Aunque su producción en teoría está aprobada, los uruguayos deberán importar marihuana de Holanda para investigar sus propiedades contra… la adicción.

Pocos fueron los que no se enteraron del largo debate y, luego, de las repercusiones de la despenalización del uso de la marihuana en Uruguay, de la mano del ahora exmandatario que todos los países dicen envidiar (aunque suelan votar por sus opuestos), Pepe Mujica. Parte de las secuelas de la decisión ha sido el interés de laboratorios y empresarios del agro para quedarse con el negocio de la producción.

En particular para el uso medicinal que se da a los aceites que se extraen de la planta. Pero como eso no está resuelto, hay cierta ironía en una nueva noticia que se relaciona con el tema: un grupo de investigadores que desea evaluar científicamente si la sustancia, asociada a la recreación entre hippie y rastafari, puede usarse para rescatar a los adictos a otra droga conocida por dura y destructora (la pasta base de cocaína). Para ello deberán importar marihuana de Holanda.

Con tal objetivo tuvieron que pedir la aprobación del Ministerio de Salud Pública, dado que tiene que ser cannabis holandesa sí o sí, ya que se trata de la única del mundo que tiene certificación de un ministerio de salud. En este caso, el de los Países Bajos. No se trata de caprichos burocráticos. La marihuana a importar debe tener distintas concentraciones de cannabidiol, el componente responsable del efecto sedativo y otras propiedades cuyos efectos médicos se investigan, distinto al THC, el encargado del estímulo psicoactivo.

Sean cuales sean esos efectos, en la región, inadvertidamente, son los chilenos los que más se ven sometidos a ellos. Según un estudio de la Sociedad de Psiquiatría y Neurología de la Infancia y Adolescencia (Sopnia), los hombres que consumen la droga en el país largo y angosto lo hacen 12,3 días al mes y las mujeres 7,3. En Chile, al parecer, la necesidad de relajarse con ayuda, abunda.