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Sebastián Piñera y la unidad nacional
Vie, 03/06/2011 - 12:48

Sergio Micco

Chile: recordar activamente el terremoto del Bicentenario
Sergio Micco

Sergio Micco es abogado de la Universidad de Concepción (Chile), Magíster de la Universidad Católica de Chile y Doctor en Filosofía, Universidad de Chile. Es profesor de la Universidad de Chile (Instituto de Asuntos Públicos de la Universidad de Chile: Escuela de Gobierno y Magíster de Ciencia Política) y profesor de la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile y de la Universidad de Stanford, en su sede para América Latina.

El presidente Sebastián Piñera terminó su cuenta pública del 21 de mayo llamando a la unidad nacional y a no desaprovechar la oportunidad histórica que tiene Chile para alcanzar el desarrollo. Sin embargo, la acritud del debate político y la protesta callejera demuestran que el llamado no ha hecho mucho efecto. ¿Qué puede hacer el gobierno para mejorar la calidad del debate público y lograr acuerdos nacionales para que Chile avance? Me atrevo a sugerir dos condiciones que nos propondrían poderosas  voces del pasado: partir por no descalificar al adversario y aclarar las grandes cosas que quiere hacer por el país.

Tomás de Aquino escribe al príncipe que debe evitar el afán de vanagloria y la arrogancia. Cuando el monarca se siente tan poderoso e invencible por sus éxitos pasados, los vítores de sus adherentes y la voz aduladora de los de siempre,  caerá en la soberbia. Esta consiste, entre otras cosas, en minusvalorar o despreciar al adversario como débil o inferior y sobrevalorar la propia capacidad. Cuando esto ocurre el adversario se resentirá y le deseará mal al gobernante, se alegrará con sus yerros y se reirá a mandíbula batiente cuando el arrogante príncipe muerda el polvo tras las inevitables caídas por humano error o mala fortuna. Peor aún, la soberbia expondrá al príncipe a riesgos innecesarios y tontos fallos, pues nunca se es más débil cuando se es más fuerte. El triunfador de mil combates, creerá automáticamente ganado el siguiente; se confiará en exceso de su virtud y fortuna anteriores y vendrá la derrota inexplicable, ridícula, quizás calamitosa y final.

José Ortega y Gasset, a su vez y este es la segunda voz a escuchar, le sugeriría al gobernante cumplir la tarea de invitar a su pueblo a realizar grandes cosas juntos. España se vertebra a partir de 1492 cuando Castilla conquista parte de Asia, África y América llamando a toda una nación a “grandes empresas incitantes”; poniéndose “al servicio de altas ideas jurídicas, morales, religiosas”; dibujando “un sugestivo plan de orden social”. Pizarro, Cortés y Valdivia se suben al caballo y atraviesan el mar; Velásquez pinta cuadro inmortales; Cervantes crea dos personajes universales; Suarez, Vives y Mariana redactan tratados de humanismo global; De las Casas rompe lanzas por los “otros”. Pues es cierto que para hacer grandes cosas en común la nación debe estar unida; pero más cierto es que para que esta esté unida debe en conjunto aspirar a hacer grandes cosas. Un gran pueblo es aquel que tiene valores, afectos, objetivos y esfuerzos compartidos. Es grande cuando está arrebatado por un gran objeto común de amor  sabiendo que “no convive para estar juntos, sino para hacer juntos algo”.

Volvamos al Mensaje Presidencial del 21 de mayo. Es evidente que el presidente se equivoca cuando no reconoce lo que sus adversarios han hecho por Chile. Soberbia sería creer que el descenso de los índices de victimización; la mejoría en los resultados en las pruebas en educación; el repunte en el crecimiento económico y tantas otras cosas se deben sólo a un gobierno que lleva poco más de un año en el poder. Por otro lado, si el gobierno quiere invitar a grandes cosas por hacer, ¿por qué la mezquindad en los medios? Si la Presidenta Bachelet sólo en la reforma previsional pidió un gran acuerdo que supondrán en Estado de régimen US$3.000 millones; ¿por qué hacer no llegar a acuerdo cuando la oposición pide US$35 millones más en extensión del post natal? Si el presidente quiere ser recordado como el gobernante que acabó con la extrema pobreza, ¿por qué no extender la cobertura y aumentar los montos del ingreso ético familiar en la medida que exige la tarea histórica?

Que la oposición ha cometido errores, qué duda cabe. Pero es el gobierno el que posee la primera responsabilidad de unir a Chile. Para ello debe partir por reconocer sus dificultades para ser mayoría nacional y errores en lo hecho hasta aquí. Mejor aún, no debe sólo recordar los yerros de la oposición, sino que también sus aportes y reconocer humildemente que la necesita para alcanzar el desarrollo. Finalmente, Chile estará unido cuando sienta que todos son llamados a grandes cosas por hacer que, espero, no sea la guerra contra los vecinos o el combate a los delincuentes o violentistas.

*Esta columna fue publicada originalmente en ElMostrador.cl.

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