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Los banqueros y la sonrisa de Julia Roberts
Jueves, Diciembre 16, 2010 - 17:02

Vamos a los hechos: están sentados sobre montañas de dinero, ganan montañas de dinero y no han sido castigados (ni tan sólo molestados) socialmente por haber destruido montañas de dinero, arrastrando al mundo a la quiebra hace dos años. De hecho, se quejan. Hace poco, el banco suizo UBS pidió a las autoridades monetarias de su país que hiciera una excepción con sus miembros al nuevo límite de US$ 1 millón a pagar en premios por encima de los sueldos. ¿La razón? El no poder recibir más en bonificaciones adicionales “ha estresado las finanzas personales de algunos ejecutivos”.

No es sólo una anécdota curiosa. Los pestañeos de perplejidad aumentan al escuchar a Steven Schwarzman, titular del Blackstone Group, una mega compañía de private equity, para quien la idea del gobierno de EE.UU. de aumentar los impuestos a esa actividad equivale a una declaración de “guerra…como cuando Hitler invadió Polonia en 1939”.

Alguien podría pensar que se trata de la célebre defensa culposa, como la del niño mal criado que acaba de quebrar el jarrón Wedgood original de la abuela jugando a los transformers y llora frente a sus padres: “¡¡Uds. son los malos!!

El Dr. Paul Crosthwaite, de la Universidad de Cardiff, en Gales, tiene otra explicación. Lo que los banqueros quieren, arguye, no es riqueza sin límite, sino otra oportunidad para volver a sentir un poder y emoción singulares: la euforia y desesperación mezcladas en el momento mismo del crash, cuando las pérdidas se hacen totales e irrecuperables. Es la tesis de su paper, Blood on the Trading Floor: Waste, Sacrifice, and Death in Financial Crises. “Esas pérdidas pueden ser fuente de placeres masoquistas para quienes las sufren”, dice.

Crosthwaite basa su tesis en un análisis de novelas escritas por o sobre los profesionales de la inversión, en todas las cuales habría evidencia de que banqueros e inversores de riesgo “desean inconscientemente la destrucción de sus propias instituciones”. Suena descabellado. Sí, muy tirado de los pelos, hasta que uno comienza a recordar que, en Wall Street, el otro apodo aceptado para los top dogs de las empresas financieras es… Masters of the Universe. Y un dueño del universo, como todo dios que se precie de tal, suele coquetear con el Apocalipsis.

La verdad es que algo raro ocurre con los banqueros desde hace unas tres décadas. En otros tiempos sus nombres estaban asociados a grandes proyectos materiales. La banca Rothschild, por ejemplo, es inseparable de la industrialización alemana. El JP Morgan se hizo grande financiando trenes, diarios y acero en EE.UU. ¿Alguien podría mencionar hoy proyectos igual de revolucionarios, financiados por un banco no estatal? La misma imagen del banquero se ha vuelto evanescente. La caricatura de ese señor gordo y con sombrero de copa ha mutado en la de jóvenes de rostros tan rugbísticos como intercambiables.

Llamo a una amiga psicoanalista en Buenos Aires, Carolina Abufom, para preguntarle si le parece que el dinero del mundo está en manos de unos masoquistas. “No estoy de acuerdo con Crosthwaite”, me dice. Tal vez hay que pensar el tema desde el narcisismo, medita. “Imagínate la omnipotencia que te da saber que en tus manos está algo que no es tuyo”, reflexiona. También la excitación en el proceso de inversión y la excitación al conocer los resultados. Y no es difícil volverse adicto.

Los banqueros cuando tratan de despersonalizar el proceso: “Suelen pensar las transacciones como diferentes de quienes las hacen”. Quizás de ahí la pasión de la banca actual por las matemáticas y el lenguaje oscuro. Por llamarse “ingenieros de las finanzas”. Abufom propone que es más fértil pensar en banqueros de inversión como moviéndose dentro del triángulo que desarrolló la psicoanalista Melanie Klein: Control/ Triunfo/ Omnipotencia.

Qué duda cabe, los banqueros han tenido éxito al mimetizar sus personas con las instituciones y las reglas del mercado. Se presentan como operadores neutrales que sólo hacen lo que un ente abstracto, el mercado, les pide que hagan. Sonríen como Julia Roberts. Pero no hay que mirar sus labios, sino sus ojos.