Sus paisajes intactos, su abundante fauna, una extraña flora adaptada al ambiente de altura y un clima frío y seco -que oscila entre los 15° en verano y los 15° bajo cero en la época invernal- hacen de este escenario de difícil acceso, una experiencia de viaje valiosa y única.
Entre el azul intenso de cielos y cerros, y el verde vibrante de llanuras y valles, se encuentra en el norte de la provincia de San Juan, el Parque Nacional San Guillermo, hogar de una de las poblaciones de vicuñas más grandes de Argentina. Aislado de todo, mantiene su belleza salvaje e invita a una experiencia de intimidad con la naturaleza.
Sus paisajes intactos, su abundante fauna, una extraña flora adaptada al ambiente de altura y un clima frío y seco -que oscila entre los 15° en verano y los 15° bajo cero en la época invernal- hacen de este escenario de difícil acceso, una experiencia de viaje valiosa y única.
San Guillermo entra como una cuña en el área sur de la Puna, penetra en el norte de San Juan con una altitud promedio de 3.900 metros, y se yergue intrincado, inaccesible y misterioso, a la espera de ser descubierto por los aventureros.
A lo largo de sus abruptas quebradas, como la de Alcaparrosa, que fracciona el paisaje con su desnivel de 1.100 metros, y entre la cordillera de los Andes y los cordones precordilleranos de sierra de Punilla, donde se extienden los tres llanos de altura, puede apreciarse el deslumbrante espectáculo de cientos de vicuñas que pastan, cuidan de sus crías y conviven de manera pacífica con grandes grupos de guanacos.
Conocidos como llanos de Los Leones, de los Hoyos y de San Guillermo, estas formaciones geográficas se encuentran a 3.000 metros de altura y se expanden por más de una tercera parte del área protegida.
Ubicado en el sector más austral de la Puna, el Parque Nacional San Guillermo fue morada incaica en tiempos remotos -los registros arquelógicos indican presencia humana desde hace más de 8 mil años-, donde aún se mantienen edificaciones y tramos del camino del inca.
Con más de 7.000 vicuñas que habitan esta área protegida, a las que suman unos 5.000 guanacos, hay que agregarles a los pumas que acechan a las manadas de camélidos, sobre todo desde el llano de Los Leones, uno de los puntos de observación más generosos del parque, que lleva su nombre por los abundantes cactus cuyas formas erizadas recuerdan las melenas del rey de la selva.
Desde el mirador también pueden apreciarse grandes grupos de veloces suris o ñandúes cordilleranos.
El parque es también albergue de chinchillones y zorros colorados que aparecen a la vera de un arroyo al que se accede por uno de los pocos senderos peatonales de 900 metros de recorrido y por el que se llega en vehículo de doble tracción desde Los Caserones.
Sobrevolando el terreno de flora basáltica, se perciben bandadas de jilgueros y cóndores que planean las alturas.
Coloridas lagartijas, como el chelco verde, el de cola piche o el San Guillermo, y una flora adaptada a la falta de agua y las frecuentes e intensas nevadas, como achaparrados arbustos, pequeñas hierbas de hermosas y grandes flores andinas, cubren los suelos exigentes de este parque nacional, cuyos llanos, miradores y quebradas sólo pueden ser recorridos con vehículos de doble tracción.
La forma más sencilla de llegar es desde San Juan por la ruta nacional 40 hasta Rodeo, desde donde se alcanza el refugio Agua del Godo, de fauna abundante, corrales de pirca y vistas al cerro El Imán (la mayor altura del área protegida, a 5.467 metros de altura), a 2 kilómetros del Llano de Los Leones.
Desde el refugio de montaña, que ofrece hospedaje y zonas de acampe en sus cercanías, se llega al parque a través de un recorrido de 130 kilómetros de camino de tierra que bordea y cruza el río Blanco y pasa por la quebrada de Alcaparrosa, que contiene la tambería del mismo nombre, y permite el acceso al Punto Panorámico, a 3.600 metros de altura.
El trayecto desde El Rodeo hasta el refugio Agua de Godo es uno de los más interesantes de la excursión, pero hacerlo lleva por lo menos siete horas, vadeando hasta ocho veces el río Blanco y superando pendientes abruptas con piedras sueltas, cárcavas y escorrentías, que exigen habilidad de manejo y vehículos en buen estado.
Dentro de este trayecto, la Quebrada de Alcaparrosa es uno de los puntos más complicados en los que se debe considerar con prudencia el nivel de los cursos de agua, ya que las crecidas estacionales de ríos y arroyos, producidas por deshielos y lluvias, pueden ser peligrosos; es por este motivo que se aconseja realizar la expedición en otoño o primavera y evitar la estación de verano.
El área cuenta con recorridos para vehículos: el circuito El Mirador, por ejemplo, asciende durante 10 kilómetros entre cerros y pastizales hasta el tramo final, a 3.800 metros de altura, desde donde puede comenzarse una breve caminata hasta un sector con miradores y senderos peatonales delimitados, que balconean sobre el Llano de los Leones, para deleite de nuestros ojos.