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El "método" del Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa
Domingo, Octubre 10, 2010 - 11:41

El escritor colombiano Mauricio Bonnett le siguió los pasos al ganador del Nobel de Literatura durante dos años. Dos documentales resultaron de este periplo en el que se vislumbra su proceso creativo.

Lima. Durante algo más de dos años, entre 2002 y 2005, seguí —acompañadode la productora Marcela Cúneo— a Mario Vargas Llosa, filmandosimultáneamente dos documentales: uno sobre su vida y otro sobre lagestación de su novela Paraíso en la otra esquina. La filmación de esteúltimo fue el que me permitió —en lo posible, porque la literatura esun arte privado— vislumbrar, aunque fuera en parte, su proceso creativo.

Laidea de filmar la investigación de Paraíso en la otra esquina surgiódurante un descanso en el rodaje de la biografía. Estábamos enAyacucho, una región que hasta hacía muy poco había sido el corazónsangriento de las actividades de Sendero Luminoso y adonde Vargas Llosano había regresado desde que lideró una comisión para investigar elasesinato, brutal y ritualizado, de un grupo de periodistas a manos deindígenas que los habían confundido con guerrilleros.

Era un díacandente en el que el sol canicular de alta sierra parecía más violentoque el del desierto. Nos sentamos a la vera del camino para que VargasLlosa y Patricia, su esposa, pudieran tomarse una Inka-Cola, esa bebidafluorescente como el neón que los peruanos, curiosamente, beben sintemor a la muerte. Entre sorbo y sorbo, me comentaron que en unos díasestarían viajando a Tahití y a las Islas Marquesas, donde Mario (VargasLlosa) pensaba visitar todos los lugares donde había vivido Gauguin,aprovechando que le habían otorgado un doctorado Honoris Causa en laUniversidad de Papeete (si, así como lo oyen, la Universidad dePapeete. Por aquel entonces Vargas Llosa tenía diecinueve doctoradoshonoríficos; ahora, si mal no estoy, se han casi duplicado). Y, como sifuera lo más lógico del mundo, me invitaron a que los siguiera.

Peroera obvio que, por cinco minutos de documental, yo no podía viajar—acompañado por una productora, un camarógrafo, un sonidista y unasistente— hasta las Marquesas, el lugar más remoto de la tierra, elmás alejado de cualquier masa continental.

Sin embargo, pensandoque no tenía nada que perder, les dije que la única manera en que lospodría seguir era si hacía otro documental, esta vez sobre lainvestigación para la novela. Y no sólo en Tahití y en las Marquesas,sino también en Francia, Inglaterra y Perú.

Patricia y Mario(Vargas Llosa) se miraron (o mejor Mario miró a Patricia, que es elverdadero jefe de la casa) y, para mi sorpresa, aceptaron.

Ahorafaltaba lo más importante. Conseguir el dinero para el nuevodocumental. Esa noche, aterrado, llamé al productor ejecutivo, RobertoViana, un brasileño generoso hasta el delirio, que no sólo me aprobóque siguiéramos a Vargas Llosa, sino que ‘exigió’ que nos quedáramos ensu mismo hotel para que no tuviéramos “ningún inconveniente práctico”.

Nolo podía creer. Es verdad que tendríamos que trabajar duro, pero en elfondo yo sabía lo que este nuevo acuerdo con el productor implicaba:que iba a tener las vacaciones más extraordinarias de mi vida, en unedén exótico, en compañía de Mario Vargas y Patricia. No cabía la menorduda: debía estar soñando o, peor, alucinando.

Pero no lo estaba.El viaje hasta Tahití duró doce horas. Después de una breve parada enPapeete, partimos hacia Hiva Oa, la isla marquesina donde murióGauguin, en un turbohélice de dudoso pedigrí. Volaba casi a ras del mary gran parte de las cuatro horas de vuelo estuvimos saltando de ventanaen ventana (el avión estaba semivacío) para no perdernos los atolonesmulticolores que se deslizaban bajo el fuselaje. Sólo Mario (VargasLlosa), abstraído, como un místico, leía sin inmutarse un tratadofeminista contra Gauguin.

Pero cuando empezamos a sobrevolar aHiva Oa la exaltación dio paso al pánico. Empezamos a notar que lascostas y los cerros se repetían con incomprensible regularidad y quesobrevolábamos una y otra vez una franja de concreto que no podía serotra cosa sino el aeropuerto. La azafata, una bella maorí, tambiénentraba y salía de la cabina del piloto sin cesar. Mario (VargasLlosa), a quien el pánico había obligado a abandonar la diatribafeminista, se atrevió a preguntarle por qué nos demorábamos tanto enaterrizar. La respuesta fue tan sucinta como aterradora: “Es el ultimoviaje del piloto; le está diciendo adiós a la isla”. Mario (VargasLlosa) la miró con una sonrisa espantada y apenas alcanzó a mascullar:“¡Y cree que con eso me tranquiliza!”.

Ya no nos quedó duda deque el piloto había decidido terminar su carrera estrellándose contrauno de los cerros de la isla. Nuestra reacción fue paradójica:estallamos en un delirio colectivo de humor negro, muy parecido a lahisteria, mientras el avión se zangoloteaba como una cometa a merced delos vientos del Pacífico. Cuando por fin aterrizamos no podíamos creerque habíamos sobrevivido. Durante ese viaje fue donde conocí de veras alos Vargas Llosa. Y no había más remedio: teníamos que vivir juntos adiario y, en el caso de las Marquesas, prácticamente los unos sobre losotros. Era cuestión de odiarse o de hacerse amigos. Y, por fortuna, noshicimos amigos.

