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Recife y Olinda, el carnaval más multicultural de Brasil
Jueves, Mayo 18, 2017 - 11:02

Una crónica que relata seis días y cinco noches en la fiesta popular más democrática del país.

El Observador | Se pinta el párpado izquierdo con purpurina roja mientras Carmen le coloca una tiara que tiene en uno de los extremos una flor con tul y lentejuelas. Se pone rubor en las mejillas y se pinta los labios. Camilla lleva una minifalda, medias de red y una musculosa que combina con el maquillaje. Ya habían desayunado (huevos revueltos con queijo coalho, frutas y café) y están preparándose para el segundo día del carnaval. Los hombres de la casa, sentados en uno de los sillones de la amplia y colorida sala, aguardan para partir. Hoy la fiesta es en Olinda, una ciudad a seis kilómetros de Recife (capital de Pernambuco, estado del nordeste brasileño).
 
Camilla sonríe y se mezcla entre los miles y miles de personas que caminan por las callecitas empedradas (y empinadas) de una de las primeras ciudades coloniales de Brasil. Se ven sombrillas de colores, flecos de tela verdes, rojos y amarillos, banderines colgados en los balcones. Sombreros de paja, flores en la cabeza, orejitas de gato en la cabeza, orejitas de Minnie en la cabeza. También disfraces que hacen alusión a la tradición carnavalesca de la región, como el caboclo de lança, una figura del maracatú de baque solto y el personaje más representativo del carnaval de Pernambuco. Su danza es un ritual al igual que su vestimenta. Este personaje suele llevar un sombrero y una lanza adornados con cintas de colores, aunque todas las miradas van hacia el imponente collar de lentejuelas cosido enteramente a mano.
 
El maracatú es una de las expresiones culturales más reconocidas de este carnaval y tiene su origen en el estado de Pernambuco. Pueden distinguirse dos tipos: de baque virado y de baque solto. El primero es una danza de raíces africanas que hace alusión a la coronación de los reyes del Congo. Por ese motivo, es frecuente que además de los bailarines se vea un cortejo real; una danza cargada de símbolos e historia. El maracatú de baque solto (o maracatú rural), en cambio, nace en los campos de caña de azúcar y se caracteriza por tener instrumentos de percusión.
 
Jarras colgadas del cuello, heladeras de espuma plast amarillas de cerveza Skol cada cinco pasos y agrupaciones que danzan al ritmo del maracatú, del frevo, del coco, de la samba y detrás de ellas, el público, que los sigue serpenteando las calles de la ciudad. Es una fiesta de colores, de danzas tradicionales, de alcohol y de sexo.
 
Caen las gotas, se deslizan irreverentes. Camilla está empapada de sudor pero no puede dejar de moverse mientras se roza con otros cuerpos también mojados. Un índice se levanta y todas las cabezas giran. Comienza, a pleno rayo del sol, el popular desfile de los muñecos gigantes de Olinda por el que pasarán Mick Jagger, Celia Cruz, Janis Joplin, Donald Trump y también el presidente brasileño Michel Temer, la mayor parte del tiempo cortejado por el grito popular de "fora Temer". La gente enloquece y el repique de la alfaia (instrumento central en el maracatú de baque virado) suena con más fuerza. Cae la lluvia y se mezcla con el agua salada que exuda la piel. Es carnaval.
 
 
Ahí está, la calle de la Misericordia, la más empinada de Olinda. Quedo perpleja mientras se acerca el repique de Pitombeira dos Quatro Cantos, una de las agrupaciones más grandes de la ciudad. A mis espaldas, cuatro mujeres de distintas generaciones juegan con la sombrilla de colores (elemento característico del frevo) en un balcón, mientras observan a la horda pasar.
 
En Olinda, ciudad declarada Patrimonio Histórico y Cultural de la Humanidad, y primera capital brasileña de Cultura, la fiesta se vuelca a lo que se conoce como carnaval de rua que, muy básicamente, consiste en ver pasar y acompañar a las diferentes atracciones.
 
Aunque la fiesta este año comenzó oficialmente el viernes 24 y se extendió hasta el martes 28 de febrero, las semanas previas los conjuntos ya circulaban exhibiendo orgullosos sus disfraces, sus ritmos, sus danzas. El espíritu de celebración se iba instalando en cada rincón.
 
Olinda bulle las 24 horas pero los locales suelen disfrutar de sus espectáculos durante el día, en donde además de música hay varios puestos de comida en los que se pueden (y deben) probar algunos de los platos de la región. La macaxeira (mandioca), la tapioca con queso y coco (elaborada a base de harina de mandioca), la coxinha (aperitivo de la cocina brasileña hecho a base de pollo) o los pasteles fritos. Además de tomar Pitú (una cachaza elaborada en Pernambuco, que tiene 40% de graduación alcohólica), y la reina de todo Brasil: la cerveza gelada.
 
Por la tardecita y la noche la tradición señala a Recife Antiguo, que se erige delicioso y presenta una variedad de espectáculos culturales y musicales en los 47 escenarios que se disponen a lo largo de la ciudad. "Hay una gran diferencia entre la política pública del carnaval de Recife y de Olinda. Mientras la primera ciudad fomenta al carnaval e invierte en él, en la segunda no se le ha prestado tanta atención como años atrás y eso se nota en la presentación de las diferentes manifestaciones culturales", asegura Paulo Octavio, coordinador del escenario de Marco Zero, principal polo del carnaval de Recife. En esta ciudad, la fiesta cuenta con el apoyo de la secretaría de Cultura, de la prefectura y de la Fundarpe (Fundação do Patrimônio Histórico e Artístico de Pernambuco). "Aquí, este año, se invirtieron 80 mil reales (aproximadamente 28.500 dólares)", explica Octavio, mientras el escenario se prepara para recibir a una escuela de samba. Lamentablemente, apenas el 1% de ese dinero es destinado a quienes participan de las diferentes agrupaciones culturales. El resto suele invertirse en infraestructura y en los honorarios de reconocidos cantantes que brindan shows durante los días que dura el carnaval.
 
