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Las memorias (y los fantasmas) de Donald Rumsfeld
Lun, 07/03/2011 - 09:26

Farid Kahhat

Las buenas noticias que trae el fallido atentado a Times Square
Farid Kahhat

Peruano, doctor en Relaciones Internacionales, Teoría Política y Política Comparada en la Universidad de Texas, Austin. Fue comentarista en temas internacionales de CNN en español, y actualmente es profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la PUCP (Perú) y analista internacional.

Quien fuera Secretario de Defensa de los Estados Unidos durante la invasión de Iraq, Donald Rumsfeld, acaba de publicar sus memorias. No deja de sorprender el hecho de que virtualmente no haya atisbo de autocrítica en él. Pero lo que nos interesa destacar en este artículo es el título escogido para el libro: “Known and Unknown” (o “Conocido y Desconocido”). Ese título deriva de su respuesta a una pregunta que le pedía identificar las amenazas de seguridad que enfrentaban los Estados Unidos tras el 11 de septiembre de 2001: “hay cosas que sabemos que sabemos, hay cosas que sabemos que ignoramos, y hay cosas que ignoramos que ignoramos (o ‘unknown unknowns’ en el original en inglés)”.

Parece un juego de palabras, pero Rumsfeld decide tomar de allí el título de sus memorias precisamente porque esa respuesta resume su perspectiva sobre los temas de seguridad. Una perspectiva potencialmente paranoica, porque, a fin de cuentas, ¿cómo se puede diseñar una estrategia racional para enfrentar aquello que ignoramos que ignoramos? La respuesta es simple: no se puede.

Eso no quiere decir, sin embargo, que la lógica esbozada por Rumsfeld no tenga consecuencias para el diseño de una estrategia de seguridad. Una estrategia de seguridad comienza por identificar amenazas posibles a los intereses del Estado (y, en forma creciente, a los de sus ciudadanos). Luego intenta estimar la probabilidad relativa de que esas amenazas se produzcan, y establecer si afectan o no a intereses vitales. Finalmente se diseña un plan que, empleando diversos medios, intenta neutralizar las amenazas previamente identificadas y jerarquizadas. 

Pero si las amenazas a los intereses vitales del Estado son potencialmente omnipresentes, y a la vez no podemos estimar su probabilidad de ocurrencia porque permanecen ocultas, entonces el único curso de acción sensato es prepararse para el peor escenario posible, sin importar cuán improbable parezca. Bajo esas circunstancias, ninguna prioridad de política pública puede competir con la seguridad y, en particular, con el gasto en Defensa, en la asignación de los recursos del Estado. Sólo así se explica la presunta necesidad a partir del 2001 de incrementar sustancialmente el gasto en Defensa de los Estados Unidos, pese a que este representaba ya alrededor de 40% del total mundial.

De otro lado, es posible en una democracia restringir ciertos derechos ciudadanos cuando se produce una situación de emergencia. Pero incluso bajo esas circunstancias hay derechos que no pueden ser conculcados (como el derecho al debido proceso), y la aplicación de normas de excepción debe ser objeto de revisión judicial para evitar el abuso del poder. Amparándose, sin embargo, en la naturaleza dantesca de las presuntas amenazas de seguridad que afrontaban los Estados Unidos, la denominada “Acta Patriótica” (para no mencionar el limbo jurídico de Guantánamo) no hacía concesiones a esos remilgos legales. Por lo demás, las restricciones antes mencionadas sólo podían justificarse en tanto perdurara la situación de excepción que les dio origen. Pero mientras se librara una “guerra” contra un enemigo global, difuso y clandestino, sobre el cual se conocía relativamente poco (como Al Qaeda), no existía criterio objetivo alguno para definir el éxito de la misión ni, por ende, el momento en el cual la situación de excepción (y la suspensión de derechos) debía llegar a su fin.

Sólo en ese contexto puede entenderse otra célebre respuesta de Rumsfeld que también podría haber inspirado el título de sus memorias: “La ausencia de evidencia no es evidencia de ausencia”. Se trataba de la respuesta a una pregunta sobre la información disponible para presumir la existencia de “células durmientes” de Al Qaeda en territorio estadounidense. Dada su naturaleza clandestina y la gravedad de la amenaza que podrían representar, era preferible simplemente asumir la existencia de esas células que correr el riesgo de ser sorprendidos por ella. 

Así, en 2003, el director del FBI, Robert Mueller, sostenía que “la mayor amenaza proviene de células de Al Qaeda en los Estados Unidos que todavía no hemos identificado”. Dos años después añadiría incluso lo siguiente: “estoy muy preocupado por aquello que no estamos viendo”. Cual devoto de lo paranormal, pretendía atemorizarnos invocando espectros invisibles. Y si la amenaza se asume como real, pese a que no sabemos quién (si acaso alguien) la representa, en dónde  se encontraría, o de qué medios dispone, no cabe entonces sino suponer lo peor. En palabras del manifiesto fundacional del Departamento de Seguridad Interior: “los terroristas de hoy pueden atacar en cualquier lugar, en cualquier momento, y virtualmente con cualquier arma”.

La actitud implícita es similar a la de aquella noble europea a la que citara alguna vez Adolfo Bioy Casares: “no creo en los fantasmas, pero me dan miedo”. Solo que en este caso quienes azuzaron nuestros temores eran seres de carne y hueso.

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