El trabajo empezó casi de inmediato. Cuandollegamos a Hiva Oa, Vargas Llosa ya había compuesto un manuscritobasado en sus lecturas sobre Gauguin y Tristán. Es lo que él llama‘investigación periodística’, un sistema que, como me dijo en unaentrevista, no busca la verdad: “…es una ayuda para buscar referenciasque me den un punto de partida para inventar, para fantasear. No es laverdad lo que busco; es el ambiente, el clima, es algo que me sirva deapoyo para inventar con mayor facilidad, con mayor seguridad, aquelloque quiero contar. Leo periódicos, entrevisto personas, leo libros,hago fichas, pero digamos que es una investigación que tiene comoobjeto alimentar la imaginación, alimentar la fantasía. Desde luego enesas novelas los grandes lineamientos históricos los respeto, peronunca los detalles, y me tomo tales libertades que creo que en todasesas novelas hay siempre, si hacemos un balance, más fantasía quememoria histórica”.

Pero ahora, que ya había superado esa etapa,quería comparar lo que había imaginado (y escrito) con ‘la realidad’,con los lugares donde Gauguin y Flora habían vivido, donde su huella dealguna manera permanecía viva. Y nadie iba a detenerlo, ni siquiera elcalor y los mosquitos.

Vargas Llosa conserva todavía una energíaapabullante. Todos los días trabajábamos largas horas bajo un solcalcinante, pero al regresar al hotel, aturdidos por el cansancio, sóloél tenía fuerza suficiente para encerrarse en su habitación para seguir“luchando contra el ángel”, como llama él al solitario oficio deescribir.

“Soy una persona que trabaja con mucha disciplina,porque es la única manera como consigo conjurar eso que llaman lainspiración, es decir, ese clima de exaltación, de entusiasmo, esosestados de ánimo que son los más propicios para la creación. Eso a míno me viene naturalmente nunca, eso es algo que resulta luego de unesfuerzo, y a veces un esfuerzo sostenido de días, de meses. He tenidoque crearme un sistema de trabajo que es muy rutinario, que tienemomentos de muchísimo aburrimiento e incluso de hartazgo. Pero comoahora ya sé que sólo así, perseverando, puedo escribir una novela, meresigno”.

Vargas Llosa sólo escribe en el computador sus columnasperiodísticas, pero las novelas todavía salen directamente de su puño,como lo hacía hace cuarenta años, en sus comienzos. La razón, por lovisto, no es solamente práctica: “El mundo de un escritor esta hecho demanías, ¿no es verdad? Las manías son fundamentales: hay ciertoslugares, ciertas horas, ciertos ritos que son esenciales para ircreando el estado propicio para escribir. Para mí es el cuaderno, elcuaderno rayado —si además el cuaderno es bonito mucho mejor, porque siel cuaderno es feo yo siento que hay un elemento que obstruye, queobstaculiza enormemente mi trabajo—”.

Sin embargo, no es estadisciplina indomable ni las manías agoreras las que hacen a VargasLlosa un gran escritor sino, creo yo, su curiosidad insaciable y lacasi infantil capacidad de sorprenderse con todo lo que encuentra. Paraél nada es trivial o contingente: todo es material propicio para eltratamiento literario. Y ese entusiasmo es, por fortuna, contagioso, demanera que nuestro trabajo, por arduo que fuera, resultó siempre unenorme placer.

Pero si las jornadas de trabajo eran una cadena dedescubrimientos permanentes, lo verdaderamente fascinante eran lasnoches. Al atardecer nos reuníamos en la terraza del hotel, que eraapenas una colección de seis u ocho cabañas que miraban al Pacífico, ynos tomábamos una solitaria copa (que rendíamos como si fuera un tesoroinvaluable) de un precioso whisky de malta que, junto con la brisa delPacífico, parecía llevar a Vargas Llosa a algo parecido al estado degracia, mientras producía deliciosas anécdotas del costal sin fondo desu memoria y, tal vez, incluso de su imaginación.

Cuando dirigíesos dos documentales sobre Mario Vargas Llosa, el Premio Nobel parecíaestar siempre —como el paraíso de la novela— a la vuelta de la esquina.Lo había estado, quizá, desde los años ochenta, y lo siguió estandohasta el jueves pasado, cuando por fin la Academia Sueca decidió quesus discrepancias políticas con Vargas Llosa no eran razón suficientepara seguir denegándole un premio merecido.

Desde que tuve labuena fortuna de trabajar con él y de hacerme su amigo, he visto sinfalta —y en vivo— el anuncio del Premio Nobel de Literatura con laesperanza de por fin escuchar su nombre en medio del suecoincomprensible. Este año, sin embargo, me venció el sueño y no fuicapaz de levantarme, pero no dejé que esa cruel ironía del destino meamargara un momento que había estado esperando desde aquellas nochesinolvidables de Hiva Oa. Enhorabuena, Mario.

Mauricio Bonnett y sus pesquisas literarias. Esteguionista, escritor y director colombiano se radicó en Inglaterra afinales de los años ochenta. Desde allá se ha involucrado en proyectosde ficción y de documental tanto en el Reino Unido, como en Canadá yEspaña. También ha realizado  programas radiofónicos que se hantransmitido en la cadena BBC de Londres.

Tras incursionar en elguión de ficción  del largometraje ‘Eisenstein’, trabajó endocumentales sobre el boom literario latinoamericano de los años 60 y70. Fue testigo del periplo del escritor y premio nobel de literatura2010, Mario Vargas Llosa en su búsqueda por los rastros del pintorfrancés Paul Gauguin y su abuela Flora Tristán en el documental quetituló con el nombre de la novela ‘Paraíso en la otra esquina’. Un añodespués, en el 2004, elaboró un nuevo documental ‘Mario Vargas Llosa:la biografía’.

* Mauricio Bonnett / Especial para El Espectador

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