Pasar al contenido principal

ES / EN

El retorno de los hijos de Pinochet
Jue, 21/07/2011 - 11:10

Roberto Pizarro

El ataque del "establishment" chileno a los Kirchner
Roberto Pizarro

Economista de la Universidad de Chile, con estudios de posgrado en la Universidad de Sussex (Reino Unido). Investigador Grupo Nueva Economia, fue decano de la Facultad de Economía de la Universidad de Chile,  ministro de Planificación y rector de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano (Chile).

La presión de la derecha conservadora se hizo sentir en el cambio de gabinete que realizó el presidente de Chile, Sebastián Piñera. Debilitado por un rechazo de la opinión pública del 65%, el más alto en años de democracia, y también acosado por un movimiento cívico que exige cambios políticos y económicos, tuvo que ceder frente a las exigencias de la Unión Demócrata Independiente (UDI). Así las cosas, se incorpora al gobierno como vocero, Andrés Chadwick; Pablo Longueira como Ministro de Economía, y Joaquín Lavín sale de Educación para asumir el Ministerio de Planificación.

Los tres nuevos ministros, el presidente de la UDI, Antonio Coloma, y el actual presidente de la Cámara de Diputados, Patricio Melero, junto al Ministro de la Presidencia, Cristián Larroulet, son hijos de Pinochet. Esos seis mosqueteros organizaron la reunión de Chacarillas en el año 1977, jóvenes de extrema derecha, que en medio de antorchas y cánticos patrióticos aplaudían al dictador, mientras la policía uniformada reprimía a obreros y pobladores y los aparatos de seguridad torturaban y asesinaban a opositores al régimen. Estos seis dirigentes juveniles en esa época, hoy convertidos en autoridades del país, escuchaban con admiración el discurso de Pinochet. Menos por el dictador. Más, por quien había preparado ese discurso, Jaime Guzmán, a la sazón asesor político del autócrata, y maestro de esos jóvenes de derecha.

Estos jinetes del Apocalipsis, católicos conservadores, del Opus Dei y de los Legionarios de Cristo, ingresan en esos años oscuros a la vida política para construir una democracia protegida y una economía para minorías. En esa tarea el papel de Guzmán es insoslayable.

El discurso de Pinochet en Chacarillas resumía la democracia de la siguiente manera. Autoritaria y protegida, para reemplazar el Estado liberal clásico, ingenuo e inerme. Integradora, porque debe robustecer el objetivo de la unidad de la gran familia chilena, que se ha pretendido disgregar impulsando una lucha de clases que no existe y no debe existir. Tecnificada, para reducir el margen de debate ideológico a sus justas proporciones, aprovechar el aporte de los más capaces, y dar estabilidad al sistema. Subsidiaria, porque consagra y respeta una real autonomía de las agrupaciones intermedias entre el hombre y el Estado, y valora una libertad económica que impide la asfixia de las personas por la férula de un Estado omnipotente.

Este fue el discurso que elaboró Jaime Guzmán y leyó Pinochet. Esos mismos conceptos luego quedarían consagrados en la Constitución de 1980. Constitución que actualmente rige en el país y que los gobiernos de la Concertación no tuvieron la vergüenza de modificar radicalmente. Una democracia restringida, ahogada por un régimen binominal que impide la participación de toda la ciudadanía. Una democracia tutelada por el poder económico, consagrado en el artículo 19 de la carta fundamental y que impide al Estado intervenir y regular la economía. Allí también se establecen las bases de un educación clasista y permisiva con el lucro.

Por eso resulta muy preocupante que Chadwick, Longueira y Lavín aparezcan en el centro del gobierno de Piñera, debilitando la posición de la derecha liberal, representada por Rodrigo Hinzpeter. La sociedad los rechazará y el gobierno de Piñera en vez de fortalecerse, se debilitará aún más.

Lavín en el Ministerio de Planificación recordará el Odeplan del gobierno de Pinochet. Laboratorio neoliberal dónde se inventó un código del trabajo que impide la organización sindical, la negociación colectiva y el derecho a huelga; oficina perversa, dónde se diseñó el sistema de AFP; centro de reuniones de jóvenes de la Universidad Católica, dónde se planificó la privatización de la educación para que los ricos reprodujeran su riqueza y los pobres su pobreza. Ese es el Chile que rechaza la sociedad civil y que inventó Lavín con sus amigos de Odeplan, convertido hoy en Mideplan.

Longueira, como Ministro de Economía, podrá desplegar todo su populismo, pero no podrá desafiar las bases de un sistema económico injusto que sus amigos economistas de la Universidad Católica inventaron. El mercado es el que decide y en esa lógica los pequeños empresarios y consumidores se ven golpeados cotidianamente. Y si se atreve a enfrentar esa lógica deberá terminar no sólo con la estafa de La Polar, sino con la usura de las tarjetas de crédito de todas las multitiendas. Y si enfrenta la lógica del mercado todopoderoso debería convertir el Banco Estado en un banco de fomento para los pequeños empresarios, con tasas de interés para los emprendedores que bajen de los dos dígitos. Lo dudo. El populismo no da para tanto.

Chadwick es primo del presidente, pero fue discípulo predilecto de Guzmán. En consecuencia, intentará probablemente comunicar con mayor inteligencia que la ex ministra Ena Von Baer, pero su corazón le estará pulsando permanentemente en defensa del sistema político para las élites que inventó su maestro Guzmán, y a favor de la economía para las desigualdades de los economistas de su Universidad Católica.

Soy de los que creen que la responsabilidad principal del golpe del 73 es de los civiles, de la derecha política y de algunos poderes fácticos que siempre han sacado las castañas con la mano del gato y que hoy día eluden su culpabilidad. El senador Novoa, subsecretario del Interior de la época, no puede haber sido ciego y sordo cuando se cometían los crímenes. El empresario Ricardo Claro estaba al lado de Pinochet cuando éste conversaba con Kissinger y fundamentaba la Operación Cóndor. Apenas elegido Allende, el dueño de El Mercurio salió de Chile y se autoexilió en las oficinas centrales de la Pepsi Cola en los Estados Unidos para trabajar en la conjura contra el presidente Allende. Y, ahora, resulta que todos estos civiles no sabían de asesinatos, exilios y torturas. La culpa recayó sólo en los militares.

Los militares utilizaron el monopolio de las armas que les habían entregado todos los chilenos para cumplir los objetivos que se propusieron un grupo de civiles y con ello tiñeron con sangre de compatriotas los estandartes de sus cuarteles. Los civiles de derecha y los empresarios fácticos hasta ahora se han lavado las manos.

Los jóvenes de Chacarillas, hijos de Pinochet, ahora se instalan en pleno en el gobierno de Piñera. Esto resulta inaceptable porque su responsabilidad en los crímenes de ese régimen y en la instalación del modelo económico y político que sufren los chilenos es ineludible.

Países
Autores