Pasar al contenido principal

ES / EN

Los presidentes también aprenden: el primer año de Piñera
Mar, 22/03/2011 - 09:02

Bernardo Navarrete Yánez

El imperio en Chile: los efectos de la visita de Obama
Bernardo Navarrete Yánez

Bernardo Navarrete Yáñez es Profesor Asociado de la Licenciatura en Estudios Internacionales de la Universidad de Santiago de Chile (Usach).

Existe una vieja aunque tenue discusión en políticas públicas sobre las capacidades de un “primer mandatario”. 

La primera, sostiene que un presidente no está en condiciones de dominar las alternativas que se consideran frente a un problema, y tampoco está necesariamente en condiciones de determinar el resultado final, debido a las restricciones impuestas externamente y sobre las cuales tiene poco control; en contrario, se sostiene que, si bien las reformas las pueden iniciar los presidentes, éstos deben considerar las preferencias de otros agentes políticos, así como las propias. Ello requiere el comportamiento disciplinado de los congresistas de su partido y coalición para generar cambios respecto a las preferencias iniciales, frente a necesidades más inmediatas que, entre otros efectos, permitirá la designación de expertos y la posibilidad de construir agencias competentes.

Tras su primer año de gobierno, el presidente chileno Sebastián Piñera expresa bien esta dicotomía. Desde una lógica de “primer mandatario” y con una más que observable tendencia a la “representación nacional”, más fuerte que en los congresistas, y por cierto mayor a los presidentes de partidos, los chilenos han observado el a veces excesivo poder con que El ejecutivo se encuentra investido.

La autonomía de la que ha hecho gala Piñera, y que se expresa en la capacidad de traducir sus orientaciones y preferencias en políticas públicas, le ha terminado pasando la cuenta.

Tras un año de gobierno, se ha visto enfrentado a lo que Theodoro Lowi llamó las “leyes de la política-dinámica”, donde la primera de ellas, conocida como “ley del esfuerzo”, presupone que los mandatarios dedican la primera mitad de su periodo a tener éxito basados en sus promesas electorales y la segunda mitad la destinan a crear la apariencia de éxito. 

Desde esta perspectiva, 2011 será el último año para implementar su propia agenda, ya que las próximas elecciones -las municipales del 2012 y los comicios presidenciales y al Congreso del 2013-, dominarán el panorama político nacional, ya que allí se medirán el poder electoral y de escaños de los partidos y coaliciones electorales.

Tal vez el presidente pensaba, siguiendo a Charles de Gaulle, que la “política es un asunto demasiado serio para dejarlo en manos de los políticos”, pero para quienes han transformado la política en una profesión, el juego está en establecer políticas públicas de su preferencia y bloquear aquellas que les resulten inconvenientes, todo ello en la tenue diferenciación expuesta al principio de este artículo

Lo anterior cobra importancia en un escenario -obvio para cualquier observador- que muestra que desde fines del año pasado se ha producido un deterioro en la imagen del presidente Piñera, en dos dimensiones relevantes que pueden afectar su liderazgo: credibilidad y confianza. Un declive permanente en estas dimensiones puede terminar afectando el juego de cambio y continuidad, que aparecen como básicos para el trabajo del Ejecutivo y el Congreso. Ambas nociones son caras de la misma moneda y pueden terminar siendo relevantes en la percepción de los electores, quienes podrían establecer una relación entre un antes y un después. 

Una predicción pesimista del futuro, el después, puede terminar asociada al tradicional gatopardismo chileno, que infiere que todo va a cambiar para que todo siga igual. Un escenario que los partidos que apoyan la gestión del Ejecutivo, los que por su naturaleza buscan alcanzar, ejercer y mantener el poder político, no quisieran enfrentar de cara a las próximas elecciones.

Por ello, tal vez la gran lección que se pueda sacar tras estos doce meses, es que Keynes estaba equivocado: no son las ideas de los economistas, sino los intereses políticos los que acaban por definir la toma de decisiones.

Países