Rotilla Festival es la fiesta de las tribus urbanas poco visibles en Cuba, cuyo Gobierno comunista miró en el pasado con desconfianza, pero que hoy reconoce como una fuerte inyección para la economía local, con más de US$130.000 en ventas para el Estado.

Playa Jibacoa. Hace una década Michel Matos marchó para organizar con sus amigos un baile en una playa al este de La Habana. Este fin de semana, Matos hizo bailar sobre la arena a unos 14.000 jóvenes cubanos con su Rotilla Festival (www.rotillafestival.com), un maratón de música electrónica y hip hop, considerado por muchos como un oasis de tolerancia en Cuba.

"Al principio hubo mucha hostilidad, porque la música electrónica en Cuba no era bien vista", explica Matos, de 30 años, el director ejecutivo del festival. "Pero hubo un cambio de casi 180 grados. Nunca había pasado que las autoridades aceptaran que unos muchachos tan jóvenes organizaran un evento independiente. No sé si por una cuestión de presión, pero nos han tolerado", añadió.

Rotilla Festival son para muchos las 72 horas más esperadas del año. Algunos viajaron durante días desde la otra punta de Cuba para plantar su tienda de campaña en Playa Jibacoa, una pequeña bahía a 57 kilómetros de La Habana. "Para los jóvenes aquí no hay muchos espacios donde divertirse y expresarse. Este es el único y hay que luchar por él", dice Reinier, un alfarero de 21 años, tumbado con sus amigos a la orilla del mar.

Aún bajo el insoportable sol del mediodía cubano, cientos de jóvenes bailaban con el torso desnudo al machacante beat que DJ Tony Papá disparaba bajo de una sombrilla plantada arriba del escenario.

Rotilla Festival es la fiesta de las tribus urbanas poco visibles en Cuba, cuyo Gobierno comunista miró en el pasado lo diferente con desconfianza. Hoy las autoridades apoyan el festival y reconocen que es una fuerte inyección para la deprimida economía local, con más de 130.000 dólares en ventas para el Estado.

"100% virgen". En Playa Jibacoa se respiraba el fin de semana un aire de emancipación adolescente. Unos bailaban, otros compartían una botella de ron o se zambullían en el mar con preservativos en la cabeza como gorros de baño.

A la entrada del campamento un muchacho sostenía en la mano un trozo de cartón donde había escrito "100% virgen". "Como no nos dan libertad en otros lugares, venimos a refugiarnos aquí", explica Yoandris, un joven de 21 años que se presenta como "psico anarco".

"Aquí podemos hacer lo que nos da la gana. Si queremos encuerarnos, nos encueramos y nadie nos dice nada", explica frente a una tienda de campaña hecha con sacos de azúcar.

Más allá, una decena de jóvenes hacía fila para que les pintaran dibujos en el cuerpo. El catálogo incluía la imagen del icono revolucionario Ernesto "Che" Guevara y también el logo de Puma.

Las autoridades culturales cubanas han ido aceptando el Rotilla Festival, pero insisten en supervisar el contenido. Hay además un fuerte control policial. Decenas de agentes de civil deambulaban el fin de semana entre los jóvenes en Playa Jibacoa, filmándolos y tomándoles fotos.

Producción independiente. Rotilla Festival es una rara producción independiente en Cuba, donde la industria cultural es controlada por el Estado.

Apoyado por Exit, uno de los mayores festivales de música electrónica de Europa realizado en la ciudad serbia de Novi Sad, Rotilla montó este año cinco escenarios simultáneos por donde desfilaron decenas de artistas cubanos y un puñado de dj's llegados de Argentina, Brasil y México.

El festival incluyó también una muestra de cine y un taller sobre cómo hacer videos usando teléfonos celulares. Como todo padre, Matos quiere ver crecer a su criatura y -por qué no- darle un carácter más comercial al festival donde hoy los músicos tocan gratis.

"Nos gustaría manejar 100 por ciento el festival desde el punto de vista económico (...) Si pudiéramos cobrar entradas a precios módicos, podríamos, por ejemplo, pagar a los artistas", dijo.