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Mujeres en el Chile del Bicentenario
Vie, 29/10/2010 - 10:43

Nicole Nehme Z.

Autoridades públicas y libre competencia
Nicole Nehme Z.

Nicole Nehme es abogada y socia del Estudio FerradaNehme.

Los últimos datos del Índice de Competitividad Global 2010-2011 del World Economic Forum son elocuentes. Uno de los factores en los que Chile está por lejos peor rankeado es el de la participación femenina en el trabajo: está en el  lugar 110 entre 139  países. No es irrelevante considerar que, en promedio, está 30 dentro del conjunto.

El resultado no sorprende. Aunque seis de cada diez egresados universitarios son mujeres, su participación en el trabajo está lejos de ser proporcional. La reciente encuesta Voz de Mujer Bicentenario, de Comunidad Mujer, revela que, aunque la participación laboral femenina ha crecido, es desigual, en muchos casos precaria y se efectúa desde la informalidad. Sólo el 45% de las mujeres del primer quintil participa del mercado del trabajo, cifra que llega al 49% en el segundo quintil y al 55% en el tercero. Sólo en el quinto alcanza el 72%. Un 82% de las mujeres percibe que son peor pagadas que los hombres (y tienen razón, éstos reciben en promedio salarios 40,9% superiores). Y la ocupación femenina se concentra en los servicios personales, sanitarios, sociales y comunitarios (41%) y comercio (32,5%), siendo muy menor en otros sectores.

Basta mirar la participación femenina en ámbitos que tienen repercusiones económicas y culturales relevantes para otras mujeres, como la política (incluido el Parlamento), directorios de empresas, o altos puestos ejecutivos, para darse cuenta de que está subrepresentada.

Las razones de este problema son muchas. En las mujeres más vulnerables, influye el tiempo que deben ocupar en el cuidado de sus hijos, enfermos y discapacitados en sus hogares, además de su falta de capacitación. De allí la relevancia de la política de salas cunas y jardines infantiles iniciada hace algunos años. Para las que han tenido más oportunidades, incluidos estudios universitarios, la explicación es cultural. No parece existir real conciencia entre los empleadores -mayoritariamente hombres- sobre el aporte que pueden realizar las mujeres a sus empresas en función de sus habilidades laborales y humanas complementarias a las de los hombres. Pesa más, probablemente, una inercia o temor frente al cambio que representaría una participación femenina mayor en puestos directivos. Si no, ¿cómo explicar que sólo 4% de los directores de sociedades anónimas abiertas en Chile sean mujeres?

Diversos estudios muestran que una mirada como la anterior es un profundo error, con efectos directos en el desempeño de las empresas y la economía. Roy Adler, en Estados Unidos, estudió durante 20 años a las empresas listadas en Fortune 500, demostrando en 2001, en la Harvard Business Review, la existencia de una fuerte correlación positiva entre la presencia de mujeres en puestos directivos y una buena performance de las empresas. Lo mismo mostró en 2004 Cata-lyst, una organización que promueve la participación femenina en los negocios, tras analizar 350 firmas del índice Fortune.

En 2007, McKinsey publicó el estudio Women Matter, que consideró criterios de excelencia organizacional como liderazgo, dirección, transparencia, coordinación y control, innovación, orientación, capacidad, motivación, ambiente de trabajo y valores. Las compañías con tres o más mujeres en puestos directivos tenían por lejos mejor puntaje. A conclusiones parecidas llegó la OCDE, en 2008, en Gender and Sustainable Development.

La misma mirada podría aplicarse a la administración del Estado. ¿Por qué, siguiendo a algunas grandes multinacionales, la Alta Dirección Pública no se impone incluir, al menos dos mujeres en las quinas y una en las ternas que propone al Ejecutivo? Políticas como ésa reducirían las barreras de entrada y facilitarían la creación de una masa crítica de mujeres en puestos de liderazgo. Lo mismo podría decirse de Códigos de Buenas Prácticas sobre participación femenina que podrían implementar las empresas, siguiendo el exitoso modelo anglosajón.

Las mujeres están entre las mayores propulsoras del desarrollo de los países. Su rol como ciudadanas, consumidoras, líderes y trabajadoras es un indicador del bienestar y madurez de las sociedades. El retraso en su participación laboral es un síntoma de las dificultades del desarrollo de Chile que debe mirarse con preocupación. No se trata sólo de derechos fundamentales (aspecto evidente), sino también de desarrollo económico: las empresas y el bienestar general funcionan mejor cuando el mercado laboral realmente acoge, permite el desarrollo y remunera adecuadamente a la mitad femenina de la población.

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