien como suele suceder con esos sátrapas militares, abandonó el poder cobardemente, cuando por la presión popular que lo repudiaba, se le hizo inmanejable la situación, y corrió a refugiarse en Arabia Saudita. 

A estos acontecimientos se han agregado las revueltas libertarias en Yemen, Siria, Marruecos, Jordania y las recientes elecciones en Sudán, donde perdió la dictadura militar del sanguinario Bashir, lo que ha consagrado el surgimiento de una nación independiente en el sur de ese país. 

También destacan los violentos disturbios en Argelia, otro país sometido durante años por un gobierno autoritario y militarista, cuyo presidente, Buteflika, ha renovado su mandato con fraudulentas elecciones y mantiene a esa nación petrolera en una grave crisis económica y social.

El caso mas emblemático de una crisis de gobernabilidad con repercusiones que podrían ser armagedónicas, por sus efectos en otro país petrolero de importancia como Arabia Saudita, lo representan los sucesos que por varias semanas mantuvieron una firme presión popular -fundamentalmente de jóvenes- que dio al traste en Egipto, el pasado viernes, con el régimen de Hosni Mubarak, luego de más de tres décadas en el poder, bajo un gobierno autocrático, dinástico y conculcador de los derechos humanos. 

Todo ello con el apoyo incondicional de unas fuerzas armadas beneficiarias de notables privilegios, con la excusa de la garantía de la estabilidad política de esa conflictiva región del norte de África y fronteriza con Israel.

Nos atrevemos a señalar que se trata de movimientos de los pueblos impulsados por las ansias desesperadas de libertad, en intentos por deslastrarse de regímenes dictatoriales que solo han llevado miseria a esas sociedades. 

Podríamos decir que el mundo árabe está experimentando los gérmenes de una revolución de la libertad. Sin embargo, si esas luchas por la libertad y la democracia son infiltradas por las corrientes fundamentalistas islámicas, como ya empieza a sentirse con los llamados de sus agrupaciones más relevantes a incorporarse a manifestaciones de violencia, se estará corriendo el grave peligro de un proceso desestabilizador mayor que podría extenderse hacia otros países árabes que son dominados por vetustas monarquías absolutistas históricas, como Arabia Saudita, la tierra de Abdelaziz bin Saud, fundador de la dinastía gobernante de los Al-Saud, pero también de Osama Bin Laden, el multimillonario caudillo creador de Al-Qaeda, enemigo de los acuerdos de paz entre Egipto e Israel, promotor del derrocamiento de la monarquía Saudi y responsable del ataque a las Torres Gemelas de Nueva York el 11 de septiembre de 2001.

Arabia Saudita, en donde ya hay organizaciones clamando por reformas que rescaten los derechos humanos y por una monarquía constitucional, es la proveedora de 25% del petróleo que se consume en el mundo occidental y en la actualidad ocupa el tercer lugar, detrás de Canadá y México, como proveedor petrolero de los Estados Unidos, país con el que firmó hace poco un contrato para adquirir 60.000 millones de dólares en armas y para la modernización de 70 aviones caza F15-S de su fuerza aérea. 

No hay dudas que la estabilidad del reino de Saud es fundamental para la economía norteamericana, cuya producción petrolera interna viene reduciéndose desde principios de los años 80 y en la actualidad no supera los 7.200 mbd, mientras el consumo doméstico está por encima de los 18.600 mbd y cuyas reservas propias se han reducido de 120 días en 1985 a 60 días en la actualidad.

Por razones obvias quisiéramos pensar en una transición razonable de esa revolución de la libertad que estamos viendo en los países árabes hacia gobiernos democráticos, ya que si el proceso es penetrado por el fundamentalismo islámico, pudiéramos estar en la antesala de guerras de consecuencias impredecibles. 

Sería como llegar al armagedón bíblico en el siglo XXI.

*Esta columna fue publicada originalmente en ElMundo.com.ve.

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