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Recorrer St. Martin y St. Maarten bajo la sombra del escritor Derek Walcott
Viernes, Mayo 30, 2014 - 16:06

La visión del Caribe debería incluir las Antillas, no sólo por su belleza turística sino por historia y literatura.

Si uno no ha estado en las islas del Caribe puede acercarse a su espíritu a través de El reino de este mundo, del cubano Alejo Carpentier, y su maravillosa mirada a la revolución haitiana, o El reino del caimito, libro de Derek Walcott que dialoga desde la metáfora del árbol con las raíces ancestrales que configuraron la diversidad de esta cultura.

Una traducción del poeta colombiano Álvaro Rodríguez Torres, editada por Norma, me acercó a la obra del Nobel de Literatura 1992, el poeta negro de 84 años que escribe al borde de los acantilados, nieto de esclavos, hijo de un pintor de acuarela. Y cuando se tiene el privilegio de conocerlas, volver a la obra de Walcott y su discurso de aceptación del premio —“Las Antillas: fragmentos de una memoria épica”— es encontrar las palabras adecuadas para explicar el viaje a esa “tierra húmeda seca-transparente”.

Islas arriba de su Santa Lucía natal, a la derecha de Puerto Rico, sobre el “mar índigo” flota una isla binacional: la holandesa Sint Maarten y la francesa Saint Martin. Allí está “todo lo que lava la lluvia y el sol plancha / Las nubes blancas, el mar y el cielo unidos en una sola costura”.

Princesa Juliana es el aeropuerto del lado holandés. Llama la atención que el avión de Copa proveniente de Panamá aterriza luego de pasar rasante sobre los bañistas agolpados con los brazos levantados en las arenas vecinas al primer hotel anfitrión, el Sonesta Maho Beach, Resort & Casino bajo el esquema todo incluido, donde nos reciben con champaña Commandeur Prestige.

De este lado hablan holandés y papiamento y circulan florines, aunque también hablan inglés y circulan dólares. Hablan poco español pero la oficina de turismo lo incrementará para atraer no sólo norteamericanos y europeos, sino latinoamericanos.

Al recorrer el terreno quebrado se percibe la mezcla de culturas desde la época de los viajes de Colón hasta las migraciones del siglo XX que reunieron 120 nacionalidades y 78.000 habitantes sumando los dos costados. Bien dijo Walcott que los folletos turísticos nos han simplificado el Caribe: “una piscina azul en la cual la república balancea el pie extendido de Florida, mientras oscilan islas de caucho inflado, y flotan en una pequeña balsa hacia el mar bebidas con sombrillas”. Y no debiera ser. 

“Esta es la erosión de temporada de su identidad, una repetición intensa de imágenes de servicio que no permiten distinguir a una isla de otra. ¿Qué es el paraíso terrenal para nuestros visitantes? Dos semanas sin lluvia y un bronceado de caoba, y a la puesta del sol trovadores locales con sombreros de palma y camisas floreadas interpretando Yellow Bird o Banana Boat Song hasta la muerte. Existe un territorio más extenso que eso —más ancho que los límites que conforman el mapa de una isla—, es la ilimitable mar y eso que evoca”.

En Philipsburg, capital del lado holandés, junto a las marinas y los yates que recuerdan a Mónaco, a la vera de los malecones, en el área de Simpson Bay o Mullet Bay por ejemplo, sobreviven la arquitectura heredada del colonialismo y las familias de ascendencia esclavista que encarnan el lema grabado en las placas de los carros: The friendly island.

Cole Bay es la cima para contemplar los esplendorosos azules y cayos vecinos, como Saba y St. Eustatius. Marigot es el corazón de la zona francesa, con otra personalidad no menos atrayente. En su gran bahía y arriba, en el Fuerte Louis, la zona amurallada donde los cañones se mantienen en posición defensiva ante los invasores, se palpa más tradición.

Vuelvo a Walcott, quien anduvo por aquí hace tres años en uno de los festivales literarios anuales y cuyas obras se cuelan entre los best-sellers de las bibliotecas de los hoteles. “El suspiro de la historia se eleva sobre las ruinas, no sobre los paisajes, pero en las Antillas son contadas las ruinas que arrancan el suspiro, salvo los trapiches en escombros y las fortalezas abandonadas”.

En el lujoso hotel Radisson Blu Marina & Spa nos dan la bienvenida en el marco de la feria de turismo Smart 2014, donde St. Martin y St. Maarten se exhibieron como destinos únicos.

Pinel Island es una muestra de las infinitas posibilidades de aventuras acuáticas en un océano bendecido con barreras coralinas repletas de bancos de peces de todas las formas y colores.

Las islas también son generosas en oferta gastronómica. Recomendado cenar en Le Pressoir, bajo el techo de madera de una conservada casa del sigloXIX: es una experiencia inolvidable de la fusión de las cocinas europea y caribeña.

Si estimula el gusto, el lado francés tampoco prescinde del olfato y ofrece en Tijon Parfumerie la experiencia de aprender a fabricar un perfume, con los aceites, aromas, nombre y sello que la nariz del turista escoja. Otra opción es comprar artesanías o visitar galerías como la del pintor impresionista Roland Richardson.

Va uno juntando imágenes que Walcott pide no dejar dispersas porque pueden ser “fragmentos asiáticos y africanos, la rota reliquia que, una vez restaurada, devela blancas cicatrices. Esta reunión de trozos es la pena y la nostalgia de las Antillas, y si las piezas son desparejas, si no se ajustan bien, ellas contienen más pesadumbre que su figura original; esos íconos y vasijas sagradas se revisten de una realidad que renueva sus ancestrales lugares. El arte antillano es esta restauración de nuestras historias hechas añicos, de nuestros cascos de vocabulario, lo cual convierte a nuestro archipiélago en un sinónimo de los pedazos separados del continente originario”.

Cómo olvidarse de la aventura yendo a Loterie Farm, antigua planta azucarera donde los excursionistas hacen canopy. También hay santuarios de flora y fauna, “hojas tan grandes como mapas”, el único ejército es el de “los regimientos de bananos, las gruesas lanzas de los cañaverales” y los manglares resisten como árboles urbanos.

Aunque desde cualquier punto el blanco de la arena de las playas atrae y conmueve. Si quiere alejarse de la tentación de discotecas y casinos, aborde una lancha o un ferry y en veinte minutos estará en Anguilla, destino de famosos y recién casados. Allí disfrutamos de las playas del CuisinArt Golf Resort & Spa, de la piscina que parece desembocar en el mar y del restaurante japonés. Hay lujo y exclusividad y planes más baratos a partir de un consejo de las oficinas de turismo.

La belleza y la energía de las Antillas atrae al jet-set internacional. Se oyen anécdotas: aquí vino Messi con su familia, acá estuvo Madonna, este es el hotel preferido de Shakira (el Viceroy). 

Lo sobrenatural del Caribe no es mito, se siente más allá de la tarjeta postal, si se acepta la invitación a los “Archipiélagos” de Walcott, a oír “el grito de cada gaviota”, a pensar “junto al mar donde llovizna... porque el mar es la historia”.

Consejos para tener en cuenta

Para entrar en St. Martin y St. Maarten se necesita visa vigente de los Estados Unidos o de la Unión Europea. En el caso de Anguilla se requiere visa británica. Sin embargo, Raquel Echandi, directora de mercadeo y relaciones públicas de esa isla para Latinoamérica, ofrece tramitarla si los interesados le avisan con tiempo y le mandan sus reservas hoteleras a [email protected]. Idiomas: inglés, francés, holandés y papiamento. Monedas: dólares, euros, florines. 

Autores

El Espectador