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Emprendedores sociales: los otros negocios
Jueves, Mayo 26, 2011 - 08:14

¿Financiar vivienda social con el trabajo de los interesados, o la educación de un profesional con sus salarios a futuro? ¿Son rentables los préstamos pequeños? ¿Cuánto cuesta subir el rendimiento de las escuelas públicas? Aquí un ejemplo de esto.

 

A simple vista la profesión de un ingeniero tiene poco que ver con la de un profesor. Así también pensaba Tomás Recart.

Pero su paso por el Centro de Políticas Públicas de la Pontificia Universidad Católica de Chile lo llevó a conocer la realidad de los municipios del sector sur de Santiago y tomar conciencia del problema de la educación en el país.

Recart tomó el modelo de Teach for America, que consiste en capacitar a egresados de todas las carreras para trabajar en colegios de riesgo social, con la idea de mejorar sus rendimientos académicos. Bajo el nombre Enseña Chile, nació esta ONG que, según Recart, cuenta con pruebas de admisión más complicadas que las de cualquier institución educacional. Y el 55% de sus profesores seleccionados son destinados a escuelas municipales.

¿Voluntariado? Para nada. Si hay algo que a Tomás Recart le molesta es que relacionen a la fundación con filantropía. “Aquí nadie trabaja por bolitas de dulce”, dice.

Hágalo usted mismo. Casas con murallas de cartón, ventanas de nylon y nulas conexiones sanitarias son comunes entre las poblaciones más pobres del mundo. En México de a poco se ha puesto fin a esta realidad gracias a la empresa “Échale a tu Casa”. Una solución concreta al principal problema de muchos: la casa propia. “Échale a tu Casa” es un programa de autoproducción organizada que ha fabricado más de 25.000 viviendas en más de 1.000 comunidades del país. Se trata principalmente de ir a las comunidades, organizarlas –social y financieramente– para que construyan el material y su casa.

“Échale a tu Casa” ofrece viviendas por cerca de US$ 10.000. El comprador debe ahorrar el 10% de este valor y la organización lo capacita en el proceso de la construcción. El plazo de pago es de 10 años, sin una cuota mensual fija. Es una solución orientada a grupos familiares con ingresos de entre US$ 300 y US$ 700. La casa está fabricada por ladrillos de adobe estabilizado, que cuenta además con captación de agua pluvial, calentador solar, estufa ahorradora de leña, etc. Con esto, las personas ahorrarían cerca de un 40% del valor total de sus cuentas cada mes.

Para Piazzesi la construcción de casas no es filantropía y por tanto no serviría ser una fundación o una ONG. Principalmente porque requiere de trabajo y esfuerzo.

En 2010, las ventas anuales fueron de US$ 5 millones, con una utilidad del 20%. “No nos interesa  transformarnos en una empresa de construcción industrial. Queremos ser la solución para un problema social”, dice.Desde el inicio del proyecto se han visto beneficiadas 135.000 personas. Pero lo más novedoso es que el trabajo de construir las casas, que se estima en unos US$ 65 millones, se descuenta al valor final de la propiedad.

 

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Inversión en capital humano para los que quieren perfección

Inspirado por David Bowie y con la convicción de que el talento merece la confianza de los inversionistas, este colombiano creó una empresa inversionista ángel de capital humano. ¿Quiere seguir estudiando y no tiene los recursos? Para eso está Lumni, una administradora de fondos de inversión en capital humano que permite que personas talentosas de todas las edades puedan continuar sus estudios de pre y posgrado.

La idea de Lumni fue de los colombianos Felipe Vergara, Ingeniero Industrial de la U. de los Andes y MBA en Wharton School Business, y el investigador.


Miguel Palacios. “Es un juego de palabras”, dice Vergara. Del latín alu mni, “alumnos”, eliminaron la “a” para que quedara como “iluminado”. Su infancia en Bogotá marcó a Felipe Vergara. Al terminar sus estudios en el Colegio Francés, vio cómo varios chicos no tenían suficientes recursos para seguir con sus estudios superiores, a pesar de sus talentos.

Encontraron inspiración en David Bowie, quien para financiar su gira de 1997, emitió bonos que no estaban respaldados por activos, sino por los flujos futuros de la venta de álbumes y entradas a los conciertos. Vergara y Palacios pensaron que cada persona es parte de este flujo futuro. Diseñaron un sistema en el cual cada estudiante tiene un inversionista ángel que lo ayuda en su proceso de formación académica, para luego compartir una parte de sus ingresos futuros.

Lumni partió por un anhelo personal, con una inversión de cerca de US$ 30.000 de otras instituciones. Hoy administran fondos por aproximadamente US$ 17 millones. Cuenta con más de 160 inversionistas chilenos, colombianos, mexicanos y estadounidenses. Este número también incluye a los family offices, ejecutivos de compañías, fundaciones, bancos de desarrollo, fondos de impacto y estudiantes graduados que ya son exitosos.

En los últimos tres años ya son más de 300 los jóvenes graduados con el apoyo de esta institución. Vergara, su CEO, afirma que aún no se puede hablar de utilidades, pues el sisema está recién comenzando.

Hoy cuentan con dos líneas de servicios, los fondos de impacto, en los que tanto inversionistas como Lumni tienen retornos (cuya rentabilidad ha sido superior al esperado, del orden del 8%), y los programas de responsabilidad social dedicados a las empresas, donde no hay retorno como tal, pues son utilizados en todo el proceso y financiados por la misma institución participante.

“No hacemos préstamos. Somos un inversionista ángel de capital humano”, dice Vergara.

 

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Crédito para los no bancarizados

Más intuición y menos papeleo. Éstas son las premisas de Banca Comunitaria, la división de microfinanzas del Banesco-Banco Universal de Venezuela. Su responsable, Claudia Valladares, cumplió el sueño de atender a las personas de menos recursos.

Esta ingeniera de sistemas, con MBA y máster en finanzas, tuvo la idea de crear una ONG de banca comunitaria a fines de los 90, que finalmente no prosperó. Una amiga que trabajaba en Banesco le comentó que el banco tenía ganas de hacer un proyecto orientado a lo que ella siempre había buscado. “Ahí fue justamente cuando nos encontramos las dos partes y me fui a trabajar en 2006”, dice.

Empezaron con poco más de 500 clientes y hoy tienen más de 138.000, con una tasa de morosidad de apenas 2,16%. Es la primera vez que el 40% de los microempresarios acceden al crédito formal. Tema importante, si se piensa que en Venezuela el nivel de bancarización apenas alcanza el 40%.