 
Este año hubo una novedad. Por primera vez, se unieron para desfilar los mayores símbolos del carnaval: el Gallo de Madrugada y el Hombre de Medianoche. El primero es considerado por el libro Guinness como el mayor bloco (agrupación) carnavalesco del planeta (participan más de 2 millones de personas). El segundo, que también cuenta con una gran cantidad de seguidores, es reconocido por el muñeco gigante homónimo, que recibió en el 2006 el título de Patrimonio Vivo de Pernambuco.
 
Otro de los grandes eventos que, si se tiene la oportunidad, vale la pena presenciar es la Noche de los Tambores Silenciosos en el Patio do Terço, en el que se reúnen grupos de maracatú de baque virado para hacer latir ciudad y corazones. Se trata de una ceremonia de origen africano que rinde culto a los antepasados esclavos y a la Virgen del Rosario, patrona de los negros.
 
La pollera amarilla roza la calle de tierra. Las piernas se abren mientras que su cintura se contonea al compás de la música. Ella y tres amigas están en la cantina del barrio y, entre vaso y vaso de cerveza, bailan tecno brega (género musical brasileño). Delante del mostrador ríen, gozan, vibran. Me tienden la mano, quieren bailar conmigo, quieren enseñarme cómo se baila. Bailo y aplauden, gritan, me abrazan y se sacan fotos. Más lejos, en el escenario, comienza a sonar una banda de hard rock.
 
Alto José do Pinho es uno de los tantos barrios populares de Recife en los que se instala durante cinco días un escenario en el que pueden verse diversas atracciones. Se trata de una especie de tablado gratuito que permite que las personas que viven en zonas periféricas y lejos del epicentro del carnaval (Recife Antiguo) puedan disfrutar de la fiesta.
 
Son muchos, todos parecen tener menos de 15 años. Blam, blam, blam, blam suenan sus espaldas al caminar (tienen colgadas tres campanas). Vestidos con plumas y taparrabos hacen una de las danzas más antiguas de Brasil: el caboclinho, que moja sus raíces en la cultura indígena.
 
"Estos días vas a ver manifestaciones culturales que solo están en Pernambuco. Vas a observar a través de ellas a la cultura africana, a la indígena y a la europea. Este carnaval es multicultural y popular, todos los espectáculos son gratuitos", explica entusiasmado Angelo, un chico brasileño que conocí a través de la plataforma Airbnb y que se transformó en el mejor guía turístico de este carnaval.
 
 
En solo un día, si se tiene suerte, se podrá ser testigo de varias de estas manifestaciones. Una de las principales es el frevo de rua, que es tocado en lo que se llama troças (orquestas) carnavalescas. Este ritmo, que fue declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco en 2006, tiene mucho de la capoeira y también un poco del ballet. Se trata de una danza exigida, veloz, en donde la coordinación es fundamental.
 
También están el urso, que repleta de color y ritmo juega con el público; el afoxé, que exhibe claramente su raíz africana y umbandista, o el papangú, que hace alusión a los hombres que querían disfrutar sin sus esposas del carnaval y se disfrazaban para no ser descubiertos. Es una olla cultural tan rica que en los días que duran los festejos apenas si se pueden comprender algunos de sus condimentos.
 
Barrio Cidade Tabajara. Dos de la tarde. El resto de la ciudad volvió al trajín cotidiano pero en la cantina popular de este barrio la fiesta aún no termina. Allí, quienes forman parte de las agrupaciones descansan de cinco días de trabajo. Algunos juegan dominó, otros conversan y danzan. Es un momento de encuentro, de unión.
 
En la cocina se prepara sarapatel, un plato típico a base de vísceras de cerdo, mientras se toma coñac de alcatrão con miel y limón (tomar dos vasos de esta bebida puede significar, para quien no está acostumbrado, terminar alcoholizado).
 
Cuatro de la tarde. El sitio decorado con tiras de papeles de colores y máscaras de carnaval está repleto de hombres y de algunas mujeres y niños. Suenan los tambores y comienzan a cantar. Uno de ellos, el más joven y el que tiene el micrófono, improvisa, el resto repite. Una estrofa, un buche de cerveza, así funciona.
 
Cinco de la tarde, ya es hora de comenzar la danza del boi (buey en español). Un hombre disfrazado de este animal es puesto en el centro del lugar y se mueve de un lado al otro, agita a las masas. Las letras que acompañan esta danza hacen referencia a los "cuernos" y al "cornudo", motivo por el que provoca carcajadas. Los presentes se codean unos a otros y gritan: "¿quién no ha sido cornudo?".
 
Salen por las calles y paran en cada almacén abierto para pedir más alcohol. Cantan, hacen palmas, tocan tambor. El objetivo es encontrarse con otros boi en el centro de Olinda, a unos kilómetros de allí, para dar por concluida la celebración. ¿Y mañana todo vuelve a la "normalidad"?, le digo a uno de ellos en tono de broma. "Mañana es el primer día del próximo carnaval", responde y empina la botella.

Autores

Tania de Tomas/ El Observador