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Mineros y Televisión
Mar, 19/10/2010 - 09:24

Valerio Fuenzalida

Mineros y Televisión
Valerio Fuenzalida

Licenciado en teología, Pontificia Universidad Católica de Chile. Magíster en Ciencias Bíblicas, Instituto Bíblico de Roma, Italia. Estudios de producción de televisión, Escuela de Artes de la Comunicación, Pontificia Universidad Católica de Chile (1973). Actualmente es coordinador permanente en Chile de la Investigación Internacional Observatorio Iberoamericano  de la Ficción Televisiva (Obitel). Y dirige el Diplomado en Estudios de Audiencia en la Facultad de Comunicaciones UC (Chile).

La intensidad de las transmisiones televisivas de los canales chilenos y la cobertura televisiva internacional -alrededor de mil millones de televidentes- están suscitando muchas discusiones dicotómicas acerca del carácter medial de los sucesos o el carácter mediático, es decir, manipulaciones falsificatorias por parte de los medios audiovisuales. ¿Es posible explicar el interés de las audiencias y de los medios?, pero también comprender las dudas y el rechazo de otros. Creo que es posible arrojar algunas luces de interpretación, sin pretender agotar la complejidad.

En primer lugar, estamos en presencia de hechos profundamente simbólicos, y que traspasan a toda la Humanidad, más allá de las diferencias culturales. Los símbolos de la fosa, sepultura, entierro, y muerte son universales, como condición humana general. Los símbolos de retornar a la vida, renacer, revivir, resucitar, son también universales. Por ello la cápsula del rescate fue bautizada como Fénix, el ave que renace.

En las culturas cristianas y del medio oriente estos símbolos tienen un largo pasado histórico y una profunda raigambre síquica. La fiesta más importante del cristianismo es la Muerte y Resurrección de Jesucristo: sepultura y resurrección. Estos símbolos culturales nos atraen poderosamente porque tocan las capas emocionales  más profundas de la condición humana. La cifra de más de tres decenas de personas intensifica la carga emotiva: no es lo mismo una persona que treinta individuos, aunque parezca irreverente.

En segundo lugar, estos eventos cargados de poderosos simbolismos han ocurrido en un tiempo marcado por el suspenso de la incertidumbre. Quince días en la tensión angustiosa de la espera, cuando no se sabía si se encontraría vida o muerte en la fosa; y luego 50 días de trabajo incierto para el posible retorno a la tierra de los vivientes. El suspenso dramático ante la incertidumbre temporal por la muerte y la vida. Tal suspenso atrae poderosamente la atención, la curiosidad, la solidaridad. Los medios, y en especial los medios que se emiten en la temporalidad (radio y TV) saben perfectamente el interés para las audiencias del final incierto; el destino de vida y muerte de seres humanos reales, destino suspendido y en tensión por 60 días, concita gran atención y una solidaridad emocional básica.

En tercer lugar, las imágenes televisivas no solo son en vivo y en directo, en la inmediatez de los eventos. La comunicación no se hace con las palabras abstractas utilizadas por la oralidad radial o por la escritura en periódicos. Son imágenes de los operadores en la tensión del trabajo, y especialmente de los familiares, seres concretos en espera del resultado de vida o muerte para sus seres queridos.

El audiovisual moderno ha reintroducido electrónicamente la percepción visual dirigida a la faz y a la corporalidad humana, donde comparecen primariamente la gama de las diversas emociones humanas de amor, compañía, colaboración, alegría, dolor, temor, y muchas otras. La gestualidad humana corporal y facial son los significantes básicos de las emociones, tanto para expresarlas en el emisor como para percibirlas por parte de los receptores y audiencias.

El audiovisual televisivo no solo informa acerca del evento en suceso, sino expresa mucho más profundamente las emociones humanas involucradas en el suceso; algunos creen que tal emocionalidad sería una manipulación de emisores inescrupulosos, ignorando que la imagen visual (natural o electrónica) capta primordialmente la emoción gestual y facial. No es un agregado adicional, sino que es la condición primaria de la percepción visual humana. La neurociencia ha descubierto las “neuronas espejos” de nuestro cerebro, con las cuales sentimos en consonancia con las emociones que percibimos; y la visualidad es el principal canal perceptual de recepción emocional.

Sobre esa base primaria perceptual-emocional trabaja la TV; posteriormente es posible amplificar la emocionalidad (con música por ejemplo), o con tomas deliberadamente magnificadas; desde aquí en adelante -y no antes- opera la ética.-

Si se consideran en conjunto estos tres aspectos mencionados -símbolos universales y profundos, la temporalidad de la incertidumbre, lenguaje audiovisual corporal/emocional- es posible comprender mejor la cobertura televisiva global de estos acontecimientos. Constituye sin duda un evento global -sin parangón previo. Pero la palabra “evento” es superficial y pobre (alude a farándula) para describir un azaroso acontecimiento que nos asocia global y existencialmente (con la corporalidad de las emociones) en los sentimientos más profundos acerca de la vida y de la muerte en seres concretos, y que atisbaría finalmente hacia la comunidad básica y profunda -emocional- de la humanidad entera. Anti clímax.

Pero esta misma interpretación permite explicar los rechazos y dudas de muchos televidentes. El reciente medio audiovisual con su carga corporal/emocional ha entrado en colisión con una cultura milenaria de comunicación con los signos abstractos de la lecto escritura. Las letras de este texto no tienen cuerpo ni emociones, como las tienen las imágenes audiovisuales de cuerpos y rostros concretos de personas en infortunio. La desconfianza y el temor a la imagen han sido milenarias y han llevado a la iconoclasia en diversas épocas. ¿Podrían las palabras captar mejor la realidad que las imágenes visuales? Así lo creía Platón. Y seguimos en plena discusión.

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